domingo, 12 de mayo de 2013

Odiseo, el astuto

LAS SIRENAS DE ODISEO Le había advertido Circe que el canto de las sirenas era hechizadora tanto que ningún mortal había podido sobrevivir a su embrujo y caían ahogados, engullidos o muertos de amor los atrevidos que se animaban a escucharlas de cerca. Odiseo— muy famoso por su astucia— quiso oírlas, pero sin correr el riesgo de morir. Hizo que lo amarrasen del mástil mayor y así pudo deleitarse con la sinfonía de las ninfas. Las sirenas se desgañitaban en vano, pero no lograron su objetivo, más se dieron cuenta que a cambio de sus fracaso se acercaba una barcaza repleta de jóvenes marineros que parecían adormecidos por el fluido de sus voces, sonrieron satisfechas. Bajaron en tropel, llevando en sus manos cuchillos para destazar pescado. Hacía una semana que les faltaba el alimento, traían los oídos taponados de cera. Andrés

Odiseo, el astuto

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sábado, 4 de mayo de 2013

Hola

SOÑADOR DE ILUSIONES Andrés Jesús González Kantún Le había ganado la oscuridad y aceleraba el paso para llegar a casa lo más pronto posible. Era una noche sin estrellas, un desierto sahárico, el camino. Algún aullido lastimero en falsete de algún perro, viendo quizá fantasmas imaginarios o tal vez existentes. No era que poseyera miedo, pero había escuchado en boca de la gente grande hablar de los dueños de la noche como ésta, propicia para las apariciones de espantos, demonios y perversos chamanes, los moradores eternos de la noche, que gustaban aterrorizar por puro gusto. En una lomita a la orilla del camino, se escuchó de repente un estallido de luces multicolores que pintaron el ambiente sombrío; el pobre paseador nocturno, incipiente comerciante y malgastador, pegó un salto por el susto y se le vino instantáneamente a la memoria una historia la cual decía que aquella persona que tuviera la suerte de encontrarse con un evento de esta naturaleza, debería despojarse del miedo y marcar el lugar, y al día siguiente regresar al sitio para escarbar donde se hubiese producido el acontecimiento porque era posible llevarse una agradable sorpresa. Esa noche se la pasó en vela, se imaginaba la enorme fortuna que poseería y que no había buscado. Sumido en el mareo por la riqueza se hacía a la idea de lo que pudiera gozar: fama, dinero, joyas, mujeres, viajes internacionales; estaba convertido en ese momento en un verdadero forjador de ilusiones. Ese secreto se lo guardó nada más para sí, evitando cometer la torpeza de soltar la lengua porque todo se vendría abajo, esa era la consigna del mito popular. A muy temprana hora, se dedicó a buscar las herramientas apropiadas para el caso, provocando el malestar de la familia: — ¡Deja dormir, Gaudencio, y cierra la puerta cuando salgas! A esa hora no habría gente que pudiera sospechar sus ansias. “Si la suerte me favoreciese…” Por fin, llegó a su destino y se dispuso a remover la tierra con precaución. Las manos ávidas, los dedos tensos, todo el cuerpo anhelante. El tiempo le pareció siglos como una gota de agua en crear estalactitas y estalagmitas hasta conformar una columna. De repente su vista trastrabilló con una vasija de barro ocre y antigua con una cubierta bordeada de frisos mayas que le coloreó el desencajado rostro. Volvió la mirada para comprobar si no venía alguien despistado, bajó las manos sudorosas y polvorientas; levantó aquel sueño guajiro que le engendraría riquezas a manos llenas. Desconfiado, buscó con la mirada de nueva cuenta para cerciorarse de que realmente estaba solo. Levantó suavemente la tapa del cántaro y no encontró más que un papel, a semejanza de un códice que decía en lengua maya: — ¡Pon a trabajar tu negocio y déjate de creencias! ¡Para ser rico es necesario ser sagaz, perseverante y buen administrador en lo que te propongas para salir adelante! Descorazonado, de regreso a su casa, Cirilo, el más rico del pueblo, le preguntó divertido: — ¿Cómo te va en la tienda, Gaudencio? 3 de mayo de 2013