miércoles, 21 de septiembre de 2011


LOS JUBILADOS EN EL LIMBO DE LA VIDA



Andrés Jesús González Kantún

Alma joven en envoltura añeja, mente ágil en actividad constante, palabras traviesas que irrumpen sin cesar en el corazón de los interlocutores que viven el momento sin pensar en el futuro, palabras aladas suspendidas en el aire que alientan y ofrecen vida en Calkiní a los jubilados-niños que juegan con la existencia para no marchitarse en amor fraternal pues es la vida que insufla más vida, que es el grupo que mantiene energía existencial. Prohibido el pesimismo y la intolerancia, uno para todos y todos para uno es el lema de los espadachines osqueteros que luchan denodadamente ante los embates de la edad con las armas de la palabra, el canto, el baile, el gusto, las manualidades y el pensamiento místico. Todos ellos juegan para vivir y viven para jugar que es la única forma de despejar la mente que si no se riega se atrofia y mata. Que siga la vida en manos de la fraternidad de camaradas y que la manipulen como quieran en el intento de sacarle jugo a la edad, para ser felices por siempre, mientras vivan.
Es la convivencia en la fragua de la hermandad de jubilados en la búsqueda ansiosa del elíxir de la eterna juventud enfocada  en el espíritu que nunca muere, aunque la edad acose inexorablemente, pero que ya se sabe cómo distraerla para que adormezca  su paso mientras llegue el final de la jornada en esta  misión de cardos y ortigas que ha sido el destino final de todo ser viviente.
! Vivan los jubilados de mi tierra!
Así sea

Mis nietos y yo
Alma infantil en Finados

En un día de Finados, un grupo de nietos míos miraban abobados las jugosas viandas: dulces y frutas que estaban ordenados coquetamente en el altar de ofrendas en honor  de los Difuntos.
Sabían, por indicaciones de sus abuelos, que no podían comer de las viandas ni las frutas antes, porque  los primeros bocados les correspondían a los invitados de honor de ese día: los Santos difuntos. Podrían disponer  de lo que quisieran más tarde, es  decir,  después del rosario dedicado a ellos.
Sin embargo, uno de ellos, Sebastián, no se aguantó las ganas y le pidió permiso a su abuela para paladear un postre. La abuela consentidora,  rompiendo las reglas de la tradición accedió, pero con una condición de que le pidiera públicamente autorización a sus dos bisabuelas encuadradas en sendas  fotografías  apolilladas  puestas en los  extremos del altar. Con la inocencia reflejada en las monedas nuevas de sus dos enormes ojos negros recitó el niño:
Abuelita Ofelia, abuelita Madús (así les llamó, porque no sabe de bisabuelas),  ¿me regalan ese postre que parece estar muy rico?
La respuesta  la dio el silencio, en boca de los espíritus que el niño tomó como permiso.
Abuelita ya me dieron permiso mis abuelitas,  ¿ya oíste? — gritaba muy contento.
Sí, ya te oísoltó la palabra mientras las manos hábiles sangraba el cuello a una gallina  de patio para los pibes  dedicado a los niños.
 Y la marabunta se zampó el dulce ante la mirada espantada  de sus primos.
Pero una de ellas inconforme, disparaba balas con la mirada por aquella profanación.
En esos momentos entraba una tía con un sabroso pan de Pomuch en una bandeja. Antes de sobreponerse ante la inusitada presencia  de tantos  niños, fue interpelada por la empistolada Yésica:
Deja, tía… yo me encargo, y sin darle tiempo de pensar le arrebata la bandeja y que a punto estuvo de tirarla  y se planta airosa ante el altar, diciendo solemnemente:
Abuelita Madús, abuelita Ofelia, gr, gr,gr, um, refunfuñaba les traigo este apetitoso pan, del lugar donde lo hornearon no me acuerdo el nombre, traten de comerlo lo más pronto posible porque si no mis mentecatos primos le pedirán permiso a mi abuela Lilí y ustedes se quedarán sin nada, así que ya lo saben.
Y antes de asentarlo sobre la mesa volteó hacia los niños y les  regaló  una mirada pícara de autosuficiencia y otra, al niño tragón.

Dos soles
Mis dos nietas y su mamá iban junto a mí en el carro con rumbo a la escuela del CENDI  en un momento en que el sol asomaba la nariz  en el oriente. En el camino esparcía su radiante luz que exhalaba   su enorme cara redonda  la cual provocó una exclamación jubilosa de  la más chica, Nuria:
Mamá, mamá mira es un sol.
Escuchamos  distraídos mientras salían   las noticias  del radio.
Seguimos rodando en la carretera y la luz del sol desapareció por causa de las ramas de los árboles que cubrían parte de la carretera y cuando las pasamos se volvió a aparecer y la niña exclamó otra vez resplandeciente como el sol:
Mamá, mira, es otro sol.
La sonrisa se nos escapó de la boca, y yo deseé que el tiempo se detuviere en mí para siempre  para seguir disfrutando  la ingenuidad del alma de los niños como el de mi nieta la que nunca pensé que hablara debido a un problema que trajo de nacimiento. ¡Cuánta dicha es disfrutar a los nietos! Quién lo ha sentido me ha de dar la razón.

 


¡Yooo!

Es en noviembre, el mes de cumpleaños de la familia. Se festeja a la mayoría  de mis nietos incluyendo a una de mis hijas y de pilón, el mío.
Un tiempo de viandas, refrescos, piñatas, dulces y cantos alusivos que en nostálgicos recuerdos no se mueven de la boca de los niños que a cada rato se distraen cantando retazos. Una de ellas, Nuria Itzel, que cumplía años  le preguntó su mamá cómo iba entonar en su día aquella canción de cajón que se interpreta en cada fiesta infantil, esto fue  lo que cantó en su media lengua:
 Un día feliz
niña nació
  llama yooo
                                                                               sea feliz…














TEMBLOR EN MIS RAÍCES
S
egún los prejuicios, sangre fuera del matrimonio es espuria sólo por el hecho de no haber gorgoteado de una fuente natural de una unión legalizada por   las autoridades civiles.  Esa situación de formalidad legal fue mi tormento durante una parte de mi vida. Un apellido solo y maltrecho de orfandad paternal
 Mi estancia en este mundo ha sido producto de la soledad de una mujer que por azares del destino quedó viuda. Juzgarla no me corresponde, al contrario,  mi admiración enorme por haberme permitido el hálito  de la vida.
De cada parte de mi sangre  no me quejo. Del lado paterno fui atendido, si no fue en abundancia sí en lo necesario para atisbar  con decoro la existencia y además el respaldo, a tiempo, de un apellido para enarbolarlo ante una sociedad quisquillosa. Un apellido deseado  y que fue posible  gracias a  una eventualidad que se presentó  cuando estudiaba en la Escuela Normal de Roque, Celaya Gto. Ahí sólo ostentaba los apellidos de mi madre. El director de la escuela, el Prof.. Juan Tejeda Morales, en el llenado de las estadísticas, advirtió este detalle y me mandó llamar para conocer de mi boca el por qué de mi apellido solitario, pero no fueron necesarias las explicaciones, pues él como persona experimentada me ahorró la pena de los pormenores y me prometió:
Ese problema yo lo arreglo, hijo, déjamelo por  mi cuenta me consoló.
Le escribió a mi padre con persuasivas argumentaciones de la necesidad de cederme su apellido para no entorpecer la continuación de mi educación (una mentira piadosa, pues para seguir estudiando no era un impedimento mi situación civil) y la respuesta fue positiva. La angustia que me tenía envuelto en mi niñez  se resolvió de la manera menos imaginada.  Ya podía asentar el apelativo paterno. Sin embargo, algunos conocidos de tiempo atrás me saludan como me conocieron; otros, con el apellido actual.
Antes para que una persona casada pudiera reconocer a un hijo fuera del matrimonio había que conseguir el consentimiento de la esposa. Hoy ya no es necesario, basta con que el padre quiera o lo exija la otra parte.

 De mi madre, ¿qué recibí?, las palabras sobran, pero lo  podría resumir en una palabra: todo. En lo físico, la piel cobriza, el carácter  y parte de los rasgos;  y de mi padre la nariz, pero eso basta para ser reconocido como uno más de los suyos.
En mis diarias correrías de trabajos y mandados una joven llamada  Érika  ha venido a perturbar los recuerdos familiares de mi ascendencia clandestina, en el lugar que sea, me saluda enfáticamente, tío por aquí, tío por acá, y tío por todos lados. Yo me siento aturdido, mareado, incómodo, indeciso de responder al saludo por la diáfana sinceridad de su entrega que le estalla por los poros. Tal parece que conoce los laberintos genéticos familiares desde siempre y le salta el reconocimiento al considerarme como parte también de ella. Actitud  nacida de la sinceridad de un corazón ajena a las mezquindades de una sociedad ofuscada en los convencionalismos, del origen.
De mi persona sólo sé que las dos mitades de  mí me supieron dar lo que me hacía falta para vivir feliz el resto de mis días.






domingo, 11 de septiembre de 2011

Convulsión por un ramo de flores


CONVULSIÓN POR UN RAMO DE FLORES
S
in lugar a dudas, entre los infinitos regalos ofrecidos  al hombre, como goce, por la naturaleza, ocupan un lugar preponderante, las flores. Desde tiempos inmemoriales fueron glorificados por la pluma de poetas de todas las razas en la lisonja de su sin igual belleza o comparándolas con los atributos del ser más codiciado: la mujer.  Su crédito es innegable. Una fama bien ganada gracias a su policromía, esplendor y fragancia. Su presencia se ha introducido en los intersticios más recónditos de una sociedad variopinta, sin mengua de las clases menores. La utilidad de su uso las ha convertido en una mercancía insustituible.
Sin su prestancia la vida se volvería insustancial ya que es el símbolo de la belleza sin par.
FLORES NUEVAS
¡Llegaron las flores!
¡A revestirse de ellas, oh príncipes,
a adquirir su riqueza!
Fugaces en extremo nos muestran su rostro,
fugaces reverberan.
Sólo en tiempo de verdor llegan a ser perfectas.
¡Las amarillas flores de mil pétalos!
¡Llegaron las flores junto a la montaña!

Anónimo de Huexotzinco.
Apreciemos su valor:
*    Son radiantes y multicolores que obsequian una alucinante visión.
*    Sus múltiples tamaños y la fresca y tersura de sus pétalos desmayan el ánimo más exigente.
*    El aroma arrebatador de  algunas de ellas como  “El Juan de noche” y “el Jazmín” que  humectan el entorno, haciéndolo más agradable.
*    Adornan el jardín de  mansiones o de  jacales.
*    Con un ramo de rosas se en suaviza el corazón de la mujer más resistente al amor.
*    Manan alegría  y solemnidad en los lugares sacrosantos y en todo tipo de actividades sociales y políticos.
*    Se relaja el ánimo encolerizado con un baño de flores y además neutralizan el histerismo con un fresco té de rosas.
*    Ofrecen  miel a las abejas que eslabonan la cadena de la vida y regalan a la vista de los privilegiados un cuadro natural en donde  un chupaflor, como un prendedor, en suspenso en el aire aletea frenéticamente en busca del néctar que le da la vida.
Sin embargo, a pesar de sus inigualables atributos con que cuentan, a veces son aprovechadas por mentes malvadas movidas por la envidia para desequilibrar en la gente supersticiosa temores que les quitan la tranquilidad para vivir como en el siguiente caso:
Por descuido o a propósito, una noche, se encontró frente a la acera de una familia, envuelto en una reluciente bolsa transparente de material sintético, un ramo de flores.
El regalo, si acaso lo era,  produjo una enorme revuelta  entre los afectados y los circunvecinos (en su mayoría eran mujeres) quienes fueron avisados y  acudieron presurosos a testificar el evento. El morbo es una fuerza que moviliza gente.
La matrona principal recriminaba airosa:
─ Son mentes perversas que pretenden quebrantar nuestra tranquilidad, seguramente por algún resentimiento no desahogado. Es injusto porque nosotros no lastimamos a nadie, sólo estamos dedicados al trabajo. Terminada la aclaración apuntó, no se acercó, con el dedo índice a aquel desvanecido manojo de flores.
No había terminado de señalar aquel bulto cuando un vecino se abalanzó a recogerlo para acabar con  aquel escándalo surgido de  una insignificancia. “¿Qué más podría provocar un ramo de flores tirado en la calle?”
No se lo permitieron, en un santiamén lo detuvieron treinta manos femeninas.
─ Suéltenme ─ ordenó colérico- , yo no creo en tonterías, déjenme tirar esa porquería que   las tiene asustadas.
Las palabras fuertes y groseras, en boca de las mujeres,  lo despidieron para su casa.
Pero el problema seguía latente, era necesario encontrarle una solución.
─ Iré por gas, cerillos, ya que no tengo agua bendita ni chile seco para contrarrestar los malos vientos ─  exclamo la afectada.
Las demás mujeres se revolvieron, como gatas en celo,  cuando escucharon la otra idea.
─ De ninguna manera ─interpeló la más gorda, apodada como Luli─ nos impregnará de malos vientos nuestras casas y nosotras seremos afectadas también. El hechizo vuela en las volutas de  humo.  Mejor dejémoslo ahí y mañana lo recogerá el barrendero.
─ Claro es el mejor remedio─ reconoció la quejosa.
Muy de mañana doña Rosa, que así se llamaba la más atormentada, esperó impaciente, sentada en la puerta de su casa,  la llegada del servidor público. Respiró aliviada, cuando lo vio asomarse y observó la maniobra. Pero al ver que lo iba a recoger con la mano se levantó presurosa para decirle que era peligroso  dadas las circunstancias extrañas como había aparecido. Le aconsejó usar la pala.
El trabajador ni se inmutó, iba sordo,  y lo agarró, depositándolo en un  el tambor de basura en un lance preciso.
La mujer pasmada lo vio alejarse despreocupadamente, sin advertir que el barrendero dejaba escapar una sonrisa de compasión. El trabajador no alcanzaba a entender, que aún  existan personas con un espíritu ingenuo y  que viven avasalladas por el veneno de la superchería y que no dejarán de sufrir ante otros eventos similares que surgen del misterio y la ignorancia.
Un ramo de flores marchitas, con residuos de tierra,  creó la idea de haberse traído del cementerio, fue motivo suficiente para apachurrar el espíritu endeble de varias familias atadas a viejas creencias que aún persisten en los pueblos peninsulares.
Aquel servidor, el cual vive por el rumbo, pasó aquella noche cerca del lugar y por un descuido  se le cayó del triciclo aquel maldito ramo de flores, causante del problema,  que una persona conocida se lo había encargado para tirar al siguiente día en el basurero.
Mientras aquel otro vecino apellidado Chablé, el que fue expulsado del tumulto aquella noche, comentó al otro día:
─ Cuando vi la pasión  con que las mujeres defendían sus ideas, ya en la noche en mis reflexiones en la hamaca, me invadió un cierto temor  y les di las gracias a las revoltosas  al no haberme  permitido  deshacerme de las flores, ¿qué tal si fueran ciertas sus creencias? A pesar que tengo enraizado las razones de la ciencia  a veces las siento titubeantes  ante eventos como el de  aquella noche. ¡Qué barbaridad!