domingo, 15 de mayo de 2011

Retoños de mi jardín


RETOÑOS DE MI JARDÍN

C
uando los hijos se van, se va la algarabía y la exhortación. Sólo permanece el cruel silencio que se escucha en todos lados del claustro en que se ha convertido el hogar. Después de una anhelante espera regresan los sustitutos, especialmente los fines de semana, pero ahora  son  juguetes en miniatura de varios colores y sabores que no dejan nada  a  su paso como los  tornados en las  grandes llanuras  de Estados Unidos que arrasan todo lo que encuentran. En balde se enronquecen las voces mayores con tantas llamadas de atención para corregir a la turba: ¡aquiétense!, ¡cállense!, ¡cabrones, ahora van ver lo que les va a pasar!,  ¡se los va a comer el chichí!, ¡ea ven para acá, tú!, ¿a dónde vas? Nada surte efecto, las pequeñas sanguijuelas desbocadas han perdido el oído. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho son… no tienen descanso, forman una batería en paralelo, otras veces en serie: basura por aquí, por allá, frutas sintéticas en balones de fútbol, un botón del televisor rodando, el papel del baño en trocitos desperdigados hasta el último rincón., mordiscos, llantos, pellizcos, acusaciones, pistas de aterrizajes forzados,  de bailes y de carreras, los libros en desorden por los aprendices de lectores, el inodoro un puerto local, cuadrilátero, los bajos de la mesa una casa rodante de muñecas, utensilios de loza rotas y desparramados, los muebles en brincolines y fortalezas, los dulces enchiclados en  figuras abstractas sobre el piso, zapatos derechos e izquierdos,  chicles pegados en las sillas, suelo, paredes y pelo, un verdadero desorden, la casa. Una horda de pequeños atilas se la han adueñado; una colonia de liliputienses han llegado en envoltorios de celofán nuevos cruzados con cintas de moños rojos en una isla antes desierta: mis nietos en un desbarajuste de grandes dimensiones. Las jóvenes cabezas han quedado atolondradas, menos las nuestras.
Una marabunta  infantil ha destrozado todo; que ha pintado cabellos blancos en cabellos negros; que ha sacado arrugas en epidermis tersos, que ha desmadejado el ánimo de padres, aparentemente estrictos, aunque en el fondo de sus pensamientos se enorgullecen de sus niños y mandan a volar sus prejuicios: “jueguen, chinguen, si para eso trabajamos”, gritan en el silencio enloquecedor de sus reflexiones. Un mundo grande en desconcierto apabullado por un mundo pequeño de diablillos, pero aún así deseado siempre por los abuelos para atemperar los guiños insolentes de la  necia soledad. Un remolino que viene y se va y cuando no se asoma  se busca, porque se ha convertido, a nuestra edad, en una compulsiva necesidad, pero que puede extender un poco más  las últimas exhalaciones de  vida.
Aguantarlos tiene su premio. El amor intenso que ofrece la ingenuidad es de un valor incalculable,  y el beso que nos dan a cada rato, porque lo pedimos, es de un sabor indescriptible imposible de imitar por algún dulcero  que se precie como el mejor del mundo, y de encima el gusto por llevarlos a la escuela que nos convierte en nodrizas por voluntad propia.
Ahora, los nietos, son juguetes del amor, luz de la soledad nuestra, alivio de la opresora rutina, pero para mañana será otro cuento. Cuando llegue ese momento, ya jóvenes, los veremos convertidos en Aquiles en la conquista de la ciudad de Príamo,  y de las islas de las sirenas; en Ícaros, pero no en alas de titiano de de cera,  en el desciframiento de laberintos de la vida; beberemos la nata de sus angustias aunque nos indigestemos; festejaremos sus alegrías hasta reventar los carrillos; moriremos en vida si acaso les sirva el  regazo nuestro para menguar sus penas; colocaremos en sus sienes laureles y olivas en sus triunfos, aunque fueran los más insignificantes. En fin, estaremos con ellos en todos los campos de batalla, escondidos en el vientre del caballo de Troya, para animarlos, para aconsejarlos, para seguirlos apapachando, a esa simiente nuestra que con el tiempo, que aunque no queramos, se irán alejando de nosotros cuando formen otro jardín. Entonces para esas fechas, si todavía vivimos,  ellos serán nosotros y nosotros ellos como lo fue en el principio de nuestros primeros meses de vida, y no aspiramos a su  conmiseración, tampoco la rechazaremos. El tiempo pondrá las cartas sobre la mesa y apostaremos  de nuevo: poker, pares…nada…nada… Otra vez… ¡Benditos sean los nietos!
UNA ESCENA ENTERNECEDORA
Q
uedé hondamente impresionado ante aquel espectáculo casual ofrecido a mi vista en el momento de traspasar el umbral de la entrada de uno de los salones del CENDI para recoger a mi nieta Nuria por encargo de su madre.
Tirados sobre unas colchonetas, unos niños dormitaban profundamente.  Eran dos grupos separados por un breve espacio, formando sendos círculos cuyos  centros  lo ocupaban las cabecitas casi juntas y los cuerpecitos como rayos de bicicletas y  la punta de los pies cerraban la periferia.  Dormían plácidamente el sueño de los angelitos en una verdadera sincronización respiratorio de  bajadas y subidas de sus pechitos. Mientras tanto una maestra traía en su regazo a una muñeca desmayada en cuya cabecita de tupida cabellera buscaba piojitos que reventaba con bastante regocijo, así lo logré apreciar.
Dominaba un silencio aterrador que me dio miedo de perturbar el celofán de aquel cautivante momento y como pude amortigüé los pasos para tomar en mis brazos a mi nieta Nuria, sin que se diera por enterada de mi intromisión. Bajé las escaleras con una muñequita dormilona y desanduve el camino de la rutina.
Mi pasmo no encontraba cuadratura ante aquella escena inusual de niños dormilones que después de una comida caían automáticamente en brazos de Mofeo en un contagio colectivo.
¡Si usted viera ese cuadro tan enternecedor!

0JOS DE SEMILLA DE CALABAZA TIERNA
Madús:
Cuando me mata la nostalgia por querer verte no necesito de retratos ni de videos ni de otros artefactos modernos, sólo me basta configurar en mis ojos los ojos de mis nietos y en un segundo estás junto a mí.
Es una dicha que sigas presente entre nosotros a través de los ojos de semillas de calabaza tierna que poseen varios de mis nietos en cuyas miradas se destila a borbotones ingenuidad y ternura .En esos ojitos estás tú, en esas miradas estás tú… retratada en mí.
Mi inolvidable viejecita Madús: es inobjetable que pervives en la genética de mis descendientes (por ello los quiero más) la cual me garantiza aún tu permanente asistencia en la familia.
Arrivederchi, nos veremos mañana en los preparativos para ir a la escuela del CENDI.
Atentamente
 Tu hijo Lesho.




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