lunes, 30 de abril de 2012


El pozo “Isabel"


En una dejada un triciclero,  fácil de palabra, me fue deshojando en el camino rumbo a mi casa una historia misteriosa   que me pareció muy interesante. Le rogué que fuéramos a vuelta de rueda para que terminara su relato. 
Secándose con el dedo índice el agua salada   que le resbalaba por la mofletuda mejilla  comenzó:
En Kilakán en la calle  28      por  la 25 y 23       existe, casi en medio de la calle, una poza comunal con un pretil de piedras labradas que dejó de funcionar por causa del agua entubada que vino a suplir el agua de pozo.  Ese pozo tiene algo qué contarnos, y qué relato.
Por ese rumbo, hace muchos katunes, vivía una guapa mujer como una luna llena humedecida con el rocío del cielo  en una noche de octubre. Era tan bonita que era buscada sin cesar por muchísimos pretendientes que  no se terminarían de contar con los dedos. Se sabía bella y deseada  por aquellos corazones rodantes, por eso le gustaba jugar a las cartas con las ilusiones  de muchos de ellos a quienes ni siquiera se dignaba en obsequiarles una mirada de aquellos  ojos tornasolados como lo que se fragua en el chapaleo del aceite con el agua.  Cierto hubo uno que le gustaba mucho, pero sabía muy bien el momento en que le debía entregar el corazón, mientras tanto lo traía como a un equilibrista en una cuerda floja, atravesando las cataratas del Niágara.
De aquel pozo del que se habla no existía aún y fue el culpable de esta historia de amor calkiniense. Aquella linda moza acarreaba  el agua a tres cuadras de donde vivía, ¿un sacrificio? Puede que sí, pero a ella no le pesaba porque sabía que de ese modo, además de sus cántaros cargadas de agua, también  los llenaba  con el juego erótico con aquellos abejorros alborotados que esperanzas les  daba a borbotones.
Mientras más arreciaba el acoso  de los mil moscardones, más feliz se sentía al saberse admirada. Un día cayó de quién sabe dónde un nuevo abejón competidor. Era alto, bien plantado,  con característica de forastero por el modo de hablar. La bonita también se fijó en él  y empezó el bailoteo del amor, cual si fuera la danza de un pavo real al acecho de su hembra.
Como toda mujer pudorosa y  acomedida (al principio), esperó con serenidad los primeras arremetidas, recibiéndoles con galanos esquivos a la manera de un torero consumado. Hasta que por fin saltaron con reservas las primeras palabras  entre los dos:
 —Señorita, desde hace varios días, sin que usted se percatara de mi presencia, “eso creía él, pero si supiera…”,  he estado observando el esfuerzo que le causa traer agua desde muy lejos y me causa mucha pena su sacrificio. Si usted no lo toma a mal me gustaría ayudarla.
La coraza femenina, apenas se emocionó, ¿cómo iba a aceptar así de pronto una ayuda de un desconocido y menos si parecía ser de otro lugar?
Permítame presentarme, mi nombre es Juan y soy de Calkní, nada más que hace tiempo emigré con mi familia a Catemaco Ver.,  por una oportunidad de trabajo que se le ofreció a mi padre. Pero ya estoy de vuelta y pienso establecerme aquí, instalando en el mercado  un negocio de medicina tradicional.
La muchacha, con la cercanía del joven, sintió en la nuca un gusanito que se le subía y se le bajaba desde la cabeza hasta la punta de los pies  encendiéndola toda, y a la vez, un cierto escalofrío como en una mañana de mucho heladez,  tal vez era la señal del amor verdadero esperado hace tiempo o, ¿acaso no así se  anuncia el amor?
Sobreponiéndose a esa exquisita sensación de hormigueo, la concha de nácar morena abrió una rendija de esperanza:
  Muy bien, ¿y en qué consiste el apoyo? ¿A cargar los cántaros? ¿A construirme un pozo en mi terreno? contestaba arisca la desconsiderada.
Aunque se burle de mí, algo por el estilo.
¿Me ayudará en qué? ¿A ver dígame?
  Aunque usted no lo crea, le voy a perforar en un día un pozo, enfrente de su casa con un hermoso brocal de piedras labradas y su soga, carrillo, cubeta y garabato.  ¿Qué le parece?
  ¡Ajá! Muy bien, muy bien conque un pozo en un día y con  un brocal y con todo,  está usted reloco, un pozo… ja, me muero de risa, ja ja ¿Y por qué no en mi patio? Seguía jugando
La gente también lo necesita.
  Un pozo y en un día repetía la condenada coqueta.
Se lo aseguro.
Incrédula la muchacha le dio groseramente la espalda y se metió en su casa, mientras el joven le gritaba:
¡Un pozo, verá usted! ¡Un pozo…! ¡Se lo aseguro!
Al día siguiente la chica se preparó para su rutina, pero  al salir de su casa quedó boquiabierta: frente a su casa, lucía un pozo con brocal de piedras relucientes y encuadradas, nuevo carrillo y sogas… y ambiente…
¡Madre de mi alma esto no puede ser, seguramente es obra del diablo! “Más o menos, alguien musitó en forma misteriosa  como en un eco que se fue desvaneciendo poco a poco en el viento de la mañana”
La joven de cobre, todavía incrédula,  conversó a sus padres la plática del día anterior y no le creían. El joven extraño no volvió jamás, así como llegó así se fue, ¿y la tienda de medicina herbolaria? Puro cuento. Mientras el corazón palpitaba sin ton ni son. La ilusión femenil desapareció para siempre.
El pozo fue aprovechado por la comunidad, aunque la chica amada  murió misteriosamente a los días siguientes. ¿Habrá sido por un amor inconcluso? ¿Habrá sido la mano del diablo que quiso jugar con la chica? Nadie lo supo, puras conjeturas como siempre.
Cuentan las viejas lenguas que dentro de ese pozo a veces se escuchan  murmullos y burbujeo de agua como queriendo salir.
Amigo lector, si quiere usted conocerlo dele gusto a su curiosidad y vaya a la dirección antepuesta. Vale la pena  conocer el pozo Isabel.
El triclero concluyó, y yo embobado bajé, trastrabillando  con dirección a mi casa. Iba con el pensamiento, revoloteando de suposiciones por aquel relato tan original que me indujo a trasladarlo en la expresión escrita, ¿habrá sucedido en realidad o fue un invento de aquel bohemio trabajador? ¡Sepa la bola! Pero estoy seguro, amigo lector, que   esta lectura  le habrá  cimbrado las fibras más sensibles de su ser como me sucedió cuando me la contaron.
 

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