Para
ser triciclero, si se quiere sobrevivir,
no se necesita más que voluntad para trabajar. Quizá sea la última
oportunidad que les queda a todos aquéllos que por desinterés o jugarretas de
la vida no encontraron la ocasión para conseguir trabajo en la profesión que
escogieron o de plano no terminaron sus estudios o de por sí no les gustó la
escuela.
En
el Camino Real, el oficio dominante es
la albañilería y le sigue en importancia la actividad de triciclero. No es un
trabajo deshonroso y saca de cualquier apuro a quienes se dedican a esa labor,
aunque los que adquirieron alguna carrera merecen mejores oportunidades. Como
es el caso de una gran cantidad de egresados de las diferentes escuelas de
nivel superior que no obtienen empleo en la carrera que escogieron y no les queda más remedio que dedicarse a la
tricecleada; siempre hay más excedentes de profesionales que fuentes de trabajo.
Se arguye que los aspirantes a algún
trabajo remunerado debieran salir del terruño en la búsqueda de mejores
horizontes, pero si el problema es nacional, entonces, ¿para qué perder el
tiempo? Muestras hay varias, pero hay una que lastima el corazón. Se construyó
en Calkiní una escuela técnica de nivel
superior y de evidente calidad tecnológica para descargar la aspiración
tradicional a las normales, pero no ha
cuajado en los resultados porque los egresados no encuentran trabajo y se ven
obligados, por la necesidad, a dedicarse a subempleos en contraste con la
preparación concluida.
La
creación de los triciclos fue un gran
acierto de los fabricantes, pues vino a resolver un problema antiguo de trabajo
y de transporte de pasaje y carga, ya que la adquisición de uno de ellos está al alcance
de la mayoría de la gente.
El
triciclo es un vehículo con equidad de género, que aparte de la función
esencial para lo que fue diseñado, se utiliza para múltiples actividades:
·
Le sirve al campesino para traer
leña y otros productos de su parcela.
·
Funciona como una tienda ambulante o
fija, exhibiendo en venta golosinas, baratijas, antojitos, pozole, paleta y
nieve, y además sirve como un vehículo
parlante, entre otras labores.
·
Contribuye a evitar la contaminación
ambiental.
A
los triciclos los visten de acuerdo al
gusto del chofer. Cuatro varillas de diferente material fijados en la
estructura tubular y con un techo de toldo adquirido o regalado por algún
partido político. Un asiento de diverso
material limpio o acolchonado, un piso de madera o lámina y en los costados un
material de cualquier cosa y, a veces, unas cortinas transparentes que se
materializan en los tiempos de lluvia. Época que provoca el temor de los
pasajeros, pues al pasar en calles inundadas en donde no se advierten los
hoyancos se vuelcan, y a veces con consecuencias indeseables. Lo mismo sucede
cuando no se observa el estado etílico del conductor, la chispa de sus palabras
anuncian que equivocó uno el momento y no queda más remedio que atenerse a las
consecuencias de algún accidente.
Algunos
son buenos para cobrar y no les tiemblan
las manos; otros son más conscientes, tomando en cuenta la distancia; otros no dan
servicio si no se completa a dos
pasajeros. Pero cuando coincide una familia
de compuesta por niños, hasta en el toldo quisieran instalarlos.
Intentar
ocupar un triciclero en plena carrera es
una verdadera proeza, se vuelven sordos a propósito al llamado de los usuarios,
y si acaso responden, con voz ruidosa se
excusan con argumentos infantiles, no
obstante, que a veces no tienen la necesidad de desviarse del rumbo que llevan,
tal parece que no necesitan el dinero o mueven la cabeza negativamente en señal
de darse la importancia que no tienen. Pero lo que más molesta, a veces, es
querer contratarlo cuando está estacionado en espera aparente de clientela y se
niegan a trabajar. El desplante es una de sus despreciables conductas.
Como
en todos los oficios, entre los tricicleros no faltan sus personajes sin pares
que aturden el entendimiento si no se les conoce. Entre estos trabajadores, se
distingue uno a quien le apodan: “El gato
volador”. Circula por las calles velozmente en busca de pasaje, resoplando escandalosas
palabras sin sentido que asusta a quien lo intenta contratar. En realidad es
una persona inofensiva que le gusta jugar y exhibirse con actitudes infantiles que
no van de acuerdo con su edad. Incluso en los amontonamientos de personas le gusta ponerse de cabeza,
manteniéndose erguido durante un breve tiempo, y después de reponerse, lanza un
grito ruidoso que se pierde en las rendijas de la multitud distraída en la
atención de su espectáculo, obviamente causa un gran susto.
En
los períodos electorales, los tricicleros aprovechan la ocasión para modernizar
el toldo de sus vehículos, lo reciben
como un regalo de los partidos contendientes (los más fuertes) como si este gesto
caritativo les garantizara el voto. Algunos difíciles de caer en el engaño del
propósito real del regalo, se niegan a
aceptarlo, en cabio los conveniencieros se dejan seducir. Para asegurarse que
la propaganda le llegue al público, hay un partido, en especial, con los
colmillos bien retorcidos, que le ha
servido para mantenerse durante mucho tiempo en el poder, prefiere instalarlo en el momento de la
entrega. Esta actitud evita que el triciclero guarde el regalo y pueda aprovechar
a otros partidos que van con el mismo objetivo.
Los triciclos, aves amarillas en su mayoría
con franjas blancas y estacionados en hilera infinita, esperan
pacientemente el armado de sus parasoles que les llegarán de las manos ávidas
de carpinteros improvisados como un obsequio que humilla la dignidad humana por el trasfondo político que representa
dicha regalía.
Un
conductor de un carro que va detrás de un triciclo le da tiempo para contarle
los pelos a un gato, y más en la espera del cambio de la luz verde en el
semáforo en un cruce de vía. El automovilista tendrá que armarse de paciencia,
y no le queda más remedio porque sabe que tiene el triciclero goza de los mismos
derechos que él para transitar. En el disparo de la luz verde el chofer del
carro se desenmascara el coraje y se dulcifica el alma por un instante al
observar el agónico esfuerzo que despliega el triciclero al darle las primeras
vueltas a los pedales. Tal parece que es un triciclero que sonríe
maliciosamente y que parece decir entre dientes: “Ahora te aguantas, tanto derecho tienes tú como yo de circular y circular
por donde se quiera”, mientras el chofer se consume de ansiedad y el otro yo renueva el conteo de lo que ya antes se había contado…
los pelos del gato.
Ese
derecho que les asiste para transitar por todos lados no ha sido reflexionado por ellos pues por
las noches como cocuyos sin luz giran por el pueblo y lugares circunvecinos,
exponiendo su vida misma y la de los
viajeros. Fantasmas en pena nocturna que
comprometen a los vehículos mayores. En otros lugares como Candelaria se les ha
prohibido transitar por las noches.
Cuando
no tienen espejo retrovisor, rebasan sin
previo aviso o señalan el rumbo de forma
inesperada, pero el colmo es que a veces posicionados, en el carril contrario,
dejando en suspenso al que le sigue. Se tiene que avispar los sentidos si se
quiere evitar alguna desgracia. Siempre
tiene uno que anticiparse a sus reacciones espontáneas. Cuando
no hay vigilancia policíaca transitan en
el sentido que les da la gana y
prefieren recortar el camino a su
destino ya que es un desgaste tremendo rotar en la dirección correcta, y además
la potencia de su vehículo, que es de un hombre de fuerza, no da para más. Algunos
prefieren empujar el triciclo, aunque quebrantan siempre los reglamentos de tránsito; no sé de dónde hayan sacado la idea de que esa actitud es
permitida por las leyes de vialidad.
Pero
no todo es naranja agria en el huerto de los tricicleros, también saben
cultivar naranja dulce cuando se les concede la enorme responsabilidad de
transportar a los niños a la escuela. En este encargo se transforman en
excelentes conductores con el conocimiento de las reglas de tránsito de pe a
pa, convirtiendo a la prudencia en la consejera de su circulación y cumplen a
cabalidad, devolviendo salvos a los niños a sus casas.
En
carnaval los invitan a participar en el concurso tradicional de triciclos
alegóricos los cuales convierten en plantas, animales o cosas, dándoles vida y
colorido sin igual y que arrancan aplausos resonantes de un público atento que
le forma valla en su recorrido por la calle principal (calle 20) construido en
la época colonial por el fraile Pedro Peñas Claros.
A
veces viajar en un triciclo, cuyo conductor es de palabra fácil, distrae el
ánimo al desliar de la madeja de sus
pensamientos las palabras que traen el consuelo o la
alegría al pasajero. Se abre el diálogo y las cuitas se enredan para enfrentar
el
día con más energías. Una conversación ágil que lleva el viento, por la fuerza de la plática, a terceras
personas y que les llega sin querer, saboreando la frescura almendrada de los
pensamientos ajenos.
Después
de todo, ser triciclero es un modo honesto de ganarse la vida en la diaria lucha
por la supervivencia por esos caminos
viejos y que a pesar de los problemas
que causa a los vehículos mayores, mas por la lentitud en que rueda, tiene el derecho inviolable de luchar por la existencia. Las angustias que
sufre un automovilista en el momento de encontrarse con estos trabajadores de
los pedales, son pasajeras y sabe aguantar,
aunque forzadamente. En fin, todo sea por el bien de estos amigos de “Mercurio”, brazo derecho de su trabajo diario.
Tricicleros que controlan a fuerza a los automovilistas amigos de la velocidad,
ellos reitero son contribuyentes indiscutibles del cuidado del ambiente.
Alegre
por el camino va
en
agónico paso, mil sueños:
“Tarde,
pero seguro”
es
su lema, atento viajero.
Derecho
tiene a la vida
de
eso nadie lo discute
lo
único que respetar debe
son
las señales de tránsito.
Triciclo
especial de niños
que
en la mañana pletórico va,
cargando
inocencia y risa
en
tarea conferida.
Arácnido
engarzadora de angustia familiar,
incierto
es tu destino,
dale
vuelta a la vida
y
gira como siempre has girado
No
te detengas,
pero
aprende del rastro
que
has dejado…
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