viernes, 9 de septiembre de 2011

El pozo Isabel


El pozo “Isabel"
Andrés Jesús González Kantún

En una dejada un triciclero,  fácil de palabra, me fue deshojando en el camino rumbo a mi casa una historia misteriosa   que me pareció muy interesante. Le rogué que fuéramos a vuelta de rueda para que terminara su relato. 
Secándose con el dedo índice el agua salada   que le resbalaba por la mejilla  comenzó:
En Kilakán en la calle  28      por  la 25 y 23       existe, casi en medio de la calle, una poza comunal que fue  cubierta, ahora, por una losa de concreto por causa del agua entubada que vino a suplir el agua de pozo.  A simple vista no se advierte su presencia, pero algunas personas  saben que existe y tiene algo qué contarnos, y qué relato.
En esa calle, hace muchos katunes, vivía una guapa mujer como una luna llena en una noche de octubre. Era tan bonita que era asediada sin cesar por muchísimos pretendientes que  no se terminarían de contar con los dedos. Se sabía bella y deseada  por aquellos corazones rodantes, por eso le gustaba jugar a las cartas con las ilusiones  de muchos de ellos a quienes ni siquiera se dignaba en obsequiarles una mirada de aquellos  ojos tornasolados como lo que se fragua en el chapaleo del aceite con el agua.  Hubo uno que le gustaba mucho, pero sabía muy bien el momento en que le debía entregar el alma, mientras tanto lo traía como a un equilibrista en una cuerda floja.
De aquel pozo de que se habla no existía aún y fue el culpable de esta historia de amor. Aquella linda moza acarreaba  el agua a tres cuadras de donde vivía. ¿Un sacrificio? Puede que sí, pero a ella no le pesaba porque sabía que de ese modo, además de sus cántaros de agua también  los llenaba  de sus querencias  alborotadas, y de esperanzas a borbotones.
Mientras más arreciaba el acoso ululante de mil moscardones. Un día cayó de quién sabe dónde un nuevo abejorro competidor. Era alto, bien plantado,  con característica de forastero por el hablar. La bonita también se fijó en él  y empezó el bailoteo del amor, cual si fuera la danza de un pavo real al acecho de su hembra.
Como toda mujer pudorosa y  acomedida (al principio), esperó con serenidad los primeras arremetidas, recibiéndoles con galanos esquivos a la manera de un torero consumado. Hasta que por fin saltaron con reservas las primeras palabras  entre los dos:
 —Señorita, desde hace días, sin que usted se percatara de mi presencia, “eso creía él, pero si supiera…”,  he estado observando el esfuerzo que le causa traer agua desde muy lejos y me causa mucha pena su sacrificio. Si usted no lo toma a mal me gustaría ayudarla.
La coraza, apenas se inmutó, ¿cómo iba a aceptar así de pronto una ayuda de un desconocido y menos si aparentaba ser de otro lugar?
— Permítame presentarme, mi nombre es Juan y soy de Calkní, nada más que hace tiempo emigré con mi familia a Catemaco Ver.,  por una oportunidad de trabajo que se le ofreció a mi padre. Pero ya estoy de vuelta y pienso establecerme aquí, instalando en el mercado  un negocio de medicina tradicional.
La muchacha, con la cercanía del joven, sintió en la nuca un gusanito que se le subía y se le bajaba desde la cabeza hasta la punta de los pies  encendiéndola toda, y a la vez, un cierto escalofrío como en una mañana de mucho frío,  tal vez era la señal del amor verdadero esperado hace tiempo o, ¿acaso no así se  anuncia el amor?
Sobreponiéndose a esa exquisita sensación de hormigueo, la concha de nácar abrió una rendija de esperanza:
  —Muy bien, ¿y en qué consiste el apoyo? ¿A cargar los cántaros? ¿A construirme un pozo en mi terreno?─ contestaba arisca la desconsiderada.
—Aunque se burle de mí, algo por el estilo.
— ¿Me ayudará en qué? ¿A ver dígame?
—Aunque usted no lo crea, le voy a perforar en un día un pozo, enfrente de su casa con un hermoso brocal de piedras labradas y sus atavíos de encima  ¿Qué le parece?
 — ¡Ajá! Muy bien, muy bien conque un pozo en un día y con  un brocal y sus avíos,  está usted reloco, un pozo… ja, me muero de risa, ja ja ¿Y por qué no en mi patio? ▬ Seguía jugando
—La gente también lo necesita.
— Un pozo y en un día ▬ repetía la condenada coqueta.
—Se lo aseguro.
Incrédula la muchacha le dio groseramente la espalda y se metió en su casa, mientras el joven le gritaba:
— ¡Un pozo, verá usted! ¡Un pozo…!
Al día siguiente la chica se preparó para su rutina, pero  al salir de su casa quedó boquiabierta: frente a su casa, lucía un pozo con brocal de piedras relucientes y encuadradas, nuevo carrillo y sogas… y ambiente…
— ¡Madre de mi alma!, esto no puede ser, seguramente es obra del diablo! “Más o menos, alguien musitó en forma misteriosa  como en un eco que se fue desvaneciendo poco a poco en el viento de la mañana”
La joven morena, todavía incrédula,  conversó a sus padres la plática del día anterior y no le creían. El joven extraño no volvió jamás, así como llegó así se fue ¿y la tienda de medicina herbolaria? Puro cuento.
El pozo fue aprovechado por la comunidad, aunque la chica amada  murió misteriosamente a los dos días siguientes.
Cuentan las viejas lenguas que dentro de ese pozo a veces se escuchan  murmullos y burbujeo de agua como queriendo salir.
Amigo lector, si quiere usted conocerlo dele gusto a su curiosidad y vaya a la dirección antepuesta. Vale la pena  conocer el pozo Isabel.
El triciclero concluyó, y yo embobado bajé, trastrabillando  con dirección a mi casa. Iba con el pensamiento, revoloteando de conjeturas de aquel relato aún inédito en la expresión escrita, ¿habrá sucedido en realidad o fue un invento de aquel bohemio trabajador? ¡Sepa la bola! Pero estoy seguro, amigo lector, que   esta historia le habrá  cimbrado las fibras más sensibles de su ser.
 

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