sábado, 2 de febrero de 2013

UN FRANKISTEIN VEGETAL Andrés Jesús González Kantún En su paso por Veracruz (en su libro: La verdadera conquista de la Nueva España) Bernal Díaz del Castillo, dejando caer unas semillas de naranja dulce en la tierra virgen presagia: —Estas semillas brotarán y ofrecerán, algún día, un medio de vida a estos pueblos en vías de conquista. Los ibéricos, después de la toma de la gran Tenochtitlán, trajeron de España más cítricos, en especial la naranja agria, y otras clases de plantas. Se promovió luego una permuta intercontinental con productos de todas índoles, y en honor a la verdad nos regalaron más a nosotros, que nosotros a ellos, incluso endosaron a la cultura mesoamericana la genialidad de la palabra indoeuropea. Es curioso, la naranja agria sólo germina en tierra peninsular y es una mil usos para la sazón de los alimentos en la cocina singular nuestra, ¿qué sería un sabroso chocolomo sin la condimentación de la naranja? ¿Y el remedio casero para las contusiones? ¿Y la exquisita agua fresca de naranja?, ¿lo ha probado usted? Es medicinal. Esta naranja del texto presente no fue sembrada a propósito por alguien, sino habrá sido una mano anónima y casual, quizá haya sido el viento o algún pájaro carpintero en diáspora hayan sido los causantes benignos del nacimiento de esta planta indispensable para las amas de casa. Los frutos lo consumen los trabajadores de la Escuela Normal de Profesores porque saben que existe en un rincón del cercado y lo aprovechan también los transeúntes de la calle 22 A, y los vecinos porque sus ramas cuelgan adormecidas fuera de una barda y es fácil bajarlos con una horqueta o un brinco simiesco o si no caen cuando están maduros con un ruido seco y flojo. Frente a mi casa miro siempre a mi árbol y me causa mucha gracia por la imagen que percibo de ella, mi consentida naranja. En medio de un árbol de naranja agria con frutos corrugados escondidos en racimos entre espinas y una marejada verde, y un tronco seco y ceniciento de una palmera—afianzado en un arriate rectangular coloreado de vida pura primaveral—se halla construida una barda con el color rabioso de la bilis en cuyo canto sobresale encrespada una fila de vidrios rotos para desanimar a los más pintados gustosos de lo ajeno. En ese mismo sitio donde coinciden las dos plantas, la una viva y la otra momificada, han encontrado su nicho de amor una pareja de enormes gatos y dialogan frente a frente sentados sobre vidrios. El macho con llanto lastimero de niño pesaroso; y la hembra, con voz resonante y arisca le reclama al galán no sé qué cosas. Mi nieto Jafet que escucha entra presuroso a casa y yo trato de echarlos a larga distancia porque también me dan escalofríos, pero no me hacen caso y tengo que acercarme para hacerme notar y saltan temerosos para la reconciliación amorosa. Visto el tronco liso recortado al ras del cerco, y la copa de la naranja que cae sobre él porque rebasa la barda, en un juego visual ofrecido por la perspectiva parece figurarse uno, la imagen absurda de una nueva especie vegetal de cítrico y palmácea: un frankistein vegetal, un injerto nacido de la mente loca de aquél que sólo pierde el tiempo en darle vuelta a los ojos e imaginación creadora para fabricar mundos confusos o entes fantasmagóricos. En fin, la mente fecunda no tiene límites para encontrar placer en la vida y agradecerle a la madre Gaia por darnos tantos dones y su gentileza por habernos regalado el privilegio de crecer a su lado. 16 de enero de 2013.

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