sábado, 16 de febrero de 2013

Los tricicleros de Calkiní

LOS TRICICLEROS El gato volador “Un enjambre de esforzados seres en frenético giro de sus alados pies, pululan por todos lados— en callejones y avenidas— en busca del pan de cada día tan necesario para la supervivencia” Para ser triciclero, si se quiere sobrevivir, no se necesita más que voluntad para trabajar. Quizá sea la última oportunidad que les queda a todos aquéllos que por desinterés o jugarretas de la vida no encontraron la oportunidad para conseguir trabajo en la profesión que escogieron o de plano no terminaron sus estudios o de por sí no les gustó la escuela. En el Camino Real, el oficio predominante es la albañilería y le sigue en importancia la actividad de triciclero, además de otros quehaceres menores encerrados en la informalidad. No es un trabajo deshonroso porque saca de cualquier apuro a quienes se dedican a esta labor, aunque los que adquirieron alguna carrera merecen mejores oportunidades. Como es el caso de una gran cantidad de egresados de las diferentes escuelas de nivel superior en Calkiní que no obtienen empleo en la carrera que escogieron y no les queda más remedio que dedicarse a la tricicleada o a otros subempleos, siempre hay más excedentes de profesionales que fuentes de trabajo. La creación de los triciclos fue un gran acierto de los fabricantes, pues vino a resolver un problema antiguo de empleo y de transporte de pasaje y carga, ya que la adquisición de uno de esos vehículos está al alcance de la mayoría de la gente. El triciclo es un vehículo con equidad de género, que aparte de la función esencial para lo que fue diseñado, se utiliza para múltiples actividades: • Le sirve al campesino para traer leña y otros productos de su parcela. • Contribuye a evitar la contaminación ambiental. • Funciona como una tienda ambulante o fija, exhibiendo en venta golosinas, baratijas, antojitos, pozole, paleta y nieve, y además sirve como un vehículo propagandístico, entre otras labores que son infinitas. A los triciclos los visten de acuerdo con el gusto del chofer. Cuatro varillas de diferente material fijados en la estructura tubular y con un techo de toldo adquirido o regalado por algún partido político. Un asiento de madera sin cubrir o acolchonado. Un piso de tablas o lámina, y en los costados un material de cualquier cosa, y a veces, unas cortinas transparentes que se materializan en los tiempos de lluvia. Época que provoca el temor de los pasajeros, pues al pasar por calles inundadas en donde no se advierten los hoyancos se vuelcan y terminan en accidentes indeseables. Lo mismo sucede cuando no se observa el estado etílico del conductor, la chispa de sus palabras anuncian que equivocó uno el momento y no queda más remedio que enfrentar los latentes riesgos. Algunos son buenos para cobrar y no les tiemblan las manos; otros son más conscientes, tomando en cuenta la distancia; otros no dan servicio hasta no completar la carga humana. Pero cuando coincide una familia numerosa, hasta en el toldo quisieran instalarla. Desconocen los dones de la urbanidad en el trato y más en el vestir que se pasan de informales: descuidados y siempre en pantalones cortos. Intentar ocupar un triciclero en plena carrera es una verdadera hazaña más que la conquista de México pues se vuelven sordos a propósito al llamado de los usuarios y si acaso responden se justifican con argumentos infantiles, no obstante, que a veces no tienen la necesidad de desviarse del camino que llevan, tal parece que no necesitan el dinero o a veces se percibe que les cae uno mal. Pero lo que más molesta es querer contratarlo cuando están estacionados en espera aparente de clientela y se niegan con una displicencia que choca y al mismo tiempo lanzando una mirada que mataría en un instante a King Kong. El desplante es una de sus insignes conductas y además desquician la paciencia en el tránsito con ellos y a veces dan ganas… Como en todos los oficios, entre los tricicleros, no faltan sus personajes sin pares que aturden el entendimiento si no se les conoce. Entre estos trabajadores, se distingue uno a quien le apodan: “El gato volador”. Circula por las calles velozmente en busca de pasaje, resoplando escandalosas palabras sin sentido que asusta a quien intenta contratarlo. En realidad es una persona inofensiva que le gusta jugar y exhibirse en actitudes infantiles que no van de acuerdo con su edad. Incluso en los amontonamientos públicos le gusta ponerse de cabeza, y después de volver a su postura original, lanza un grito ruidoso que se pierde entre las rendijas de la multitud distraída en la atención de su espectáculo, obviamente causa un gran alboroto. En los períodos electorales, los tricicleros aprovechan la oportunidad para modernizar el toldo de sus vehículos, lo reciben como un regalo de los partidos contendientes (los más fuertes) como si este gesto caritativo les garantizara el voto. Algunos son difíciles de caer en el engaño pues saben el propósito implícito del regalo, se niegan a aceptarlo, en cambio los convenencieros se dejan comprar. Pero los partidos para asegurarse que la propaganda le llegue al público, como es el caso de uno que tiene los colmillos bien retorcidos prefieren instalarlo en el momento de la entrega. Esta actitud evita que el triciclero guarde el regalo y pueda aprovechar a otros partidos que van con el mismo propósito. Los triciclos, aves amarillas con franjas blancas, en su mayoría, se instalan en hilera infinita y esperan pacientemente el armado de sus parasoles que les llegarán de las manos ansiosas de carpinteros improvisados como un obsequio que humilla la dignidad humana por el trasfondo político que representa dicha regalía. Un conductor de un carro que va detrás de un triciclo le da tiempo para contarle los pelos a un gato, y más en la espera del cambio de la luz verde en el semáforo en un cruce de vía y más cuando transitan en religiosa procesión mundana. El automovilista tendrá que armarse de paciencia, y no le queda más remedio porque sabe que el triciclero goza de los mismos derechos que él para transitar. En el disparo de la luz verde el chofer del carro desenmascara el coraje y dulcifica el alma por un instante al observar el agónico esfuerzo que despliega el triciclero al darle las primeras vueltas a los pedales. Pero ese humilde trabajador sonríe maliciosamente y tal parece decir entre dientes: “Ahora te aguantas, tanto derecho tienes tú como yo de circular y circular por donde se quiera”, mientras el chofer se consume de impaciencia y su otro yo renueva el conteo de lo que ya antes había contado… los pelos del gato. Ese derecho que les asiste por circular por todos lados no ha sido reflexionado por ellos pues por las noches, como cocuyos sin luz, giran por el pueblo y lugares circunvecinos, exponiendo su vida misma y la de los viajeros. Son fantasmas en pena nocturna que comprometen a los vehículos mayores. En otros lugares como Candelaria se les ha prohibido transitar por las noches. Cuando no tienen espejo retrovisor, rebasan sin previo aviso o señalan el rumbo de forma inesperada, pero el colmo de los colmos es que a veces lo hacen posicionados en el carril indebido. Se tiene que avispar los sentidos si se quiere evitar alguna desgracia. Siempre tiene uno que anticiparse a sus reacciones espontáneas. Cuando no hay vigilancia policíaca transitan en el sentido que les da la gana y prefieren recortar el camino (sentido contrario) para evitar un desgaste tremendo al rotar en la dirección correcta, quizá tengan razón pues sus potencia vehicular es la de un hombre de fuerza, no dan para más. Algunos prefieren empujar el triciclo como una justificación, aunque quebrantan siempre los reglamentos de tránsito; yo no sé de dónde hayan sacado la idea de que esa actitud es permitida por las leyes de circulación. Pero no todo es naranja agria en el huerto de los tricicleros, también saben cultivar naranja dulce cuando se les concede la enorme responsabilidad de transportar a los niños a la escuela. En este encargo se transforman en excelentes conductores con el conocimiento de las reglas de tránsito de pe a pa, convirtiendo a la prudencia en la rectora de su transitar y cumplen a cabalidad devolviendo salvos a los niños a sus casas. En carnaval los invitan a participar en el concurso tradicional de triciclos alegóricos los cuales convierten en plantas, animales o máquinas, dándoles vida y colorido sin igual y que arrancan aplausos resonantes de un público atento que le forma valla en su recorrido por la calle principal (calle 20) construido en la época colonial por el fraile Pedro Peñas Claros. A veces viajar en un triciclo, cuyo conductor es de palabra fácil, distrae el ánimo al desliar de la madeja de sus pensamientos las palabras que traen el consuelo o la alegría al pasajero. Se abre el diálogo y las cuitas se enredan para enfrentar el día con más energías. Una conversación ágil que se lleva el viento y por la fuerza de la plática permite a terceras personas oír el mensaje sin solicitarlo, saboreando la frescura almendrada de los pensamientos ajenos. Después de todo, ser triciclero es un modo honesto de ganarse la vida en la diaria lucha por la supervivencia por estos caminos viejos de los Ah Canul, y que a pesar de los problemas que causan a los vehículos mayores, más por la lentitud en que ruedan, tienen el derecho inviolable de luchar por la existencia. Las angustias que sufre un automovilista en el momento de encontrarse con estos bárbaros de los pedales son pasajeras y sabe aguantar, aunque forzadamente. En fin, todo sea por el bien de estos amigos de “Mercurio”, brazo derecho de su trabajo diario. Tricicleros que controlan a fuerza a los automovilistas acelerados, ellos, reitero, son contribuyentes indiscutibles del cuidado del ambiente. Alegre por el camino va en agónico paso, mil sueños: “Tarde, pero seguro” es su lema, atento viajero. Derecho tiene a la vida de eso nadie lo discute lo único que respetar debe son las señales de tránsito. Triciclo especial de niños que en la mañana pletórico va, cargando inocencia y risa en tarea conferida. Arácnido engarzadora de angustia familiar, incierto es tu destino, dale vuelta a la vida y gira como siempre has girado No te detengas, pero aprende del rastro que has dejado…

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