sábado, 16 de febrero de 2013

Una escena enternecedora

UNA ESCENA ENTERNECEDORA Llegué al CENDI para recoger a mi nieta Nuria por encargo de su madre y encontré en la entrada del salón a Érica, mi sobrina, la encargada de esos niños en botones en cuyo regazo descansaba una muñeca desmayada con la cabecita rizada en donde pescaba con un anzuelo, sus uñas, piojitos que reventaba con bastante regocijo, así lo logré apreciar. Más adelante miré y quedé hondamente impresionado ante un espectáculo maravilloso ofrecido a mis cuatro ojos. Tirados como juguetes en miniatura sobre unas colchonetas, unos niños dormitaban profundamente. Era un grupo compacto, formando un círculo cuyos centros lo ocupaban las cabecitas celestes casi juntas y los cuerpecitos como rayos de bicicletas y la punta de los piececitos cerraban la periferia. Dormían plácidamente el sueño de los angelitos en una verdadera sincronización respiratoria de bajadas y subidas de sus pechitos. Dominaba un silencio emocionante que me dio miedo de rasgar el celofán de aquel cautivante momento y como pude amortigüé los pasos para tomar en mis brazos a mi nieta Nuria, sin que se diera por enterada de mi intromisión. Bajé las escaleras con una muñequita dormilona y desanduve el camino de la rutina. Mi embobamiento no encontraba cuadratura ante aquella escena inusual de niños perezosos que después de una comida caían hipnotizados en un contagio colectivo y automático en brazos de Morfeo, el Dios sueño. Dios bendiga a todos los angelitos- niños que son el néctar divino de la vida en un hogar.

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