El pozo “Isabel"
En una dejada un triciclero,
fácil de palabra, me fue deshojando en el camino rumbo a mi casa una
historia misteriosa que me pareció muy
interesante. Le rogué que fuéramos a vuelta de rueda para que terminara su
relato.
Secándose con el dedo índice el agua salada que le resbalaba por la mofletuda mejilla comenzó:
En Kilakán en la calle 28 por
la 25 y 23 existe, casi en
medio de la calle, una poza comunal con un pretil de piedras labradas que dejó
de funcionar por causa del agua entubada que vino a suplir el agua de
pozo. Ese pozo tiene algo qué contarnos,
y qué relato.
Por ese rumbo, hace muchos katunes, vivía una guapa mujer como
una luna llena humedecida con el rocío del cielo en una noche de octubre. Era tan bonita que
era buscada sin cesar por muchísimos pretendientes que no se terminarían de contar con los dedos. Se
sabía bella y deseada por aquellos
corazones rodantes, por eso le gustaba jugar a las cartas con las
ilusiones de muchos de ellos a quienes
ni siquiera se dignaba en obsequiarles una mirada de aquellos ojos tornasolados como lo que se fragua en el
chapaleo del aceite con el agua. Cierto
hubo uno que le gustaba mucho, pero sabía muy bien el momento en que le debía
entregar el corazón, mientras tanto lo traía como a un equilibrista en una
cuerda floja, atravesando las cataratas del Niágara.
De aquel pozo del que se habla no existía aún y fue el culpable de
esta historia de amor calkiniense. Aquella linda moza acarreaba el agua a tres cuadras de donde vivía, ¿un
sacrificio? Puede que sí, pero a ella no le pesaba porque sabía que de ese
modo, además de sus cántaros cargadas de agua, también los llenaba
con el juego erótico con aquellos abejorros alborotados que esperanzas
les daba a borbotones.
Mientras más arreciaba el acoso
de los mil moscardones, más feliz se sentía al saberse admirada. Un día
cayó de quién sabe dónde un nuevo abejón competidor. Era alto, bien
plantado, con característica de
forastero por el modo de hablar. La bonita también se fijó en él y empezó el bailoteo del amor, cual si fuera
la danza de un pavo real al acecho de su hembra.
Como toda mujer pudorosa y
acomedida (al principio), esperó con serenidad los primeras arremetidas,
recibiéndoles con galanos esquivos a la manera de un torero consumado. Hasta
que por fin saltaron con reservas las primeras palabras entre los dos:
—Señorita, desde hace varios días,
sin que usted se percatara de mi presencia, “eso creía él, pero si supiera…”, he estado observando el esfuerzo que le causa
traer agua desde muy lejos y me causa mucha pena su sacrificio. Si usted no lo
toma a mal me gustaría ayudarla.
La coraza femenina, apenas se emocionó, ¿cómo iba a aceptar así de
pronto una ayuda de un desconocido y menos si parecía ser de otro lugar?
─ Permítame
presentarme, mi nombre es Juan y soy de Calkní, nada más que hace tiempo emigré
con mi familia a Catemaco Ver., por una
oportunidad de trabajo que se le ofreció a mi padre. Pero ya estoy de vuelta y
pienso establecerme aquí, instalando en el mercado un negocio de medicina tradicional.
La muchacha, con la cercanía del joven, sintió en la nuca un gusanito
que se le subía y se le bajaba desde la cabeza hasta la punta de los pies encendiéndola toda, y a la vez, un cierto
escalofrío como en una mañana de mucho heladez,
tal vez era la señal del amor verdadero esperado hace tiempo o, ¿acaso
no así se anuncia el amor?
Sobreponiéndose a esa exquisita sensación de hormigueo, la concha de
nácar morena abrió una rendija de esperanza:
─ Muy bien, ¿y en qué consiste el apoyo? ¿A
cargar los cántaros? ¿A construirme un pozo en mi terreno?─ contestaba arisca la desconsiderada.
─ Aunque se
burle de mí, algo por el estilo.
─ ¿Me
ayudará en qué? ¿A ver dígame?
─ Aunque usted no lo crea, le voy a perforar en
un día un pozo, enfrente de su casa con un hermoso brocal de piedras labradas y
su soga, carrillo, cubeta y garabato.
¿Qué le parece?
─ ¡Ajá! Muy bien, muy bien conque un pozo en un
día y con un brocal y con todo, está usted reloco, un pozo… ja, me muero de
risa, ja ja ¿Y por qué no en mi patio? ▬ Seguía
jugando
▬ La gente
también lo necesita.
─ Un pozo y en un día ▬ repetía la condenada coqueta.
▬ Se lo
aseguro.
Incrédula la muchacha le dio groseramente la espalda y se metió en su
casa, mientras el joven le gritaba:
─ ¡Un pozo,
verá usted! ¡Un pozo…! ¡Se lo aseguro!
Al día siguiente la chica se preparó para su rutina, pero al salir de su casa quedó boquiabierta:
frente a su casa, lucía un pozo con brocal de piedras relucientes y
encuadradas, nuevo carrillo y sogas… y ambiente…
─ ¡Madre de
mi alma esto no puede ser, seguramente es obra del diablo! “Más o menos, alguien musitó en forma misteriosa como en un eco que se fue desvaneciendo poco
a poco en el viento de la mañana”
La joven de cobre, todavía incrédula,
conversó a sus padres la plática del día anterior y no le creían. El
joven extraño no volvió jamás, así como llegó así se fue, ¿y la tienda de
medicina herbolaria? Puro cuento. Mientras el corazón palpitaba sin ton ni son.
La ilusión femenil desapareció para siempre.
El pozo fue aprovechado por la comunidad, aunque la chica amada murió misteriosamente a los días siguientes.
¿Habrá sido por un amor inconcluso? ¿Habrá sido la mano del diablo que quiso
jugar con la chica? Nadie lo supo, puras conjeturas como siempre.
Cuentan las viejas lenguas que dentro de ese pozo a veces se
escuchan murmullos y burbujeo de agua
como queriendo salir.
Amigo lector, si quiere usted conocerlo dele gusto a su curiosidad y
vaya a la dirección antepuesta. Vale la pena
conocer el pozo Isabel.
El triclero concluyó, y yo embobado bajé, trastrabillando con dirección a mi casa. Iba con el
pensamiento, revoloteando de suposiciones por aquel relato tan original que me
indujo a trasladarlo en la expresión escrita, ¿habrá sucedido en realidad o fue
un invento de aquel bohemio trabajador? ¡Sepa la bola! Pero estoy seguro, amigo
lector, que esta lectura le habrá
cimbrado las fibras más sensibles de su ser como me sucedió cuando me la
contaron.
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