miércoles, 11 de mayo de 2011

Elucubraciones


CARTA PÓSTUMA

A ti Lupita,  sólo te pido entereza  (nada de llantos) para expresar con emotividad mis sentimientos de cómo percibí la realidad ante una mujer a quien no tuve el tacto suficiente para atenderla, como debiera de ser, mientras la tuve a mi lado: mi madre, “Madús”. Si te gana el dolor para leer el texto  búscame a alguna persona que le pueda dar lectura como debe de ser.
Antes de leer esta carta te suplico le agradezcas a la gente su presencia a mi inhumación y  le expliques la singularidad de mi conducta como  una más de mis locuras cometidas, aun después de muerto.
Lo que deben tramitar.
Misa de cuerpo presente: Iglesia de la Virgen de Fátima. (Una ceremonia religiosa que acepto más por la costumbre que por mis convicciones. Si no accede el cura me llevan directamente al camposanto)
Acompañamiento fúnebre: Un mariachi de Mérida sin pretexto alguno.
Momento del discurso: un aparato de sonido para la lectura de la carta
Repartir copias del trabajo a todos los asistentes. La voluntad de un difunto es sagrado, se debe cumplir.
Inicio de la lectura
En mis asistencias a los entierros de amigos y familiares siempre me gustó  aquel momento  emotivo de los discursos luctuosos, aunque improvisados, y me decía, el día en que  yo me muera el texto lo redactaré con anticipación y la lectura estará a cargo de mi hija Lupita, pero antes me la recitará en vida para disfrutar mi locura porque después de fallecido ya no será igual,  pues no lo podré escuchar.

Cuando yo desaparezca, que es la sentencia final de Natura,  no quiero que los más cercanos a mí desborden de sus cuencas  aguas saladas por un acontecimiento de por sí natural e inevitable; ni tampoco deseo que inventen, como se acostumbra,  historias  buenas de mi vida que nunca escribí. Solamente  quiero que conversen de la simpleza de mi existencia  la cual estuvo plagado más de errores que de aciertos y de aquellos anhelos que no se pudieron  lograr  por  falta de carácter cuando era necesario decidir a pesar de que las oportunidades   estuvieron siempre al alcance de mis manos.
No debo negar  que mi vida, como la de cualquiera, estuvo bailoteando entre zarzas y flores, pero que tomé con prudencia lo que el destino me ofreció, si no fue  en abundancia, sí   lo necesario para llevar una vida de acuerdo a mis necesidades más urgentes.
Hoy al final de mi camino, por la causa que sea,  me voy satisfecho de mi suerte, la vida me trató bien, no me quejo; no le debo nada, y ni ella a mí. Estamos a mano.
Amigos presentes todavía no ha concluido lo que quiero decirles.


ENCUENTRO FINAL CON MI MADRE

Madús, cuando observo a mis hijas  recogerse  el manojo de cabellos que le cae sobre las orejas me acuerdo mucho de ti. Y más aún, cuando les miro con ternura esos ojos tristes de semilla tierna que les regalaste con generosidad  un día. Y de nueva cuenta te vuelves a aparecer en mis recuerdos  y te aprovecho para retratarte con ansiedad   con la misma veneración  con que las miro a ellas.
A pesar del tiempo transcurrido, tu imagen inolvidable  le recuerda a mi conciencia la poca atención que te presté  cuando las oportunidades se me presentaron a montón, pero que no las aproveché  debido a mi  egoísmo que fue producto de mi loca juventud. Una necesidad solicitada por ti para ser amada y que  no te di  como querías   cuando más te hacía falta. Fue de mi parte un error injustificable. 
Nunca quise entender que lo único que  deseabas,  solicitada  a través de tu mirada amorosa y de tus actos reflejos, era un poquito de cariño y tiempo para cuidarte, y amarte, pero siempre me negué  a propósito porque no quería reconocer que el corazón de una viejecita necesita calor, y que  es  tan frágil como las hojas del otoño  que en su caída al suelo con un suspiro del viento se desmorona. A diferencia de un corazón idolatrado  que adquiere fortaleza  ante todo tipo de adversidades cuando se le alimenta a tiempo y constantemente.
Sin embargo, ante tanta insensibilidad de mi parte,  quise justificar mi torpe proceder brindándote apoyos materiales, a veces innecesarios,  pero de nada sirvieron, pues nunca satisficieron tus aspiraciones de madre. Madús, equivoqué tremendamente el camino en mi  propósito de  brindarte felicidad a mi modo. Fue una actitud que desacreditó  mi papel de hijo consentido.
Algunas veces en mis arranques emotivos  a causa de Baco, después de un juego de pelota,  te apapachaba sin medida y creo que hasta logré que te sintieras  la mujer más feliz  del planeta, pero eran momentos ocasionales. Hasta me imagino que guardabas en tus pensamientos   el gusto porque  continuara con esa conducta disipada  para que te siguiera ofreciendo   mi afecto. De todas maneras,  sirvió de algo  porque tuve la oportunidad de brindarte  mi cariño, aunque momentáneo,   no importaba si era en ese estado alegre, pero creo que  recompensó un poquito  lo que no te daba en un  estado sobrio.
Pues bien, madre mía, a pesar del tiempo pasado, después de tu muerte, ha llegado el momento de la reivindicación, el instante de saldar  cuentas  contigo. Aunque sé muy bien que está fuera de tiempo y ofrecido en un momento inapropiado como el presente, mas nada me importa,  pues  tengo todavía la esperanza de obtener tu perdón por todos esos males que te causé en vida por la inconsciencia de mi terca juventud. Ahora ya  en el final de mi camino  he podido valorar   con claridad que  aquella inapreciable joya que siempre tuve a mi lado no la supe exhibir con orgullo en todos los momentos de mi breve vida en esta tierra. Cuando quise reaccionar ante mi apatía por recuperarte ya era demasiado tarde. No pude cambiar de actitud en tiempo y espacio.
Cuando a una persona, con el impulso natural del corazón, se le  ofrece atención y amor en cantidades,  la  salud se le  fortifica, dándole  más años de vida. A ti te faltó más años para vivir, mamá.  Lástima que no me di tiempo para entenderlo.
Hoy, Madús, es mi  reencuentro contigo, mientras termina su trabajo el sepulturero, como en las viejas épocas, no importa que sea en espíritu, el hecho es que estoy aquí   de regreso… a mi seno  materno. Inevitablemente, a mis ___ años, el tiempo ha llegado puntual con su carga de vales comerciales  para recordarme la deuda que tengo pendiente contigo y con Natura. Mi pago es  entregar mi cuerpo, ya en proceso de descomposición, a la tierra de la cual fui  creado, para regresar después  como polvo cósmico hasta las estrellas de donde provenimos, según  las nuevas teorías  del origen del hombre.
Así pues, Madús, en virtud de mi regreso hacia ti,  te solicito humildemente un cachito de tu casa para volver a sentir el calor de tu regazo como cuando era niño.  En este mismo lugar donde también se encuentra nuestro antepasado, don Martín Cahuich. Te aseguro que ahora sí te vengo a regalar  las rosas de mi amor filial; quiero mezclarme entre tu polvo el cual se filtre por una rendija de la bóveda y se disperse luego por  el aire, por el espacio infinito en una navegación eterna   hasta  conformar sembradíos  terrestres, hidropónicos  y galácticos en donde germinen flores mitad tú y mitad  yo.
Mira mamá, me acompañan en mi último viaje mucha gente amiga: mis compadres, mis parientes, mis amigos billaristas y la familia entera: Chari, Mari, Omar, Lupita, Gabi, Josefina y  tu biznieta la primera, Tiare, ahora señorita,  aquélla que cuando era pequeña te peleabas  tu comida  y otros, que no llegaste a conocer como son: Manuelito, Óliver, Jade, Yésica, Nuria, Andrés Fernando y Milton Guillermo ahora el más chico. Mis yernos también están presentes.
De ninguna manera (si me muero antes) dejaría de asistir tu nuera Irma aquella  que siempre te atendió, incansablemente, y  en tus momentos más duros; de igual forma se encuentra entre nosotros tu adorado primogénito, Aurelio a quien no supe, reconozco,  corresponderle plenamente  como él se merece.
Mamá,  toda esta generosa gente que me vino a despedir en mi última morada,  dará fe de mi estancia en este nuevo hogar en donde te haré  compañía hasta el fin de los siglos.
Antes de concluir esta carta póstuma le pido a mis hijos, con todo respeto, como última voluntad, que vivan siempre en armonía y se ayuden mutuamente, y que escriban en mi epitafio el siguiente texto: “Es una tristeza, amigos, que en el examen de la vida todos aprueban con excelente calificación. Los niveles del conocimiento, clase social,  riqueza,  raza o credo de nada valen;  y si existiera la reencarnación y se aplicara  de nueva cuenta otro examen  la calificación sería la misma, aprobado para la posteridad”.
Recíbeme, madre mía.
Y a mi familia entera, hasta luego.
Todo ha terminado.

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