jueves, 17 de noviembre de 2011

EL PRINCIPE JACK Y EL HADA AMOR


Cierto día en que Jack se encontraba mirando ensimismado por la gran ventana de su precioso cuarto, vio pasar volando como saeta en fuga a una diminuta luz resplandeciente que le fue indiferente porque la vida para  él no le sabía a nada. Siempre entre hilos de seda perfumada, protocolos y vasallos a quienes debía atender para resolver  sus problemas.
Vivía  en un gran castillo con  la abundancia  que da la riqueza: mujeres encantadoras, buena comida, ropa, antojos, servidumbre y además contaba con el cariño de sus padres, pero aún así no era feliz. Se ahogaba en la incertidumbre  de su soledad.
Todas las mañanas al despertar, se  asomaba  a la gran ventana gótica de su cuarto y observaba el  paisaje de grandes extensiones de pasto verde-limón rodeado de frondosos árboles que sombreaban los jardines señoriales que diluían  el ambiente con su perfume embriagador,  en fin,  un verdadero paraíso. Pero Jack, siempre pensativo, viajaba  en otros mundos desconocidos, deseando encontrar atractivos nuevos que lo  apartasen de la vida frívola, llena de conveniencias y compromisos sociales propios de su alcurnia.
En el  amanecer de un nuevo día, nuevamente Jack se recargó en el alféizar de la gran ventana abierta para respirar aire fresco, y de pronto…se le aparece  encaramada en olas de viento y mar aquella lucecita fosforescente y misteriosa, pero  que se pierde  entre la densidad  de las flores del jardín imperial.. Ahora sí le llamó la atención y se propuso a investigar el enigma de su terca presencia.
De modo que al siguiente día estuvo atento a la aparición de la luciérnaga. Y así, con los cinco sentidos en alerta, la vio aparecer  y la llamó ansioso:
— ¡Hey lucecita, detente por favor!  ¡Acércate a mi ventana!
La luz se detuvo, y se acercó hasta el ventanal posándose delicadamente cerca del brazo del Príncipe. Con el asombro reflejado en el rostro, pudo darse cuenta   que se trataba de una pequeña mujercita con alas de frágiles ilusiones, de cabello azafranado sujeto por una diadema iridiscente; portaba un vestido largo de color  azul brillante y la rodeaba una campana de luz dorada  que la hacía aparecer más radiante, bella y sensual.
— ¿Quién eres pequeño ser? ¿Por qué siempre te me apareces? —preguntó Jack.
— Soy el hada Amor, amigo príncipe, y he acudido para ayudarte porque es parte de mi misión. Sé que necesitas ayuda  por eso he estado  rondando tu ventana. Te preguntarás como me enteré, es fácil nosotras los seres etéreos tenemos el don de la telepatía y nos aparecemos a los seres humanos para ayudarlos en sus problemas como es el caso tuyo.
— ¿Yo en problemas? Enfermo no estoy, así que no necesito ayuda.
—Eso crees, tú padeces el síndrome de la soledad a pesar de que vives en la opulencia y la falsa alegría cimentada en cáscara de una sociedad vacía y sin objetivos.
— ¿Yo, en la soledad?
— ¡Sí, tú, pero por lo pronto vendré algunos días a platicar contigo sobre tu mal para enseñarte a sentir  las cosas de diferente manera
 — No me siento enfermo, pero en fin,  aquí te esperaré.
Después las visitas fueron constantes. Acudía Amor a la ventana de Jack a contarle fantásticas historias del mundo de las hadas y su misión de animar a la humanidad para encontrar la felicidad a través de la fraternidad y el amor para conservar la salud de la tierra que es también un ser lleno de energía y vida, pero él parecía no escuchar sus relatos, pues sólo permanecía embelesado con la incomparable belleza de la muñequita semejante a un botón de una rosa  a punto de estallar en mil estrellas de luz.
Un día Amor le dijo:
— ¡Vamos Jack, acompáñame, te enseñare el maravilloso mundo que te rodea!
— No puedo, los guardias me detendrían pues han recibido órdenes de mis padres  para no permitirme salir pues por ser el heredero del trono  corro el peligro de que alguien pueda atentar en contra de mi vida.
— Exageras, no pasará nada, deja a una lado tus miedos que te dominan y salta la ventana y sígueme a recorrer el mundo, no te extrañarán, ¡ven vamos!
Jack brincó la ventana y se fue, acompañando a la libélula humana por todo el inmenso jardín que rodeaba su castillo y luego se fueron en alas de sendos pegasos a otros reinos hermanos para comparar la vida en sociedad. Ella le explicaba cómo sus hermanas hadas se encargaban de inducir al mundo en el modo de cultivar el amor entre los hombres para encontrar la felicidad y al mismo tiempo el cómo mantener en magníficas condiciones a aquellas flores luminosas, a los pastos encendidos de verdes, a las aves de colores brillantes y delicado canto Ël aparentemente escuchaba el discurso, pero su cerebro divagaba  no estaba interesado en esas maravillas explicadas, sino  sólo soñaba en el encanto de aquella estupenda mujer  presente frente  a él.
Finalmente retornó a su castillo, ya entrada la tarde, y se dio cuenta que efectivamente nadie lo había requerido en su ausencia, así que respiró aliviado.
Los días se fueron desgajando del árbol de la vida y  Amor en su afán  de entretener a Jack para que sus obligaciones principescas no le fueran tan pesadas y las pudiera administrar con alegría.
Se acercaba el otoño y Amor le dijo:
— Jack, pronto tendré que marcharme,  requieren de mis servicios en otra región.
 ---- ¡No es posible, tú no puedes abandonarme!  
— No te estoy abandonando, sólo me ausentaré por poco tiempo, tengo un trabajo pendiente que cumplir.
 — Las otras hadas te puede suplir.
 — ¡No, es mi deber ofrecer amor al mundo pues de mí dependen muchos seres!
 —— Si tú te vas me moriré de amor y de fastidio, ya no puedo vivir sin tu compañía, tu eres el bálsamo de mi soledad y musa de mis sueños concretados ¿No dijiste que me ayudarías? ¿Qué estarías siempre conmigo cuando yo te necesitara? ¿No te has dado cuento que vivo por ti?
— Si, me he dado cuenta, pero tú no te has querido ayudar, he tratado de enseñarte lo hermoso que es  la naturaleza humana y que todo cambia día tras día sí se entrega uno sin titubeos al amor por la humanidad, de que la vida es maravillosa si nos mantenemos abiertos a recibir  energías positivas y transmitirla a quienes lo necesiten y que los temores se guarden para siempre en el cofre del olvido. Esos milagros suceden cotidianamente, pero depende de ti y nadie más que de ti. Pero tú no me has querido escuchar, te has ensordecido,  encerrado en la coraza de tu inseguridad,  pensando siempre en lo peor, temiendo ser tragado por los males del mundo que siempre están merodeando la felicidad de todo ser humano.
 — De acuerdo, lo acepto, ¿Cuándo te irás?
 —Mañana por la tarde.
 — ¿Vendrás a despedirte?
— Como siempre, vendré mañana temprano, no lo olvides.
Al otro día Amor acudió a despedirse, pero le esperaba una desagradable sorpresa, al acercarse a depositar un beso en la mejilla de Jack, éste la atrapó encerrándola en una pequeña caja de cristal.
— ¡No Jack! ¿Qué haces? ¡Déjame salir! ¡Por favor, déjame salir! ¡Comprende, mi trabajo es importante, el mundo solicita mi ayuda! ¡El mundo necesita de nosotras!
—Yo también te  necesito Amor, no puedes abandonarme,  ahora que me he acostumbrado a ti,  ¿no lo entiendes?
— No seas egoísta Jack, sólo piensas en ti, sólo te pedía que comprendieras mi naturaleza, mi esencia y no lo hiciste, nada de lo que tú puedas darme  equivaldría a la defensa del mundo a través del amor que damos los espíritus buenos.
Y Amor se quedó encerrada en su jaula   de cristal. Así pasaron los días, ella rogándole a Jack la dejara salir y el empeñado en tenerla encerrada,  le llevaba el rocío de la mañana para beber y néctar de flores para cenar que no aceptaba al principio, pero llegó el día en que la luz de Amor comenzó a  parpadear y ella ya no quiso alimentarse más.
— Amor, ¿Por qué ya no comes? ¿Qué te pasa?
Ella con un susurro le contestó:
—Jack, por última vez, hazme caso y déjame salir, necesito mi libertad para poder vivir, te agradezco todo lo que me has demostrado, pero no es suficiente, los seres como yo tenemos que sentirnos libres, sin estar encerrados ni ligados  a nadie, no tienes derecho a privarme de mi  libertad sólo por amarme, yo también te he amado mucho, pero a mi manera y ya vez no te he pedido nada a cambio, el amor se ofrece sin condiciones no con exigencias. Ya llevo mucho tiempo aquí y se me está acabando, y tú no has querido entender mi situación, sólo estás aferrado a que no te deje. Ya te dije, mi amor siempre lo tendrás y cuando me necesites sólo tendrás que llamarme.
— ¿Quién me garantiza que volverás? Te marcharás lejos y al dejar de verte me moriré de amor. Es cierto que tengo mi castillo y todo lo que hay en él, pero nada se compara con tu cariño y tu presencia.
Amor ya no contestó, se quedó callada y quieta, amaba a Jack pero su naturaleza se lo impedía. Pensaba en todo lo que estarían haciendo  sus hermanas hadas en favor de  la humanidad y ella encerrada sin poder ayudar, sin poder llevar ese poco de cielo plena de maná  que la gente insensible necesitaba para encontrar la felicidad.
Una noche, Jack despertó alborotado como presintiendo algún acontecimiento funesto. Rápidamente se incorporó de su lecho y corrió al lugar donde estaba la prisión  de Amor, todo estaba en obscuras ni una pequeña luminiscencia de aquella criatura. Angustiado Jack abrió la cajita y tomó con cuidado entre sus manos el pequeño cuerpo inerte de Amor, comprobando que estaba muerta,  la divina fosforescencia,  se había apagado para siempre.
Jack gritó de dolor, se golpeó el pecho, se jaló los cabellos, pero  fue inútil, su egoísmo había apagado el aura de Amor y al no tener luz de la vida, ella expiró. Tarde comprendió, Jack, lo que ella le había explicado, pero nunca se preocupó por analizar la situación  y ahora todo había terminado.
Colocó el cuerpecito en la ventana, y al poco rato un gran sudario de luz se asomó que la cubrió completita y cuatro libélulas transparentes se la llevaron   en un carro celestial   hacia el espacio intergaláctico y otras cuatro luminiscencias encabezaron el cortejo alado; eran las hermanas de Amor que habían ido por ella. El destino de Amor, alcanzar la morada del Creador de la Energía Universal, el Dios Todopoderoso.
Jack se quedó en su gran castillo sintiéndose más solo que nunca, ya no volvería a sonreír y vivió encerrado voluntariamente en una torre de cristal con eternas luces fosforescentes como foquitos de navidad  que no dejarían  de iluminar las noches  de aquel príncipe que murió en vida  en la búsqueda de un  amor frustrado hasta el fin de los siglos…
FIN

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