viernes, 2 de noviembre de 2012

Generoso árbol del Ramón

EL ÁRBOL DEL RAMÓN (Oox en maya) Andrés J. González Kantún Frente a mi casa, ondean airosas sus frondosas ramas color verde limón unos enormes ramones que en el concierto de la flora, en el espacio que ocupan, lucen ciclópeos como queriendo pelear a los ángeles un beso encendido del cielo. Nacieron para atender las necesidades prioritarias del hombre, así ha sido siempre, desde tiempos inmemoriales. Sus frutos tienen la piel erizada y el color y la forma de la pera, pero en miniatura, son sabrosos si se saben guisar. Los mayas antiguos los convertían en masa para apaciguar grandes hambrunas como la que azotó a Calkiní hace mucho tiempo, así lo cuentan los abuelos. En el mes de agosto caen de a montón en una lluvia interminable de música de tambor y que adoquinan el suelo por donde pasa la gente; su exuberante follaje sirve de alimento para los ganados, caballos y otros herbívoros, así como de posada para cientos de kawues (zanates) que cuando se amontonan en grupos en un desconcierto de chillidos y alharacas en el momento de buscar refugio, atarantan el entendimiento del hombre más calmoso, y sus tronco es un formidable material para trabajos de carpintería en donde la fortaleza de sus nervios los hacen irrompibles. Su único defecto es que a cada rato se descuelgan interminablemente de sus ramas aquellas hojas secas que en cadenciosos giros convierten el piso en un tapiz de hojarasca, causando una mala imagen que obligan a los amantes de la limpieza a desdoblarse en más trabajo extra. Si se intenta el aseo, de nada sirve pues más se tarda en despejar el suelo en que se vuelve a inundar de sus vestiduras marchitas que se van con la ayuda del viento para ensuciar otros lugares. De sus bondades, yo no aspiro a más que a una sola: su sombra que ofrece su floresta para hundirme en la gracia inefable que da la lectura o la compañía de un amigo casual que se detiene por un instante conmigo para compartir las dichosas palabras…

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