LOS DZULES EN CALKINI
Andrés Jesús González Kantún
Francisco de Montejo El sobrino.
“No existe una versión única del pasado. Cada persona, cada pueblo ve el ayer con distintos ojos y desde una diferente perspectiva”.
La angustia mantiene en tensión al pueblo Ah canul. Sabe la causa de su tribulación provocado por aquellos hombres llamados dzules venidos de allende el mar y que cuentan que son hijos del sol y espera en suspenso el desenlace de ese encuentro con el destino. Pero también le mata la curiosidad por conocer a esos extranjeros anunciados en el libro del Chilam Balam, que se dice que son barbudos y de piel blanca como el resplandor de la luna recién enjuagado después de una llovizna y que vienen montados en animales desconocidos tan grandes como algunos venados, causando el estupor y el miedo entre los pueblos peninsulares.
Al fin llegaron, y al verlos bajar de sus barcos en Cabo Catoche, no se quedaron con la curiosidad de manosear con sus dedos morenos la fronda de aquellos vellos negros y rubicundos. Los mayas por naturaleza eran barbilampiños.
Yo no sé de dónde les brotó la idea a las abuelas mayas de untarles en la cara y el cuerpo a los niños recién nacidos una tela aromatizada y entibiada en carbón para evitar, según ellas, el crecimiento del pelambre sí de por sí esa raza no alimenta vello. Esta costumbre aún persiste en algunas regiones.
A los Ah canul se les había requerido por Francisco de Montejo, el Adelantado para afianzar las alianzas políticas y reforzar las relaciones humanas entre los pueblos, mas no cumplieron. Este llamado no sólo fue para Calkiní, sino para una amplia comarca bajo el dominio español.
El título de adelantado se les otorgaba, durante la conquista, a muchos capitanes para emprender expediciones en nombre del rey. A Montejo, por decreto del 8 de diciembre de 1526, se le concedió el título hereditario de Adelantado.
Ese requerimiento (texto creado para la conquista por Juan López de Palacios Rubios) era un documento exhortativo de procedimiento legalista que debía leerse a los Indígenas en tres momentos para que éstos aceptaran de buen modo el predominio español. En caso contrario de no acceder a las condiciones propuestas, las armas se encargarían de persuadirlos. Consistían en tres apartados:
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