jueves, 28 de marzo de 2013

La discriminación un cáncer inixtinguible

NO SOMOS IGUALES Andrés J. González Kantún Sentado sobre una protuberancia de mis raicillas, desde hace horas, inmóvil, una máscara de congojan, con los codos apoyados en sus muslos, el hombrecito, entre sus manos hechas garras, retorcía de mil modos su cabellera hirsuta. No era para menos estaba muy enamorado de una chica de su rumbo, pero sus padres lo repudiaban por cuestiones de linaje. Los papás de la joven le habían prohibido terminantemente rompiera la amistad con la hija: “¡No son iguales! ¿No lo entiendes? ¡Ella es una Molina, y tú, y tú un simple Uh! ¡Ella es blanca y tú…moreno!— le escupió las palabras en la cara, don Ruperto— le resonaba en la mente en un eco sin fin” El mundo se le vino encima y para apaciguar su apachurrado ánimo regresó a mí para relajarse bajo mi floresta. Al rato se asomó la enamorada para tratar el asunto y yo como testigo de honor. —Manuel, yo no entiendo a mis padres, me han inculcado desde pequeña amar a mi prójimo sin distinciones porque todos somos iguales, y nadie es más que otro pues la sangre no cambia de color. Pero ya vez que en la realidad se desdicen. A mí me gusta platicar contigo, y además estudiamos juntos, entonces, ¿cuál será el problema? Yo escuchaba atento la conversación de ambos y lamentaba el suceso, aunque no me asombraba porque había sido testigo por varias generaciones de mil asuntos relacionados con el mismo tema del desaire por la raza. Desde que llegaron los conquistadores en esta tierra la historia sigue igual; a los nativos hermanos no los consideraban como seres pensantes, una botella de aguardiente o un caballo valía más que ellos. Después de cientos de años la humanidad persiste en una postura terca, irreflexiva e inhumana, la civilización en cuestiones de estirpe sigue careciendo de corazón. Bajo mis ramas he visto correr a hombres de piel negra escapando de grandes jaurías azuzados por hombres blancos que sólo los deseaban para matarlos en el trabajo en los potreros, algodonales y cañaverales, en los deportes son estigmatizados sin razón, sin tomar en cuenta la cultura del hombre civilizado. Todo es color, raza, credo o social las causas. — Está todo claro, Amalia, no me estiman para nada, simplemente por mis apellidos, no hay otra razón. Y luego que quería decirte que te amo con todo las fuerzas de mi corazón. Que las noches sin ti son una agonía, un insomnio eterno, una lacerante forma de sufrir. —Y yo más que tú, no te imaginas cuánto te quiero, tanto que sería capaz de oponerme a todo, fasta la aberrante actitud de mis padres, te lo aseguro. Precioso discurso de un alma enamorada. El hombre desde que es hombre vive sumido en la inmundicia de su soberbia; es un lobo entre sus mismos hermanos, mata cuando quiere y humilla al que se deja sin consideración sólo por la diferencia física o del intelecto. Yo soy originario de esta América nueva, y me aman muchos no por lo que valgo sino por lo que soy. Por cientos de años he sido el confidente único y cómplice de aquella mujer de largos y frondosos cabellos peinados en crenchas que por las noches de plenilunio se pasea junto a mí en espera de un incauto noctámbulo que caiga ante el embrujo de su mirada y su fascinante voz. Aunque sea una sola noche, el hombre elegido vivirá feliz. Manuel mi amado amigo, lo mismo que yo somos de este mismo lugar igual que sus antepasados. Dueños por derecho de ser los primeros colonizadores. Continúa la bella: — ¿Por qué crees que me gusta platicar contigo?, si no sintiera nada por ti otra cosa sería. ¿Qué tienen que ver los apellidos con nuestra relación? Tu color y tus ojos de semilla tierna te hacen más interesante y hermoso. Los prejuicios salen sobrando. Pero tus padres piensan diferente. Yo los oía muy emocionado y quería hablarles, que me escucharan si podían, pero aún no aprendemos los vegetales a comunicarnos con los humanos, quizá algún día cuando el espíritu del hombre madure en quinta dimensión. Cierto, ¿qué tienen que ver los apellidos si la diferencia es de matiz? Los apellidos de donde vengan se originan de la madre naturaleza: de los objetos, de los ríos, de las riveras, de las guerras, de los colores, de las vegas, de las canteras, de los animales, de las plantas, de los objetos, de los patronímicos, de los oficios, del cielo y las estrellas, de los topónimos o lugares, en fin, vienen de todo. Si ella es Molina, se origina de Molino o de una casa o solar; pero el apellido de él, de la novia del sol, de la hermosa luna. Se siguieron llevando a escondidas mientras continuaban sus estudios. Su amor fue creciendo como las aguas marinas en pleamar. Pero llegó el día en que los padres decidieron poner punto final a esta relación dispareja, según su apreciación, que les manchaba con alquitrán su falsa hidalguía. El ego, siempre el ego, hasta la eternidad. El hombre aún no sabe dominar sus emociones. La igualdad es el más bello sueño de la humanidad, que aún está en pañales. Lo importante es la felicidad y compartirla con cualquiera, un privilegio, y más si está en la familia, amar sin distingos ni intereses. Un San Francisco de Asís será la esperanza pues ya lo tenemos presente en Francisco I. Yo soy un ser de 70 metros de altura, muy grueso y longevo. He amado a las aves que anidan en mi follaje, a los hombres que se sirven de mi tronco y brazos para fabricar muebles y de mis frutos en cuyo vientre se extraen nubes que sirven para rellenar almohadas y qué decir de los antiguos dueños de esta tierra que me respetaron y usaron para sus ritos a sus dioses o acuerdos políticos para vivir en paz como cuando llegaron esos de los apellidos rimbombantes que no quisieron ensuciarlos con los de aquí porque era un pecado capital como el caso de Manuel y Amalia. Qué lío el de los dos amantes. Manuel, pensando en que el estudio emparejaba niveles sociales, le dio duro a la profesión. Mientras la bonita de los ojos de mar Caribe y ensortijados cabellos brunos quedó en casa para practicar los oficios del hogar. No la dejaron continuar su preparación académica por el temor a que siguiera entrevistándose con aquel subhombre. La comunicación cada día se hacía más esquiva, Manuel, dándole duro a los estudios. La niña desgajándose de amor y soportando las recriminaciones de sus progenitores. Aquel amor de adolescentes, fue mermando de intensidad como una bajamar. Terminada la carrera, volvió Manuel para arreglar su asunto amoroso, pero la encontró casada. Muy apesadumbrado, como en sus viejos tiempos cuando se sentía deprimido, volvió a mi regazo para desahogarse en llanto. Para bajar con el vermífugo del desencanto racimos de dolor por la descortesía de su amada que no supo esperar ni aclarar la situación. Para hacerle menos su tortura lo abaniqué con mi fronda, alisándole todo el cuerpo acalorado, entumecido por el daño cuando de repente sacó de un envoltorio una soga que deslió y cruzó en uno de mis brazos. Subió en una de mis raíces y se la amarró en la garganta. Quedé sorprendido, pero cuando se aventó al vacío, reaccioné y me hice lo quebradizo. Lo salvé. No satisfecho lo intentó de nuevo y con los mismos resultados. —No es mi destino—rezongó—creo que tengo algo pendiente en la vida, al carajo con las decepciones amorosas, un clavo saca a otro clavo. Y se fue. Lo que no quiso indagar Manuel, fue la suerte que corrió su adorada Amalia. El padre de ella en un negocio mal planeado perdió todo su patrimonio y para evitar la vergüenza ante la sociedad convenció a la hija— que ya se había cansada de esperar y de soportar las reprimendas de su padre— para engatusar a un joven comerciante que le pudiera fortalecer en dinero para comenzar de nuevo. La criatura se sacrificó y se formalizó el matrimonio y vinieron los hijos, muchos hijos. El joven encandilado se llamaba: Melquiades Pech Ac. Un amor perdido por causa de la presunción de los apellidos hispanos. De mi parte seguiré siendo confidente de todos aquellos andarines que quieran tomar bajo mis alas un merecido descaso de las tareas diarias de la vida. 28 de marzo de 2013. .

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