EL MAL DE OJOS
Angustiados los padres cifraban sus esperanzas en la medicina tradicional. Ya llevaban un mes de tratamiento pediátrico con los oficiales de la ciencia y el niño no recobraba la salud, al contrario iba empeorando.
En un principio sólo se le calentaban las palmas de las manos y las plantas de los pies, luego la calentura se apropió de todo el cuerpo, convirtiendo al infante en un flácido cuerpo, inerte. El tiempo no daba para más, y los padres optaron por recurrir a una última esperanza: la sabiduría, si es que la tiene, la de un charlatán empírico en quien mucha gente no cree. Un hierbatero de aquéllos que curan con la savia de las plantas y los conjuros en mensajes indescifrables. Los padres del niño acuciados por la situación grávida del pequeño decidieron incursionar en el misterioso mundo de los prodigios.
Por eso bajaron de Campeche, en busca de la más ameritada yerbatera del Camino Real: doña Ofelia, originaria de la villa de Bécal.
Su prestigio había trascendido los confines regionales debido a sus certeras predicciones y la cura infalible de sus pacientes poniendo en práctica la eficacia de sus ensalmos.
La yerbatera destapó el cuerpecito del enfermo y predijo:
─ Es un mal de ojos, estoy segura, pero no se preocupen yo me encargo de curarlo.
Doña Ofelia poseía, según los experimentados en esa creencia, las cualidades únicas de un curandero de niños: un lunar coqueto en el rincón del ojo izquierdo, atributo indispensable en la pediatra tradicional, aunque algunas refutan que no hace falta esa mancha, basta con que se tenga ese don de curar.
La ruda y la albahaca, entraron en acción. Mezclados en una jícara con una porción de alcohol se procedió a la curación. La médica asperjó el cuerpo esmirriado del menor: por la frente, el rostro, la nuca, el torso y dorso, manos y pies, y por toda la geografía corporal; acompañada de soplidos maternales en cada fracción donde le llegó la hisopeada y una serie de arrumacos manuales y de palabras amorosas las cuales transportaron al paciente en el mudo de los ensueños.
Terminó el ritual y se llevaron al niño.
El tratamiento fue eficaz. El infante recuperó de nuevo la salud y los padres, encantados, se desvivieron por recompensar de mil amores a la curandera.
Esa fue una de tantas muestras irrefutables de los beneficios de esa práctica, por eso la gente de pueblo reconoce que existen algunas enfermedades que no tienen solución en el terreno de la medicina científica, sino únicamente se resuelven con el rústico desparpajo de los hierbateros a través del tacto, la saliva, hierbas y brebajes acompañados de expresiones orales indescifrables (conjuros), pero nacidas de un empirismo basada en el sortilegio.
La gente creyente en estos desvaríos, asegura que existe una receta especial para prevenir el mal de ojos.
Antes de salir de paseo se les debe poner a los niños los calcetines al revés o en caso contrario, se le frota nueve veces (número cabalístico) el rostro con la ropa interior del padre, si es niña; y si es niño con la de la madre.
Ya en la calle ya no correrá peligro de que el niño contraiga el mal, pues ya se le habrá vacunado en contra de él. Se asegura que el borracho es el provocador general de esa enfermedad, porque cuando ve a un niño que le simpatiza no se atreve a darle un beso, que es la medicina para contrarrestarla. Pero si los niños, por descuido de la mamá, no van protegidos y se da cuenta de la cercanía de algún alegre fulano, como medida preventiva se lo ofrece para evitar un daño posterior. Aunque a veces los causantes no son solamente los beodos, sino que puede ser una persona sana, basta con que le gusten los niños y no se le acerque a regalarle un beso, enferman. Pero cuando esa persona conoce los percances del mal de ojos se adelanta a la mamá y le pide autorización para la caricia y evitar remordimientos de conciencia.
El mal de ojos es una creencia muy fortalecida en esta tierra y ya forma parte de la cultura nuestra. Es un agregado más para nuestra alforja provinciana.
Cómo negarle un beso a un niño si es el dulce más sabroso que ha inventado la naturaleza para todos. Negárselo es una infamia que no tiene justificación alguna.
CIERTAMENTE, VINIMOS DEL PETÉN ITZÁ…
“Y no dejó de llover y las aguas tempestuosas subían de nivel y arrasaban todo lo que encontraban a su paso. Pero lo más increíble del evento fue que los animales y las cosas les saltaban las palabras, reclamándoles así a los primeros hombres de palo:
─ Nos apaleaban cuando sólo les pedíamos, con la mirada, un pedazo de pan, pero ni siquiera recibimos un desabrido hueso para lamer; nunca se compadecieron de nuestras urgentes necesidades para subsistir. Ahora les mataremos a mordiscos ─ amenazaron los perros ─ aventándose sobre ellos. ─ ¡Cierto!─ aseguraron los comales ─ A nosotros nos quemaron las espaldas día y noche sin compasión y llagados los tenemos siempre. Y se les fueron encima a comalazos.
─ Y a nosotras ─ clamaron las piedras del hogar (aquellas tres piedras que sostienen el trasto de comida a la hora de cocinar) ─ a fuerza de tanta lumbre nos cocieron y tiznaron nuestro lomo. Ahora cobraremos venganza. Después de la palabra, los hechos y como pelotas de béisbol acertaron en los cuerpos de los seres deshumanizados, quebrándoles todos los huesos.
El aguacero continuaba y los animales y las cosas seguían atacando. Entonces los hombres, asustados, se subían a los árboles, pero eran aventados al suelo; buscaron la protección de las montañas y éstas se derrumbaban; todo resguardo les fue negado a los hombres de madera, creados por los dioses mayas, cuya única culpa fue no haberlos ensalzado, reconociéndolos como sus creadores, ¿pero qué culpa tenían estos palurdos si los dioses no les dieron entendimiento?
Los sobrevivientes, fueron los monos, ascendientes de los hombres actuales.
Mi madre terminó la plática mientras recogía el huano que utilizaba en sus tejidos, utilizados en la fábrica artesanal de sombreros.
Quedé abobado ante aquella cautivante historia.
─ ¿Y de verdad sucedió, mamá?
─ Sí, hijo, así me lo contaron los abuelos.
─ ¿Y cuándo fue eso?
─ No lo sé, pero me imagino que aconteció hace bastantes katunes (cuenta del tiempo, usado por los mayas en cantidades de veinte en veinte).
Al paso de los años advertí que aquel fragmento histórico, contado por mi madre, se encontraba impreso en el libro sagrado de los mayas quichés que hablaba sobre el origen del hombre: El Povol Vuh de Guatemala.
Y cuando leí en el Códice de Calkiní quedé aún más pasmado:
“Sufrimos fatiga nosotros descendientes de los Canules, cuando caminamos por caminos cerrados del Peten Itzá, de donde vinieron los de nombre Canul”, quedé doblemente extasiado. “Guatemala, Chiapas, Tabasco, Campeche, Mayapán, Calkiní”
En un principio había creído que “Madús” me estaba hablando del diluvio universal narrado el Génesis de la Biblia cristiana puesto que ella era una fanática religiosa y no perdía ocasión alguna para encandilarme con sus creencias, las cuales aún no traspasan la coraza de mis resistentes convicciones amparadas por el raciocinio de la ciencia.
Mi madre no sabía escribir de corrido ni siquiera era afecta a la lectura, si acaso se distraía en el opio adormecedor de los merolicos de iglesias o de los textos religiosos los cuales recitaba mejor que una grabadora. Ella fue de por vida una rezadora de oficio.
Más tarde comprendí, cosa inusual entre la gente grande de hoy, que ella sí practicaba inconscientemente el ritual de la tradición oral de los abuelos. Esa memoria histórica prodigiosa que natura le dio, le permitía recordar los sucesos de muchas generaciones atrás, no accesible para otros viejos de su misma generación. Le comenté a una de mis hijas aquel episodio imborrable de mi niñez y me contestó que a ella también la habían asustado con ese cuento.
La hermana república de Guatemala, ya tenía su historia cuando llegaron los castellanos, pero no escrita, sino oral. Sólo cuando los mayas aprendieron el alfabeto latino, traído por los frailes franciscanos o dominicos, nació un intento por recuperar el bagaje cultural de sus antepasados, aunque mezcladas con las creencias cristianas occidentales, pero no se recobró gran cosa, sino sólo aquellos fragmentos que les permitió la fuerza de la memoria.
Los mayas sólo disponían de pictogramas poco adecuados para expresar el pensamiento abstracto, de donde surge, en consecuencia, una tradición oral. Fue una lástima que no hayan inventado la grandeza de otro alfabeto como el actual, de haber existido otra mejor historia se escribiría de los mayas, hasta conocer lo inédito de su sabiduría de aquellos tiempos pasados. Lo escrito en códices y libros fueron quemados en un” auto de fe” en Maní, Yucatán por el obispo inquisidor Fray Diego de Landa y para apaciguar sus remordimientos escribió aquel invaluable libro titulado: Relación de los cosas de Yucatán.
Lo que sí nos quedan, aunque pocos, como memoria son las estelas (de piedra caliza más largas que cortas) en donde se representaban a sus dioses, presentación de ofrendas, a los gobernantes y a personas de baja condición social en el papel de víctimas, pero de narraciones nada de nada. Verba volant, scripta manent.
En 1528 después de la conquista de México, el rey español Carlos V aquél que dijo: “que en sus dominios nunca se pone el sol”, encargó al obispo franciscano Fray Juan de Zumárraga recabar información sobre las creencias, ceremonias, rituales, tradiciones de los aztecas con el propósito de rescatar la memoria histórica de un pueblo que le dio batalla. Se recurrió a los más ancianos y los frailes escribas e intérpretes se encargaron de transcribir para la posteridad el tesoro inédito de aquel pueblo. Tal vez por ello se cuente con más literatura que la de los mayas.
Mi madre, desde Calkiní, dio una muestra de una portentosa retentiva, auque sólo fue un retazo de historia, la cual le agradezco, porque si hubiera sido completa me habría muerto de miedo desde aquellos días en que me obsequió el tesoro de la literatura de los tatatarabuelos nuestros.
Ciertamente, procedimos del Petén Itzá… del pueblo de Cakchiquel. De Guatemala, tierra de Miguel Ángel Asturias, tierra de mis antepasados que fundaron el cacicazgo Ah Canul en Calkiní.
¡Oh qué tiempos aquellos, claro, mientras no habían llegado los castellanos!
LOS DZULES EN CALKINI
“No existe una versión única del pasado. Cada persona, cada pueblo ve el ayer con distintos ojos y desde una diferente perspectiva”.
La angustia mantiene en tensión al pueblo Ah canul. Sabe la causa de su desasosiego provocado por aquellos hombres llamados dzules venidos de allende el mar y que cuentan que son hijos del sol y espera en suspenso el desenlace. Pero también le mata la curiosidad por conocer a los extranjeros que se dice que son barbudos y de piel blanca como el resplandor de la luna recién enjuagado después de una llovizna y que vienen montados en animales desconocidos tan grandes como algunos venados, causando el estupor y miedo entre los pueblos.
Los mayas por naturaleza eran lampiños, y ante la presencia de hombres barbados, cuando los vieron bajar de sus barcos, en Cabo Catoche no se quedaron con las ganas de juguetear con sus dedos morenos la fronda de sus vellos negros y rubicundos.
Las madres mayas tenían la costumbre, hasta hoy en algunas familias, de untarles en la cara y cuerpos a los niños recién nacidos una tela entibiada en carbón para evitar, según ellas, el crecimiento de pelambre.
A los Ah canul se les había requerido por Francisco de Montejo, el Adelantado para afianzar las alianzas políticas y reforzar las relaciones humanas entre los pueblos, mas no cumplieron. Este llamado no sólo fue para Calkiní sino para una amplia comarca bajo el dominio español.
El título de adelantado se les otorgaba, durante la conquista, a muchos capitanes para emprender expediciones en nombre del rey. A Montejo, por decreto del 8 de diciembre de 1526, se le concedió el título hereditario de Adelantado.
Ese requerimiento (texto creado para la conquista por Juan López de Palacios Rubios) era un documento exhortativo de procedimiento legalista que debía leerse a los Indígenas en tres momentos para aceptar a las buenas el predominio español, en caso contrario, las armas se encargaban de persuadirlos. Consistían en tres apartados:
1. La donación que Alejandro VI, papa de ese entonces, hiciera de las tierras de América entre los españoles y portugueses.
2. De que los nativos tuvieran el compromiso de reconocer a un Dios único.
3. Y la obligación de aceptar como soberano al mayor rey del mundo, el de Castilla y León.
Este documento, para ser comprendido, era necesario traducirlo lo mejor que se podía en el idioma indígena, pero fue en balde, pues era un texto incomprensible para el entendimiento de los indígenas. La lectura era nada más una formalidad.
Ante esta medida irreconciliable, la historia registra las reflexiones de dos caciques del pueblo cenú en Colombia, quienes respondieron: “¿Por qué habríamos de abandonar a nuestros dioses, recibidos de nuestros padres, que nos otorgan muy buenas cosechas? En cuanto a ese gran sacerdote del que hablan, debiera de haber estado borracho ya que se puso a repartir lo ajeno”.
En 1531, llegó Montejo a Champotón, por segunda vez, para instalar un asentamiento militar y coordinar con mayor eficacia la obediencia de los pueblos mayas. Más tarde se decidió, por conveniencia estratégica, trasladarlo al cacicazgo Ah Kin Pech.
Pues bien, en esa reunión le correspondió al representante de Calkiní, Ix Co Pacab Canul, designado a través de un Consejo, asistir a ese llamado. Pero se dio cuenta, como otros batabes, que los teules se habían debilitado por la pérdida de algunos pueblos bajo su poder debido a su mando despótico y cruel, por eso se negaron a asistir. Aprovechando esta situación, los diferentes cacicazgos, dirigidos por Nachi Cocom, se animaron a combatirlos. Sin embargo, a pesar de haber demostrado que poseían un carácter fuerte y atrevido en la guerra de Mayapán (ich pak como le llamaban los mayas) en defensa de sus intereses, esta vez no pudieron competir y fueron derrotados por la superioridad de las armas europeas y del apoyo de sus aliados indígenas culhuas traídos de México.
Los nahuas nombraban con la palabra teotl a sus dioses (ídolos) como a sus muertos. Debido a esto los peninsulares fueron llamados teules porque se presentaron como hijo de Dios y enviados por el más grande señor del mundo. En su libro “Historia de la Conquista de la Nueva España” de Bernal Díaz del Castillo se cuidaba de no acentuar directamente esa idea por miedo a que La Santa Inquisición lo interpretara a su modo y terminaran en una probadita de alguno de sus inventos más ingeniosos para causar dolor.
La tranquilidad no duró. En 1541, Montejo le cedió el poder a su hijo del mismo nombre, y regresó por segunda vez a México con el deseo de enriquecerse, apoyando a Hernán Cortés en la conquista de México.
De nueva cuenta, los Ah Canul fueron requeridos por el reciente jefe militar, Francisco de Montejo el Mozo. Ahora el embajador, designado en el Consejo Canul, fue Na chán Canul quien optó como el anterior a no acudir.
Esta desobediencia, obligó a Montejo a mandar a su primo del mismo nombre, por carecer de tiempo, para imponer orden en sus dominios. A pesar de la heroica resistencia, los Canules fueron derrotados.
El 3 de enero de 1541, Francisco de Montejo y León (el hijo) toma formalmente posesión del cacicazgo Ah Canul. Fijémonos como lo describe “El códice de Calkiní”:
“Cuando llegaron los españoles se henchía el sol en el horizonte, amanecía en el oriente cuando llegaron. Cuando vinieron a llegar al cabo de este pueblo de Calkiní, dispararon la primera vez. Cuando llegaron a las puertas de la sabana dispararon también una vez y cuando llegaron a sus casas dispararon la tercera vez”
“Llegaron primero sus cerdos (originarios de China) y sus culhuas. Gonzalo(indígena con nombre españolizado) era su capitán”
La dirección que trajeron para alcanzar estas tierras, en una primera parada, fue por vía marítima, quizá fue Sisal. “Estaban en el pozo de sacnicté, en aquellos mares de los Canules cuando tuvieron, casualmente, el primer encuentro.”. En esos mares pescaban los esclavos de Ah Kin Canul, propietario de cuatro barcos. Se saludaron y se adentraron en las espesuras de aquellos rumbos, construyendo a golpe de espada veredas o tal vez tuvieron la suerte de hallar caminos que los guiaran hasta tierras calkinienses.
Me imagino que entraron por la ruta del oriente de Calkiní o quizá por otro lado, aunque no es trascendental precisar el rumbo, lo importante son los hechos. Pero si hubiera sido por el este, habrían atravesado los pueblos desperdigados, algunos, en las orillas de aguadas existentes en otros tiempos: Halal, Tzemez Akal, Tahpuc, Matú, Cixinchah, cercanos a Uxmal. Estos pueblos fueron obligados a asentarse en la cabecera para el mejor control político del gobierno y para tenerlos a mano para la evangelización.
Prosigue la marcha. Van pasando Pacanté (se encuentra al oriente a un Km. de la carretera internacional, convertido prematuramente en ruinas con ayuda de los bárbaros descendientes que no aprecian el valor de la historia) y ya aparece la capital del cacicazgo Ah Canul.
Como era la costumbre, una turba de mexicanos, llámense huehotzincas, tlaxcaltecas, totonacas, aztecas (nombrados culhuas por los mayas) precede la peregrinación al mando de Gonzalo su capitán. La conquista española de México no hubiera sido posible sin el apoyo de estos guerreros. Gracias a ellos, aprovechando las dificultades que tenían con sus vecinos los aztecas, los hijos de Cid Campeador (combatió a los moros y fue símbolo del valor español) lograron conquistar a la gran Tenochtitlán.
Vienen con el pecho inflado como pavos los tupiles, tapadas sus vergüenzas con bragas, la cabeza adornada con vistosos penachos, lanzas con puntas de pedernal o hueso, hondas (yuntunes), espadas de doble filo de material volcánico, garrotes, conforman sus armas; y las rodelas y las corazas enfundadas en el cuerpo, son sus defensas.
Pintarrajeados todos, de negro, rojo y blanco, brotan de sus gargantas gritos aterrorizantes en un concierto de tonos destemplados; una estrategia bélica, una costumbre usada para atemorizar a sus enemigos; se detienen por momentos en el arreo de una pequeña manada de cerdos que vienen hozando el suelo en busca de humedad en donde no la hay.
Estos puercos son de origen español y se criaban como medio de prevención si les faltase el alimento en sus expediciones.
Unos enormes lebreles irlandeses, con las orejas en movimiento, la lengua para afuera, husmean todos los olores que les son desconocidos. Antecede la comitiva, el capitán Gonzalo.
Los lebreles son enormes perros atigrados en el color, que fueron domesticados por los españoles para usarlos en la conquista o para perseguir a los que huían de la esclavitud. A diferencia de los perros (xoloizcuintlis o tlalchichi) aztecas que eran chicos y no ladraban sólo aullaban. Pacheco, el primer encomendero de Calkiní, traído de Oaxaca por Francisco de Montejo, fue un experto en el manejo de estos sanguinarios animales de guerra, así como él.
En la retaguardia se asoma la flor innata de la milicia. Son los conquistadores celtíberos al mando de Francisco de Montejo el Mozo; refrescan sus pulmones con el aire tempranero y nuevo de tierra calkiniense.
Es la nieve andante deshaciéndose en convulsiones salitrosos en tierra tropical de abundante miel más dulce que la caña traída de España, fabricada por pequeñas abejas de oro (uts kaab o x nuuk) de inofensivos aguijones, recogida en panales afianzadas dentro de troncos a ahuecados a propósito, y de nance y zaramullos y del trigo de Indias (el maíz o teocinte). Exhiben con altanería sus armamentos militares: sus resplandecientes armaduras y yelmos metálicos con la visera abierta y los cuerpos acorazados y piernas protegidas con mallas resistentes; refulge de igual forma el acero en los costados; ondea altiva un estandarte en manos del alférez (abanderado): son empresarios y aventureros de la ralea más baja disfrazados que desfilan en una enramada de taconeo rítmico; y una caballería que presume la habilidad de sus jinetes que salen en tropel, encimados en briosos corceles de guerra, (como centauros bicéfalos) a ejecutar una serie de suertes militares de lanzas, rodelas y espadas, unos expertos jinetes que galopan con gracia en robustos caballos de lomo y patas cortas en sillas moriscas. Corren y se detienen repetidamente, haciendo piafar a sus animales y los pretales (correas que rodean el pecho de las cabalgaduras) de cascabeles tintinean el ambiente bélico ocasionando más miedo a los indígenas. Era costumbre de los españoles el uso de estos adornos acústicos y me viene a la memoria esa tradición histórica en una canción antigua de Los churumbeles de España que dice: “Siete cascabeles lleva mi caballo por la carretera”. Fue en Centla, Tab., en donde se puso a prueba por primera vez, en un combate contra los mayas, la eficacia de estos animales. El motivo del pleito, es haberle negado maíz a las huestes españolas que se morían de hambre.
La artillería aparece atrás, los tamemes o porteadores indígenas y negros africanos vienen arrastrando las armas bélicas y cargando todo lo necesario para un acto como aquel
. Montejo sólo necesitó 380 hombres y 157 caballos para someter a los mayas de la península ¿Cuántos habrán llegado a Calkiní en este cortejo?
Montejo el Mozo, con el rostro grave, sabe a que va, y se lamenta que esa empresa no le haya redituado ganancias en oro.
Los popolocas en su riesgosa aventura por toda América, los impulsaba la avaricia por el metal precioso y al no encontrarlo en algunos lugares, como era el caso de la península, inventaron, como en otros lugares, la humillante encomienda que no consistía más que en la explotación del hombre por el mismo hombre: la detestable esclavitud.
Una conquista, que la justificaban así: “se guerrea para evitar la práctica odiosa de los sacrificios humanos y quitarles su maldita creencia politeísta a fuera de sangre y fuego, lo espiritual se los daremos después”. Sin embargo, ¿los españoles no adoraban acaso a más dioses que los mayas?, si se hacen números no se acabarían nunca de contar, sobretodo con el más grande de ellos: el oro. Pero la verdad inocultable fue una descarada barbarie para acabar con la dignidad de una raza, desconocida hasta entonces, que no sabía de ambiciones, mezquindades y atropellos como fue el arrebatamiento brutal de su libertad a costa del maldito oro. Poderoso caballero…, oro, oro y más oro, y a donde iban extendían el sombrero para ver que caía. Los abuelos no acababan de entender el porqué del empeño enfermizo de los misioneros franciscanos en resaltar la gloria de la humildad y la fraternidad humana si sus propios hermanos de raza no cumplían con los mandamientos de la iglesia, al contrario los desobedecían un millón de veces al día. Muchos años después los mexicanos, habrían de cobrarse esos agravios en 1810 con el cura Hidalgo y en la guerra de castas (1847-1901) con los mayas de Yucatán.
La artillería (máquinas y municiones de guerra) irrumpe en el escaso silencio de los montes: las bombardas apuntan algunos árboles (máquina de guerra de cañón corto), vomitando enronquecidas bocanadas de hierro, piedra, humo y pólvora en lugares estratégicos, una en el cabo, otra en la sabana y la última en las puertas de la casa; los mosquetes (como el fusil, pero más largo) , menos escandalosos, llaman a la sumisión; en alto las ballestas saltan de sus cuerdas puntiagudas azagayas (flechas); las culebrinas (cañones de mano), armadas sobre soportes con ruedas (las primeras que rodaron en tierra calkinienses), arrastradas por los tamemes, salen de sus bocas una andanada de balas de a nueve kilogramos de peso. Retiembla el suelo como se sacudía el alma de los infelices nativos.
Van pasando por la finca de la futura Santa Helena (que colinda, ahora, su trasfondo con la Comisión Federal de Electricidad), el camino usado por los antiguos pueblos del oriente (los Canché) por negocios o por visita a los familiares.
Esta muestra de poder, harto exhibidos por los conquistadores, les quitaban las ganas a quienes tenían la intención de combatirlos. Era una estrategia militar psicológica para atemorizar el espíritu de defensa de los nativos. El caballo, desconocido para los mayas y otros pueblos, fue un medio eficaz para la conquista. Una civilización antigua contra una nueva y que a pesar del tiempo transcurrido, aún, no levanta de su cuna. Hoy el dominio son de los mismos, aunque más de los primos de al lado, pero en la economía. Un capitalismo deshumanizado que subyuga tremendamente a los de abajo.
Continúan por la misma calle (la 19) que desemboca en el centro de la capital maya: la explanada (hoy la plazoleta principal) en cuyo subsuelo, posteriormente, se cundirían de túneles extensos e indescifrables laberintos que culebrearían en destinos inciertos. De esas galerías se extrajo el material blanco (sascab) para entrañar las gruesas paredes, bóvedas, almenas, contrafuertes del casillo medieval de San Luis Obispo y del convento de franciscanos.
Los cascos de la caballería y la marcha de los de a pie se pierde en el suspenso del silencio.
Las monumentales pirámides ceremoniales (destruidos para construir sobre ellos, con las mismas piedras y con la ayuda de los indios, otro templo para ser regido por un solo Dios) de la Plaza Principal y aquellas que se encuentran en su periferia (dentro de la manzana de la calle 15 y 11 de la colonia San Luis y de otros lugares) atestiguan, por vez primera, la marcha de estos malandrines aventureros, y en la cima de los adoratorios asoma el humo que en volutas caprichosas se levanta al cielo como muestra de que los sacerdotes Ah Kin May, invocan a sus dioses mayores para evitar problemas en el concierto con los blancos. Y de las chozas de huano, las de la clase bajas, aparecen caras redondas y morenas de muchos niños bizcos, ancianos y mujeres con los pechos descubiertos (es la costumbre) miran curiosos la llegada de los invasores y mientras adentro, los viejos supersticiosos ruegan a sus waayes (ídolos familiares) protectores que en ese encuentro no sea de terribles males para el pueblo. En todo el trayecto, encimados espectadores, bordeando ambas orillas aventaban ventiscas flores de mayo para festejar la marcha triunfal hispana.
Poco falta para llegar. Han atravesado las no nacientes vías del ferrocarril de vapor (calle 20) En el lugar donde se levanta orgullosa la Ceiba madre, es el final de aquella agotadora jornada. Es el encuentro histórico de dos razas diferentes que está a punto de consumarse, es cuestión de tiempo. Mientras se espera el momento, el pozo Halim sacia la sed de los forasteros. Para reponer energía, algunos españoles se tumban sobre el suelo en la casa de huano de Na Puc Canul, batab de Chulilhá, mientras se dispone todo para el banquete.
El Consejo, completo ya tiene dispuesto el tributo acordado. Na Batún Canul acaba de traerlo de Tepakán y con la ayuda de varios esclavos lo acomoda sobre varios petates (póop en maya).
Leamos como lo cuenta emocionado el escondido narrador del Códice:
“Lo entregaron al Capitán (Gonzalo, indígena con el nombre españolizado) cuando ya había amanecido. Este es el tributo que entregaron: cien cargas de maíz recogidos de todos; de pavos un ciento también; cincuenta cántaros de miel; veinte cestos de algodón en rama. El cordón para corazas fue apartado también. Este fue el tributo que recibió bajo la ceiba en Halim”.
Cuando los batabes tenían una reunión de Consejo o algún asunto que tratar en Calkiní disponían de una casa para descansar o pasar la noche si el tiempo no les era suficiente para resolver sus problemas.
Las tripas están impacientes, refunfuñan, desean ser satisfechas. Los hombres mezclados ya no aguantan. Están a punto de romper las reglas de los buenos modales, quieren arrebatar y comer.
Los comeanonas (los españoles) eran llamados así por los mayas no porque les gustase, sino porque era una forma de mitigar el hambre. En sus correrías conocieron el tormento de la falta de alimentos, incluso cientos de ellos murieron por no acomodarse a las circunstancias; otros para sobrevivir tuvieron que convertirse en caníbales, alimentándose de sus muertos que iban quedando en el camino o comiendo de los perritos (escuintlis) que acostumbran a consumir los indígenas o en los peores de los casos, raíces, ratones o todo aquello que pudiera engañar al hambre. Es por esa razón que cuando podían, como medio de prevención, cargaban a sus cerdos en sus expediciones para abastecerse de comida En ocasiones, para ayudarse entre conquistadores dejaban a estos animales en aquellos lugares que pisaban, provisionalmente, para que se multiplicaran y se tuviera comida suficiente para poder sobrevivir. De esos porcinos fabricaban el tocino y el jamón ahumado. Aprendieron también a comer el cazabe (pan de yuca) de los pueblos caribeños, no les quedaba de otra. Los españoles bien lo decían con esta frase: “tener hambre de Indias” es un tormento inenarrable.
Na Chan Canul había invitado a todos lo batabes al evento, el único compromiso que le quedaba por resolver, pues había sido sustituido por Na Pot Canché por no haberse plegado a los ruines intereses de los dzules, y lo peor era que sus propios hermanos lo desconocieron tan solo por haber intentado defender la soberanía de su pueblo. Según ellos esa postura de resistencia provocó ese trance que vivía la población en ese momento. Triste interpretación que se le dio a la conducta patriótica de un batab.
Ya está listo el prorrateo:
Los tupiles (culhuas) eran los encargados de distribuir los alimentos y los otros enseres, y los demás que observaba la maniobra se impacientaron y se fueron encima de los repartidores para arrebatarles todo lo que cayó en sus manos; unos más, uno menos que otros, pero algo se tomó.
Los mayas le llamaban culhuas (culhuacán) a los nahuas presentes (mexicas, tlaxcaltecas, huejotzingos) que habitaron en otros tiempos el Valle de México. Estos guerreros se los trajo Montejo de su encomienda de Atzcapozalco para apoyarse en la conquista de Yucatán.
Los kules, los Ah canes, los batabes, los nobles (los hidalgos o nobles como se les llamaba) observaban atemorizados en el interior de la casa de Na Pot Canché.
Saciado el demonio del hambre, le dieron cabida a otra maldita costumbre militar: el esclavismo de la guerra, y con el dolor de la comunidad se llevaron a la fuerza a algunos hombres para explotarlos o para guerrear (como en la época de la revolución, la famosa leva) o tal vez para convertirlos en posibles candidatos como cargadores o para alimentar a los huichilobos (ídolos aztecas, alimentados con el sacrificio de prisioneros de guerra ) en el caso de los tupiles; y a las mujeres para saciar sus ansias sexuales tanto tiempo reprimidas, aparte de refundirlas en la cocina ambulante para alimentar a los expedicionarios.
El Consejo, finalmente, como representante del pueblo, aceptó convertirse en súbdito de un rey desconocido para ser exprimido con los tributos obligatorios y de adoptar una nueva religión, basada en la adoración de un solo Dios. Acababa de caer la dignidad de un pueblo por tantos años defendida por los antepasados de un pueblo de cuyo linaje se enorgullecían y de una sangre brava que en otros tiempos hicieron gala como guardianes de la ciudad de Mayapán.
Destrozada Mayapán fueron expulsados. Fray Diego de Landa lo cuenta:
“Que estos señores de Mayapán no tomaron venganza de los mexicanos que ayudaron a Cocom porque fueron persuadidos por el gobernador de la tierra y porque eran extranjeros y que así los dejaron dándoles facultades para que poblasen un pueblo apartado, para sí solos, o se fuesen de la tierra no que escogieran quedarse en Yucatán y no volver a las lagunas y mosquitos de Tabasco, y poblaran la provincia de Canul que les fue señalada y que allí duraron hasta las segundas guerras de los españoles”
Esto aconteció debajo de la Ceiba, junto al pozo Halim; un evento histórico y legendario entre dos razas diferentes, cuya mezcla daría luz a una nueva casta: el mestizaje Ah Canul. Más técnicamente dicho: iberoamericano, por la raza; y latinoamericano, por la lengua romance.
La familia Montejo triunfó en su conquista, pero necesitó 40 años para avasallar a la raza maya en toda la península aunque no fue muy fácil, y en su honor en Mérida, Yuc., en la Plaza Principal, se exhibe con orgullo en el frontón de su palacio, en figuras sobre relieve, el cinismo de la humillación impuesta al pueblo maya. Dos alabarderos, enfundados en mallas de hierro, simétricamente ubicados, en posición altiva, mantienen aplastados con sus sucias sandalias dos cabezas indígenas, abiertas las bocas en gestos de inefable dolor. Un espectáculo vergonzoso de la supremacía española; un insulto a la raza maya; un edificio en honor a la perversidad; un indigno homenaje a una horda de bribones que vinieron a usurpar una tierra que no era suya… amañada con la justificación aristotélica de que se viene al mundo a mandar o a ser esclavo.
A la derecha, más abajo, en una cuadrícula de metal un texto alusivo: “1541-1942. Esta casa, que aún conserva su histórica portada de hace cuatro siglos, fue construida por los Montejo, ilustres fundadores de esta ciudad…”
Ciertamente su sangre con la americana originaron una nueva raza que le ha dado identidad a muchas naciones. No obstante sus enormes desmanes, no se pueden comparar con la de los conquistadores de la América del Norte que ahí fue peor. Ellos llevaron a sus mujeres y no necesitaron de las nativas para paliar sus ansias sexuales, así que arrasaron en masa a los pobladores refundiéndolos en reservas. Lo que no sucedió en México.
En la cosmogonía de los mayas, la Ceiba representaba tres niveles: el mundo celestial o superior (comida en abundancia, ángeles y arcángeles bajo la fronda del ya’ axché) asociado con seres sobrenaturales y antepasados; el mundo medio terrenal, donde habitan los hombres; y el acuático inframundo al que se podía acceder a través de cuevas o aguas quietas. Los tres niveles del cosmos se unían mediante un gran árbol del mundo, representado por la Ceiba, es por eso la devoción que se le tenía.
Los españoles para dejar huella de su fuerza militar mandaron construir en ese sitio, con dovelas (piezas en forma de cuñas que conforman el arco) de piedra, un arco de triunfo en miniatura, imitando a los grandes fabricados en Europa o las de la capital yucateca. Esta costumbre la heredaron de los romanos (fueron sus dominadores) quienes a su vez la aprendieron de los mesopotámicos, aunque en esas regiones, los arcos se empleaban como sostenes en el subsuelo para construir los desagües. Le cupo el honor a los latinos usarlos por primera vez en el exterior para la edificación de puentes, acueductos, anfiteatros y en la arquitectura estética de los edificios. En Querétaro todavía se mantiene un acueducto con arcadas.
Los arcos, además de simbolizar el poderío militar, también se erigían para homenajear a algún personaje importante como fue el caso de la construcción del Arco de Triunfo en Francia en honor del emperador Constantino I a quien se le debe la libertad de practicar la religión cristiana, antes tremendamente prohibida.
No obstante, que los hispanos se comportaron brutalmente con nuestros hermanos de raza (según del color del cristal con que se mire) nos legaron algo valioso que lo que ellos nos quitaron con sus desmanes: la palabra. Veamos cómo lo dice Pablo Neruda en su libro: “Confieso que he vivido”.
“(…) Qué buen idioma el mío, qué buena lengua heredamos de los conquistadores torvos… Éstos andaban a zancadas por las tremendas cordilleras, por las Américas encrespadas, buscando patatas, butifarras, frijolitos, tabaco negro, oro, maíz, huevos fritos, con aquel apetito voraz que nunca más se ha visto en el mundo… Todo se lo tragaban, con religiones, pirámides, tribus, idolatrías iguales a las que ellos traían en sus grandes bolsas… Por donde pasaban quedaba arrasada la tierra… Pero a los bárbaros se les caían de las botas, de las barbas, de los yelmos, de las herraduras, como piedrecitas, las palabras luminosas que se quedaron aquí resplandecientes… el idioma. Salimos perdiendo… Salimos ganando… Se llevaron el oro y nos dejaron el oro… Se llevaron todo y nos dejaron todo… Nos dejaron las palabras”.
Además nos trajeron de la fauna y la flora, para beneficio nuestro, especies que se produjeron enormemente en tierra americana:
Caballos, mulas, machos, asnos, vacas (que los mayas confundieron con grandes venados), puercos, carneros, ovejas, perros, gatos, gallinas, y palomas, cítricos (Bernal Días del Castillo dijo en Coatzacoalcos, Veracruz: estas son las primeras semillas de naranja que van a brotar en estos lugares de la Indias), parras, trigo, café, granada, higos, guayabos, dátiles, caña, plátanos, melones y demás legumbres, y aparte los oficios.
Epílogo.
Una ceiba desaparecida, testigo de aquel hecho histórico y que todavía guarda, espiritualmente en la memoria de su sustituta actual, el romanticismo de un ayer lastimado por los hispanos y todavía sin cauterizar, una Ceiba ofendida, actualmente, por una horda de gente grosera que no reconoce el valor histórico que representa y que ha convertido el lugar, en donde se yergue, en un verdadero casino; un recuerdo de aquel Consejo, debajo de aquella vieja fronda, en espera de la llegada de una raza avariciosa y desconocida; un pozo Halim que daba servicio de agua a los trabajadores para la construcción de la iglesia y a los primeros abuelos, y en un pasado no muy lejano, a los vecinos del rumbo y a los antiguos arrieros que venían de Nunkiní, en sus idas y venidas por el oriente en el acarreo del santo maíz (así se le llamaba antes), un cenote , ahora con fisonomía normal y con una entrada secreta enterrada por el tiempo en cuyas aguas no permanece un cubo caído porque es arrastrado por una corriente subterránea para aparecer de nuevo en otro pozo, (lo que demuestra que es un cenote) y un arco de triunfo de origen románico, hoy un esperpento que agoniza lentamente bajo el espectro de la indiferencia total del pueblo(ahora ya no) son tres símbolos de nuestra identidad cultural que deben ser apreciados de alguna manera por todos, material o intelectualmente porque ellos representan el emblema del pueblo Ah Canul. Quitémonos la venda de la miopía de la indolencia y vayamos decididos en su defensa.
Quien ha de imaginarse que nuestra herencia cultural es una mezcla de costumbres, de arquitectura o de la lengua de otras civilizaciones venidas de lejanas tierras ya sea de Roma, Alemania, Grecia, Etruria, Arabia, los pueblos de la mesopotamia, Francia, Inglaterra, Portugal, las islas caribeñas, etc.
Todo ese patrimonio cultural está junto a nosotros en nuestra vida cotidiana. Bien vale la pena reencontrarnos con nuestro pasado para enriquecer la alforja de nuestra sabiduría.
En realidad, el propósito de este trabajo es facilitar la comprensión de algunos sucesos narrados en el Códice de Calkiní, (que por estar inconexos por haber sido escrito por varios autores, se pierde la claridad de las ideas) pero que no se apartan de la verdad histórica, y que sólo se fue recreando con la azarosa conquista de los españoles en América, combinando acciones, mezclando edificios, describiendo armas bélicas, costumbres, la flora y la fauna, vestimentas, lugares, insertando costumbres, la vida de la gente antigua con las cosas del Calkiní actual. Es una forma didáctica para mostrar lo que está escondido en el Códice y que por falta de información no visual, se torna oscura, en partes. La información no visual es el conocimiento previo que se trae para la comprensión de un texto.
Ese ambiente denso de historia local, desea ser despertado por cada calkiniense en un llamado lastimero porque no permanezca para siempre en el anonimato.
Cuánta historia inédita encubre la tierra nuestra, desde siglos, ávida por darla a conocer a sus hijos. La cerámica y los vestigios arqueológicos, aguardan ser descifrados. Es una lástima que en lugar de jeroglíficos, los mayas, no hayan inventado un alfabeto a semejanza del latino.
Dos investigadores dzules (que les interesa lo nuestro, una americana Lorraine A. Williams Beck y un japonés Tsubasa Okoshi Harada) se nos han adelantado en la recuperación de la historia inédita de Calkiní y además nos han de traer otras sorpresas halagadoras, ya lo han anunciado.
En lengua maya legítima “dzul significaba forastero, hoy, caballero”.
El Tu’ uk Ka’ an quiere emerger de la apatía en que lo tiene sumido el pueblo por el desinterés de conocer su pasado histórico, y los responsables de transmitirlo cabalgan displicentemente en el lomo del limbo de la desesperanza, deshojando sueños que no fructificarán per saecula saeculorum amen, sin embargo, en el resquicio de las decisiones, algún día…
UN SALUDO QUE NO SABE DE GRAMATICA
La concordancia en el habla popular no tiene importancia. Es común escuchar el saludo de una persona cuando llama por la mañana en la puerta de una casa: “buenas”, “buenas”.
Y se pregunta desde adentro, ¿quién?, y se responde, yo. ¿Seremos adivinos para saber de quién se trata?
Pero dejemos la desviación de las ideas y continuemos con el tema. En una mañana, el apocopado saludo “buenas” no concuerda con el sustantivo, días, a menos que sea de tarde o de noche. Pero esas reflexiones son pequeñeces en el buen hablar que el pueblo no toma en cuenta porque no sabe de Gramática. Si los hablantes lo siguen diciendo es un derecho que le corresponde sólo a él, ya que la lengua es de su propiedad y el uso que le da es aceptado por todos haya o no concordancia, lo importante es que la comunicación le llegue bien al oyente.
EL AGORERO TUNKULUCHÚ
Cuenta la gente más vieja: “que cuando el tecolote canta el indio muere”.
Yo he visto el rostro espantado de personas fanáticas de la superstición que cuando escuchan el chillido silbante de un tecolote sobre el techo de sus domicilios se persignan y exclaman angustiadas:
─ Jeta’ an kisin shich’ (a este pajarraco lo confunden con el tunkuluchú).
Este pájaro de mal agüero anuncia la muerte en nueve silbidos, si al noveno no llega nada sucederá jamás. Pero siempre es certero, no falla; si no es en la familia señalada, con seguridad, es en otra, que vive por el rumbo.
“Cuando el tecolote canta el indio muere”.
EL ÁRBOL DEL RAMÓN
(Öox)
Frente a mi casa enarbolan airosas sus frondosas ramas, unos enormes ramones que en el concierto de la flora, en el espacio que ocupan, lucen incomparables.
Nacieron para atender las necesidades del hombre, así ha sido siempre, desde tiempos inmemoriales.
Sus frutos redondos y afelpados son sabrosos si se saben guisar. Los mayas antiguos los convertían en masa para apaciguar grandes hambrunas; su exuberante follaje sirve de alimento para los ganados, caballos y otros herbívoros, así como de albergue para cientos de kawues (zanates) que cuando se amontonan atarantan con sus chillidos y alharacas el entendimiento; y sus tallos son formidables para trabajos de carpintería en donde se requiere fortaleza para los muebles. Su único defecto es que a cada rato se descuelgan en cadenciosos giros sus hojas y aunque las repongan inmediatamente, convierten el piso en un tapiz de hojarasca, causando una mala imagen. Si se intenta el aseo, de nada sirve pues más se tarda en despejar el suelo en que se vuelve a inundar de sus vestiduras secas.
De sus bondades, yo no aspiro a más que una sola: su sombra que ofrece su floresta para hundirme en la gracia inefable que da la lectura o la compañía de un amigo fortuito que se detiene por un instante para compartir conmigo las dichosas palabras…
(K’ u’ che’)
Entre la espesura verdeante de un ramonal asoma a duras penas la nariz, en un quiebre obligado de su garganta, un esbelto cedro ávido de beber la luz, que lo convierta en un árbol descomunal y fuerte. Sin ese intento podría rezagarse, porque está en eterna competencia con sus hermanos. El que se duerme no crece; es la ley de la divina naturaleza.
Pertenece a la familia de las abietáceas y es humilde de cuna pues nace en lugares increíbles, hasta en las paredes más viejas sólo que contengan los nutrientes necesarios para vivir.
Es un gigante natural que le gusta juguetear con las nubes en remolinos constantes y alcanza hasta 40 metros de altura; su fronda de perfume inexplicable, aunque no muy densa, está compuesta por hojas puntiagudas, colgadas en ramas horizontales, las cuales tienen propiedades medicinales que estrujadas con los dedos, detienen una hemorragia nasal; es la adoración de los ebanistas que utilizan su tallo compacto, rojiza y fragante para la fabricación de hermosos muebles de duración eterna; en sus elevadas ramas, para su protección, hamaquean en rústicas canastas alargadas que acunan a oropéndolas de plumajes del color del maíz; pero lo mejor son sus frutos secos que le dan perpetuidad y que además les sirve a los niños para explotar su creatividad en la fabricación de animalitos u otros caprichos que se les antoje, clavando y desclavando ilusiones con maderitas.
Cultivar cedros es un gran negocio a largo plazo, pero más que eso, su grandeza no tiene comparación, gracias a las manos artesanales de Dios.
LOS WAAYES
(Los espantos)
¿Alguien se acuerda de los waayes? Me imagino que pocos. Esos esperpentos lo inventaron los ancestros como un medio de controlar la conducta no sólo de los niños sino de los jóvenes y viejos. El miedo es algo natural que se trae desde que se nace y se alimenta con la fuerza de esta frase genérica: “Si no te portas bien el waay te…”. Aclaro hablo de los tiempos idos.
Aparte de sus dioses principales como Yuum cháak, Yum kin, Yumm k’ áak, Yum kimen, etc., adoraban a otros, menores, los cuales adornaban los hogares.
Esos diositos conocidos como waayes se representaban, como en algunas religiones, en ídolos de barro, piedra o madera con formas más diversas, especialmente en figuras horrendas, especialmente en imágenes de animales, y tenían la responsabilidad de conceder gracias o proteger a las familias de las calamidades.
Pasado el tiempo, muy cercano a algunas generaciones nuestras se transformaron en otros waayes. Conocidos son el waay k’ éek’ en, el waay j chiibo, el waay wakax, pero el más conocido, creo, hasta ahora es el waay tucho, aunque ya se ha convertido en chi chi, y los niños bien que lo conocen, aunque nunca lo han visto.
Estos waayes últimos, eran personas que se transformaban en animales para divertirse del miedo del vulgo y crecieron mucho que hasta se creyó de su existencia. Vivieron mientras no llegaba en su plenitud los adelantos de la ciencia, si acaso se conservan en los pueblos más rezagados.
Conozcamos algunos.
El waay j chiivo
Este era un brujo consumado que a través de un conjuro (frases misteriosas) y nueve volantines adelante y nueve, por atrás se destornillaba la cabeza, lo depositaba sobre algún objeto y se convertía en un capricornio y se iba a las andadas… a sembrar el miedo. Aunque lo único que sé, que estos fantoches eran personas vestidas de ese modo y que aprovechaban el temor que causaba esta historieta para poder salir sin problemas para visitar a sus amadas clandestinas. En Calkiní hubo un famoso waay oso, con las mismas intenciones y cuando fue descubierto por el marido le dieron una soberana tunda.
El waa pa’ ach
Este era un ser monumental como el cíclope de Homero. Un espanto para todos aquellos jóvenes que acostumbraban a desvelarse y que se les aparecía, siempre, en una esquina con las piernas abiertas para invitar al trasnochado a cruzarlas, lo que nunca sucedía, pues el que se animaba moría apachurrado. Si se regresaba para la otra orilla de nueva cuenta se encontraba ahí ¿Cómo se salvaban? , nunca se daba razón. Lo único que se sabe es que era un ser que a todos atemorizaba.
El término waa pach, a través del tiempo, ha sufrido variaciones en su morfología, lo correcto sería decir waay puch’ porque ese era su intención de la bestia comprimir.
Historia suspendida en la memoria de mi madre, relatada en Los Cantares de Dzitbalché.
El wuay tucho
Este es un de los más cercanos a nuestra época. Comúnmente se utiliza como arma para asustar a los niños llorones. Es una estrategia eficaz para callarlos: “Cállate porque ahí el way tucho y te va a comer”. Hoy ha sido sustituido por otro: el chichí, y vaya que funciona también. Si acaso estos seres ya desaparecidos se conservan, actualmente, en la palabra que se usa como burla cuando a alguien se le escapa alguna exclamación de afeminado se le chancea con el waay o a veces de admiración en un juego de azar.
El chi awat
Esta mosca gritona, aún da muestras de vida. Lo certifican personas serias, enemigas del invento.
Este insecto hematófago se anuncia con un chillido tan fuerte y lastimero que estremece a cualquiera. Cuentan que se alimenta, exclusivamente, con sangre de alguien muerto en un accidente. Su aullido es un mensaje de mal agüero. Escucharlo no se le desea a nadie.
Todos esos espantajos incorpóreos sólo existieron en la mente inocente de los antiguos y que se han vuelto historia por lo cautivante de su fantasía
El xúxac
(Canasto grande)
El xúuxac es un cesto oblongo (alargado) construido con un material flexible, para darle forma, llamado bejuco. Funcionaba con dos propósitos: le servía al campesino como depósito en el momento en que iba cosechando la milpa; y el otro, para asustar a los niños cuando se portaban mal.
En el último objetivo se encerraba al niño en él, y en su derredor, el castigador, le acercaba, en movimientos rápidos, un manojo de hierbas secas o papel periódico encendidos que mataba de miedo al pequeño. Yo fui testigo de la aplicación de esta estrategia en una cueva en donde se tejía. La medicina nunca fallaba y menos se olvida.
El pozo “Isabel"
En una dejada un triciclero, fácil de palabra, me fue deshojando en el camino rumbo a mi casa una historia misteriosa que me pareció muy interesante. Le rogué que fuéramos a vuelta de rueda para que terminara su relato.
Secándose el agua salada que le resbalaba por el rostro con un paliacate rojo comenzó:
En Kilakán en la calle 28 por la 25 y 23 existe, casi en medio de la calle, un pozo que fue de uso comunal cubierto por una loza de concreto, pero a causa del agua entubada se clausuró. A simple vista pasa inadvertida ante la mirada de la gente, pero algunas personas saben que tiene algo que contarnos, y qué relato.
En esa calle, hace muchos katunes, vivía una guapa mujer como una luna llena después de una lluvia, que era asediada sin cesar que si se trataba de enamorados no se terminarían de contar hasta estos días. Se sabía bonita y deseada hasta en los sueños por aquellos corazones rodantes, por eso le gustaba jugar a las cartas con las ilusiones de muchos jóvenes a quienes ni siquiera se dignaba en obsequiarles una mirada de sus ojos tornasolados como lo que queda en el chapaleo del aceite con el agua. Hubo uno que le gustaba mucho, pero sabía muy bien el momento en que le debía entregar el alma, mientras tanto lo traía como a un equilibrista en una cuerda floja.
Un pozo que no existía antes, y que obligaba a la linda moza a acarrear el agua a tres cuadras de donde vivía. ¿Un sacrificio? Puede que sí, pero a ella no le pesaba porque sabía que de ese modo, además de sus cántaros de agua, los llenaba también con suspiros de querencias alborotadas, y de esperanzas a borbotones.
Mientras más arreciaba el acoso ululante, un día cayó de quién sabe dónde un nuevo rayo competidor. Era alto, bien plantado, con característica de forastero por el hablar. La bonita también se fijó en él y empezó el bailoteo, cual si fuera la danza de un pavo real al acecho de su hembra.
Como toda mujer pudorosa y acomedida (al principio), esperó con serenidad los primeras arremetidas, recibiéndoles con galanos esquivos a la manera de un torero consumado. Hasta que por fin saltaron con reservas las primeras palabras entre los dos:
─ Señorita, desde hace días, sin que usted se percatara de mi presencia, “eso creía él, pero si supiera…”, he estado observando el esfuerzo que le causa traer agua desde muy lejos y me ha dado mucha pena. Si usted no lo toma a mal me gustaría ayudarla.
La coraza, apenas se inmutó, ¿cómo iba a aceptar así de pronto una ayuda de un desconocido y menos si aparentaba ser de otro lugar?
─ Permítame presentarme, mi nombre es Juan y soy de Calkní, nada más que hace tiempo emigré con mi familia a Catemaco Ver., por una oportunidad de trabajo que se le ofreció a mi padre. Pero ya estoy de vuelta y pienso establecerme aquí, poniendo un negocio de medicina tradicional.
La muchacha, con la cercanía del joven, sintió en la nuca un gusanito que se le subía y se le bajaba desde la cabeza hasta la punta de los pies encendiéndola toda, y a la vez, un cierto escalofrío como en una mañana de mucho frío, tal vez era la señal del amor verdadero esperado hace tiempo o, ¿acaso no así se anuncia?
Sobreponiéndose a esa exquisita sensación, la concha abrió una rendija:
─ Muy bien, ¿y en qué consiste el apoyo? ¿A cargar los cántaros? ¿A construirme un pozo en mi terreno?─ contestaba arisca la desconsiderada.
─ Auque se burle de mí, algo por el estilo.
─ ¿Me ayudará en qué? ¿A ver dígame?
─ Aunque usted no lo crea, le voy a perforar en un día un pozo, enfrente de su casa con un hermoso brocal de piedras labradas y sus arreos de encima ¿Qué le parece?
─ ¡Ajá! Muy bien, conque un pozo en un día y con un brocal y sus avíos, está usted reloco, un pozo… ja, me muero de risa, ja ja ¿Y por qué no en mi patio? ▬ Seguía jugando
▬ La gente también lo necesita.
─ Un pozo y en un día ▬ repetía la condenada.
▬ Se lo aseguro.
Incrédula la muchacha le dio groseramente la espalda y se metió en su casa, mientras el joven le gritaba:
─ ¡Un pozo, verá usted! ¡Un pozo…!
Al día siguiente, la chica se preparó, pero al salir de su casa quedó boquiabierta: frente a su casa, un pozo con brocal de piedras reluciente y encuadradas, nuevo carrillo y sogas… y ambiente…
─ ¡Madre de mi alma esto no puede ser, seguramente es obra del diablo! “Mas o menos, alguien musitó en forma misteriosa como en un eco que se fue desvaneciendo poco a poco en el viento de la mañana”
La moza, todavía incrédula, conversó a sus padres la plática del día anterior y no le creían. El joven extraño no volvió jamás, así como llegó así se fue ¿y la tienda de medicina herbolaria? Puro cuento.
El pozo fue aprovechado por la comunidad, aunque a cambio de la vida de la chica, porque ésta murió al mes.
Cuentan las viejas lenguas que dentro de ese pozo a veces se escuchan murmullos y burbujeo de agua como queriendo salir.
Amigo lector, si quiere usted conocerlo déle gusto a su curiosidad y vaya a la dirección antepuesta. Vale la pena conocer el pozo Isabel.
El triclero concluyó, y yo embobado bajé, trastrabillando con dirección a mi casa. Iba con el pensamiento, revoloteando de conjeturas de aquel relato aún inédito en la expresión escrita, ¿habrá sucedido en realidad o fue un invento de aquel bohemio trabajador? ¡Sepa la bola! Pero estoy seguro, amigo lector, que esta historia le habrá cimbrado las fibras más sensibles de su ser.
Eclipse lunar
El pueblo rugiendo sorpresa y miedo. El batab dando órdenes a todo su género. Las mujeres reflejan angustia ante aquel evento, los niños acurrucados en un rincón, con los ojos cerrados, no dan crédito de lo que está pasando. La noche y la luna en pleito celestial ante cientos de ojos alucinados, suspendidos en la inmensidad del firmamento. El retintín de los grillos y demás insectos, inadvertidos antes, arrecian ahora su presencia. Tiemblan todos de pie a cabeza, hasta los animales se alborotan en busca del lugar donde acostumbran a guarecerse ¿Es un presagio de desdichas?
Los algodonales blanquean en copos de nubes en la parcela; los maizales sonríen con sus áureas espigas en flor; las trojes rebozan del maíz sagrado que da alimento al pueblo maya; y las futuras madres sollozan sus abultados vientres enfebrecidos por aquel misterioso acontecimiento
Mas de repente zumba, en ese ambiente aterrador, una música destemplada de caracoles marinos, trompetas, ocarinas, silbatos, raspadores de hueso o concha, sonajas de frutos secos, zacatlanes, tunkules, concha de tortuga y en coro tumultuoso acrecientan las voces altisonantes de todo el pueblo. Una verdadera y escandalosa revolución para inventar ruido a como dé lugar.
El pueblo sufre porque se están comiendo a su diosa Uh por el xuulab (hormiha arriera). Los mayas veneraban a la luna porque era la patrona del tejido, del maíz, de la cosecha y del parto.
Este suceso que los mantenía en agonía era un eclipse lunar.
No hace mucho tiempo que esta práctica murió en nuestra tierra, aunque solo se tocaban latas, se disparaban escopetas o cualquier cosa que produjera ruido. El verdadero antecedente de esta práctica no se conocía, sólo el automatismo, arraigado en la subconciencia del pueblo, lo mantenía viva aunque con ciertas variantes. Hoy esa música destemplada ya no se escucha, porque nadie se acuerda, tiempo y ciencia se han comido a la luna en cachitos.
El kanan kool
(El cuidador de la milpa)
El producto de la tierra para el indígena maya es sagrado. Tiene el conocimiento que de él depende la seguridad de su familia y de la comunidad. Así que no necesita cuidarse, pues sabe que todos saben que la leche materna es intocable. Pero a veces, como en toda regla escrita, se producen excepciones, pues no faltan los pícaros que cuando ven las milpas cuajados de suculentos frutos no resisten la tentación de apoderarse de algunos con la creencia de que el robo pasará inadvertido para el dueño, pero desconoce (a propósito) que el campesino tiene contado a sus hijos. Esa mala conducta si no es castigada por las leyes del hombre, más tarde será enjuiciada ante las leyes del monte, pues si el terreno está curado el castigo será la muerte.
Curar un terreno consiste en un ritual cautivante tanto para los coludidos en él como para aquéllos que asisten como invitados. A esa ceremonia se le llama kanan kool.
Veamos cómo se desarrolla.
Se recurre a la experiencia de un prestigiado pul ya’j o yerbatero y se delimita el espacio donde se va a trabajar. En este caso es el centro del lugar donde refulge el alimento sagrado.
Se traza un cruz imaginaria en cuyos cuatro extremos se asientan jícaras de sakab y en medio se entierra un muñeco de barro, excelentemente torneado, en cuyo cuerpo le dejan caer nueve gotas de sangre del dueño de la milpa, mientras el hechicero asperja de sus labios una serie de expresiones jeroglíficas mezcladas con rezos cristianos, como es la costumbre en esos ritos.
Una vez concluido el trabajo del merolico santiguador, el campesino debe inventar una contraseña para que pueda ser identificado por el espíritu viviente cuando visite la milpa. Puede ser un silbido, un insulto o cualquier palabra que se le antoje. En caso contrario, no se le reconocerá y sufrirá de igual forma que un extraño visitante. El cuidador ya está listo para el trabajo.
Gente desconocida que profane la milpa sufrirá una serie de travesuras del vigilante y si se lleva algún producto agrícola se le castigará con la muerte.
La mayoría de los campesinos conocen estos secretos, pero si algún día les carcome el gusanito de la tentación ellos…
No hay comentarios:
Publicar un comentario