sábado, 6 de abril de 2013

De niños

||ABUELITA, ¿TUS OJOS NO ERAN GRISES? Andrés Jesús González Kantún Enroscado en la puerta principal de la casa, los oía conversar muy alarmados: —Oye Carlos, veo al niño muy afligido, no sé si sea mi imaginación, pero lo veo siempre triste, sin ganas de jugar con sus amiguitos. Se pone muy tenso cuando le hablo. En la escuela me cuentan que se dedica a guardar parte del dinero que se le da. Y no se nutre bien. Le he preguntado si tiene algún problema y me dice que no tiene nada ¿Por qué no intentas acercarte a él, trata de sonsacarlo para saber lo que guarda dentro de él? —Son figuraciones tuyas, mujer, yo no le veo ningún cambio de carácter, sin embargo, seguiré tus consejos, algo conseguiré. Pero el intento fue inútil, el niño se encerró en su carapacho del silencio y no le sacó ni una letra. En el recreo me escapé, como siempre, de la casa para compartir sus momentos de alegría y pesares como en este caso. Él es el único que me quiere. Y nos buscamos y más ahora que ya no se junta con sus amigos. Lo miro y me doy cuenta que no deja de observar el retrato de su abuelita, que trae guardado en el forro de una de sus libretas. La acaricia con los ojos y le da besos. Me parece verle humedecido los ojos porque brillan más de la cuenta. Me da mucha tristeza y no sé cómo ayudarlo. — ¡Qué tanto le ves a tu abuelita!, ¿qué no la conoces?— le grita el gordo del grupo. Él sólo sonríe y continúa en sus preocupaciones porque en verdad tiene una que no le deja vivir en paz. ¿Cuál será? A veces le veo sacar de una carterita el dinero que viene ahorrando, lo desparrama en el piso— son puros centavitos— lo cuenta, lo recoge y comienza de nuevo, Me meto con mis ojos tristes entre sus pensamientos, interrogándole lo que le pasa y él lo adivina pues me dice: — ¡Tranquilo Caifás, tranquilo!, algún día sabrás la verdad de mi zozobra. Le contesto con otra mirada aperrunada y yo le creo. Así transcurre la semana y mi amigo de mal en peor. Sus colores infantiles de niño se entintan de cera. Los padres, muy preocupados, lo llevan al pediatra y nada sucede porque lo que él sufre es un mal del corazón. El pediatra lo ratifica: — Este niño no tiene nada, está más sano que un atleta, su mal lo trae en el alma. — Estará enamorado ¿A su edad? ¡Son tonterías! —Interviene la mamá. — Estás loca vieja, otra cosa será y lo debemos averiguar. — Mi nietecito, qué le pasa a mi nietecito, mi adorado Juanito. Pasado mañana lo llevaremos con un psicólogo infantil, abuela, y sabremos lo que carga en el fondo de su corazón. Al día siguiente, el niño cambió su rostro, ahora era un sol, una margarita en una fresca mañana. Recogió desesperado el dinero del suelo, se lo metió en la bolsa, lo sacó de nuevo y lo volvió a contar y me dijo radiante: — Caifás, ahora sí. — Adiós amigos, mañana platicamos. — Está loco Se fue al centro y yo detrás de él. Entró en un comercio con varios aparadores transparentes, llenos de lentes de mil colores y formas. Yo miraba desde fuera porque no me dejaron entrar. — Ya, Caifás, ya lo tengo, vayamos a casa. Ahora todo será diferente. Ya lo verás. Entró a la casa sin respetar a la mamá, aventó su bulto escolar sobre el sofá y se fue directamente a donde se encontraba la abuela. La abrazó tiernamente, luego le acarició el rostro y le dijo: — ¡Abuelita¡ ¡Abuelita! Ya lo conseguí—Mira aquí los traigo, extendiendo ante sus ojos una pequeño cajita. —No veo más que una cajita, hijo. — ¡Ahora verás! La abrió y sacó dos cazuelitas casi transparentes, acomodados en sendos cojines. — ¿Y estas cosas qué son? —Ay abuelita, qué ignorante eres, se llaman pupilentes. — ¿Y para qué sirven? —Cómo para qué, pues para colocártelos en los ojos, míralos son hermosos y tendrán el color café obscuro cuando te los pongas. Así como cuando eras joven y bonita. La abuela muy extrañada quiso saber más. — Te agradezco este regalo, hijo, pero yo no lo necesito, aun puedo ver aunque sea un poquito. — Ay abuelita, no tienen aumento, es por tu salud. — ¿Por mi salud? ¿Y qué tiene qué ver mi salud con estos objetos? El niño reventó en un llanto silencioso. —A ver mi niño lindo, discúlpame, no quise lastimarte explícame el motivo de este regalo, por favor, ya no sigas llorando. El silencio se apoderó del momento, yo me recosté sobre los pies de mi amito y sentí algo atorado en mi garganta. —Mi amor, cuéntanos el por qué le compraste a tu abuelita estos lentes de contacto. ¿No ves que ella no los necesita? Estos aparatos son para los jóvenes para verse más atractivos y nada más. El niño levantó la cara y con mucho trabajo, paseó entre lágrimas a su abuelita y explicó: Hace como dos meses, después que mi abuelita me terminara de contar un cuento, me fijé en sus ojos y se los encontré descoloridos y cansados; le pregunté por qué los traía así pues antes eran alegres y muy cafeteados. Y ella me contestó: —Ay, hijo, cuando los tiene uno así, es que la muerte ronda cerca. — Ay, mi juanito—interpeló la abuela— sí te lo dije fue nada más para jugar contigo y calar el amor que me tienes, no hubo ninguna mala intención, mi cielo. La verdadera razón del color de mis ojos se debe a la edad, a las preocupaciones, al sol principalmente, al amor que se da a la familia, todos esos factores ocasionan que se les gaste el color. — Me dolió mucho escucharlo, mamá. Mi abuelita a punto de dejarnos… —Pues no lo creas así mi cielo, —agrega la madre— los ojos cuando están nuevos presentan un color permanente, fijos y brillantes debido a un colorante llamado melanina. Esa substancia le pone color a las pupilas, la piel y los cabellos y cuando el tiempo pasa, pierden su fulgor, se destiñen, por eso los ojos se vuelven grises como los de tu abuelita. — ¡Ay mi niño bonito cuánto te quiero! ¡Cuánto te he hecho sufrir! La abuelita lo abrazó mientras de sus ojos resbalaban, a duras penas, de su piel hecha pacita dos torrentes de agua isleña en cuyos cauces arrastraban rosas blancas con el perfume adoptado de un galán de noche que perfumaron de amor el ambiente emotivo por aquel gesto de cariño ingente de un rapaz hacia la querida abuela. ¿Y los lentes de contacto? Terminaron en los ojos vivarachos de Marbella, la que le sigue a Juanito. El niño recuperó la salud. Y yo, más amigo que antes.

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