domingo, 16 de diciembre de 2012

Angelitos en su mundo interior

Síndrome de Down Andrés Jesús González Kantún Subieron al estrado a darle rienda suelta a la marabunta de sus emociones dancísticas. Vestían impecables trajes de Juan Diego. Las mujeres con los cabellos en crenchas lucían sendas flores gigantescas como si fueran mariposas en racimos bebiendo agua en un charco después de un torrencial aguacero. Los hombrecitos, también bien acicalados, gesticulaban sonrisas memorables enjuagadas en el crisol de la inocencia exquisita, mientras yo en mi asiento de espectador anónimo me desbarataba de infinita ternura. Las mamás a la vez, los miraban emocionadas mandándoles besos picarones para infundirles confianza. Los anunciaron como integrantes de un grupo especial llamada La Chácara, afiliada al DIF de Campeche. El micro mar de ojos achinados y de traslucencia nucal (por la espaciosa espalda) al sentir las primeras notas se empezaron a mover, según su percepción musical, en una alharaca de movimientos desordenados, pero con gracia, la arritmia era su ritmo, los oídos perdidos en la armonía al no poder seguir los movimientos correctos de los pasos y el cuerpo en forcejeo también, pero qué importaba si los sentidos les enseñaba a intuir ese amor maternal demostrada por las abnegadas madres que se desvivían por ellos. Nacieron por culpa de una falla en los cromosomas, pero tienen derecho a la vida como cualquiera y además nos premian con el favor de su cariño, aunque son flores—lamentablemente— con aroma transitoria que en sus afanes de Dios pasó inadvertido. Ningún mortal en la fecundidad generacional, está exento de traer al mundo a estos angelitos y sí ya hubiera sucedido hay que aprender a darles amor inmenso, protección y a educarlos, desde pequeños, a convivir con la sociedad pues son inmensamente adaptables. 13 de diciembre de 2012.

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