lunes, 30 de abril de 2012


IGLESIA DE SAN LUIS OBISPO
Andrés Jesús González Kantún


Los monumentos históricos del pasado prehispánico o colonial mucho  tendrían  que ofrecer  a nuestro intelecto, si gozaran el don de la palabra porque han sido sigilosos testigos de historias inéditas que el tiempo inexorable con su carga de sorpresas  se ha encargado de guardarlas en  un cajón de antigüedades que no se ha podido desempolvar y despegar  las telarañas que las ocultan y que solamente la memoria egoísta guarda para sí. Cada rendija, detalle o fachada arquitectónica nos señalan épocas pasadas, corrientes culturales que se han paseado por el mundo cuyas características sobresalientes  nos permiten deducir verdades ocultas.
Ahí están presentes los cíclopes homéricos de piedra y granito, imperturbables, ariscos, orgullosos en espera de ser develadas sus identidades  por espíritus inquietos que las quieran dar a conocer a la comunidad, pues debe ser obligación de cada habitante que se precie nativo de algún lugar para conocer los mensajes telepáticos que nos transmite  la creatividad de los antiguos arquitectos masónicos de varias razas, condensadas en la sapiencia espacial que son una amalgama de cultura y sacrificio,   en consecuencia,  nuestros edificios y monumentos que tienen la esencia de todas ellas como son la  griega, mesopotámica, romana, árabe y la nuestra, un verdadero sincretismo arquitectónico.
 Hay obras que conservan aún historias vírgenes escondidas en  los archivos  de las iglesias, guardadas con celo por muchísimos años por los previsores religiosos españoles franciscanos, dominicos y agustinos. Hombres de mente exuberante y ágil, aunque con los prejuicios del Medioevo,  que cuando llegaron los primeros doce religiosos, por solicitud de Hernán Cortés en América, se dedicaron a la evangelización de los conquistados, aprendieron la lengua para hacerla más fácil y se avocaron  a la investigación de la cultura de los pueblos  para darlas a conocer a la posteridad. Pero aún duermen narcotizados en los cajones de Dios misterios de muchas historias no reveladas.
Es indudable y atroz que algún día, esas maravillosas obras tendrán que sucumbir ante la fuerza hercúlea del tiempo y la naturaleza  madre, como siempre,  empeñada en desvanecer lo que el hombre un día creó para el pasmo de la civilización actual. Aquellas mentes iluminadas, descendientes de los creadores  de bellezas arquitectónicas se cruzarán de brazos  ante el desafió del tiempo y verán morir épocas de luces como los elefantes en la búsqueda de un lugar digno para morir en paz.  !Qué desgracia¡
En Calkiní, como en muchos lugares de México se conservan aún representativas obras de la Colonia como son las casonas y las iglesias. Una urbanización basada en un trazo reticular  y como alma principal de la ciudad, la plaza central. En las grandes ciudades tienen cierta variación, pero la esencia es la misma: al este la iglesia y el palacio episcopal, al oeste el Ayuntamiento, al norte las casas reales y al sur por ciudadanos distinguidos. Y en el centro del zócalo una picota destinada para castigar a los delincuentes y una fuente. Cuando el zócalo era grande se destinaba para ejercicios militares como es el caso de la Plaza mayor de la ciudad de México en donde emerge actualmente la ceniza del templo mayor de los aztecas, el Cu principal para la alabanza a Huitzilopochtli, Dios de la guerra o Dios sol y su inseparable amigo Tláloc, Dios de la lluvia.
Este rasgo urbanístico, creado por los romanos y aplicados por los españoles durante la reestructuración de los pueblos conquistados, fue el molde que se utilizó en todos los pueblos de México. Calkiní no fue la excepción, aunque descuella un detalle, pues  en una de sus construcciones, el Palacio Municipal no mira al frente de la plazoleta como el resto de los edificios situados en el cuadrilongo debido al haber sido construido en una fecha postcolonial, pero quizá el largo del edificio no cupo y ese detalle le restó  armonía al rectángulo  de la Plaza.
Con el marco de esta introducción me voy a referir a uno de los monumentos históricos más representativos de la ciudad  de Calkiní: la iglesia de San Luis Obispo, pero hablaré de manera general y con un tono recreativo intercalando vivencias particulares pues ya existe una historia pormenorizada en un libro (El templo de San Luis Obispo de Calkiní Campeche)  creado por la  acuciosa investigadora profesora Estela Sandoval Hernández, de meritoria credibilidad.
La iglesia de San Luis Obispo de Calkiní, es similar a los edificios del Medioevo, la diferencia estriba en las torres que difieren de las atalayas que poseen los castillos. Es un edificio fuerte y macizo  con sus contrafuertes, espadañas  y almenas en hilera, aunque medianas en comparación con otras de México y el mundo.
Fue construida sobre templos mayas que fueron destruidos para evitar la continuación de las creencias nativas e imponer una nueva religión monoteísta que se logró a medias o quizá en un porcentaje mayor a través de la sangre derramada por los abuelos.  Leamos la política seguida por los encargados de la evangelización. En 1537 los obispos de México escribían a Carlos V que los templos no habían sido todos destruidos y pedían su licencia para mandar demolerlos, a fin de extirpar por completo la idolatría. Respondió el emperador: “En cuanto a los Cúes o adoratorios, encarga S. M que se derriben sin escándalo y con la prudencia que convenía y que de la piedra de ellos se tome para edificar iglesias y monasterios, que los ídolos se quemasen, y otros puntos concernientes a esto”
Se puede advertir que la política de construcción se siguió en toda América, iglesias sobre vestigios nativos y en lugares elevados para observar el movimiento de los pueblos sojuzgados para prevenirse de cualquier rebelión y darles tiempo a los escasos españoles civiles y religiosos para guarecerse en esas fortificaciones.
La iglesia nuestra, apunta al cielo una torre de tres cuerpos equipados con campanas que no han dejado de repiquetear en cientos de años. Una torre como un giroscopio de un submarino   que ojea sin cesar a toda la ciudad, guardando en la memoria un sin fin de historias desconocidas y profanas como aquella que corre en boca de  los más viejos y recreada por la imaginación del pueblo como aquel  cura sin cabeza que merodeaba sus alrededores, asustando a los desvelados supersticiosos o aquella gallina negra y sus pollitos nocturnos en fila india, en las viejas calles de Calkiní.
Una señora bonita mitad española y mitad nativa dirigida en su construcción por arquitectos franciscanos y con la mano de obra del indio maya, que en muchos de los casos fueron obligados por un destino predispuesto por el pecado de haber nacido torpes del intelecto y por ello  servir a los más fuertes como lo dicta la ley de la selva. Los españoles tardaron en darse cuenta, por conveniencia, que eran seres humanos con quienes trataban y no eran animales sino hombres  con inteligencia y corazón.
Una iglesia  en cuyo interior oculta  en sus intersticios el silencioso eco de las Aves Marías y  aleluyas recitados con devoción  por generaciones   de cristianos hermanados por el tiempo y  la fe. Hileras, en ambos lados de la nave, de imágenes y esculturas protegidas en paramentos que miran con éxtasis  el paso de la espiritualidad y la contemplación de sus feligreses. Una fachada con características escultóricas de columnas  griegas y una concha en abanico en donde descansan sirenas de canto embriagador, tormentos   de  Odiseo, que nos recuerda que nuestra cultura es internacional. Un retablo de hojas y flores y pilastras salomónicas revestidas en oro la adornan y en medio en solemne postura mira  piadosamente San Luis Obispo a su grey católica. Un púlpito, adornado con figuras fitomorfas y zoomorfas, ahora en desuso, que nos remonta a la época de nuestra niñez cuando el portavoz de Dios era el padre Balmes que con voz en cuello deshilaba una madeja de consuelos y exhortaciones a sus oyentes en cautiverio religioso para invitarlos a beber el agua de la vida espiritual. La modernidad lo ha convertido  en un elefante blanco que mira entristecido como le ha ganado el tiempo, pero no lo dejan morir quedando como testigo de aquellos tiempos idos.
Un ojo  sobre el techo de la bóveda de mirada incisiva encerrado en un triángulo que mira enigmáticamente desde arriba los pasajes del tiempo y la retransmisión de inciertos simbolismos, quizá masónicos,  que nunca se lograron  interpretar, ahora, ha desaparecido para siempre, solo quedan recuerdos en la memoria de los viejos que lo lograron ver.
Una iglesia de servicio múltiple que atiende todo tipo de reclamos espirituales y  prácticas tradicionales de todos tipos de la comunidad vinculadas con esa fe que mueve montañas y empaña el entendimiento de la razón.  Una retahíla, desde la base de las grosísimas paredes, de osarios convertidas en cementerio que refugian almas de tiempos pretéritos y que escuchan el clamor colectivo  de los siervos de Dios en sus peticiones por la salvación de su alma.
Un sotacoro destinado para ángeles, arcángeles, querubines y serafines  que nunca logré escuchar en mi niñez cuando era asiduo visitante de la casa de Dios.
Una angelical y dadivosa iglesia que guarda para muchos hijos de Calkiní vivencias  inverosímiles de su niñez en sus excursiones por la media naranja, atravesando con temor  un colmenar de abejas guerreras que perseguían a los de pelo engomado o la visita a la torre y espadaña, recorriendo en ambos sitios las escaleras de serpenteantes caracoles. En el  ascenso a la torre  era un viaje emocionante pues era un sitio casi en penumbra y si acaso la luz filtrada a través de  disimuladas rendijas que servían de tragaluz, una en especial, representada  en una salida de ranura vertical con una caída de tres metros de altura que servía de salvación cuando cerraban la puerta de entrada como castigo a la profanación traviesa de niños inquietos por la ociosidad. Nunca se supo de una desgracia o si la hubo se guardó en el anonimato. Un César May, hijo de Calkiní, que tenía la osadía de brincar en hileras las almenas que remataban las paredes de la iglesia, un acto escalofriante que aún bulle en nuestros recuerdos.
Una benefactora iglesia que dio cabida a muchos indefensos niños de los alrededores, pueblos hermanos que se trajeron como riqueza las ganas de prosperar y su lengua nativa para defenderse del embate de la vida porque deseaban salir de la pobreza que ahorca y asfixia. Se les proporcionó cobijo, comida y educación espiritual para poder seguir estudiando, claro, bajo   la dirección tutelar de otro insigne altruista: Monseñor Gonzalo Balmes Noceda. ¿Quién no se acordará de él con una voz de cañón, ronca y quebradiza con el chicote en la mano y su bastón inseparable. Esos niños protegidos bajo  el manto sacerdotal, ahora cuentan con una profesión y muchos ya están jubilados. Me permito mencionar a algunos de ellos: Máximo Tamay, Cástulo Tamay, Fermín Chin, Jorge Dzib, exceptuando a Manuel Bezunza a. Leshito y a César May que son  de Calkiní, Óscar Dzib, y otros más que la terca memoria no quiere recordar. Sin incluir a otros niños de Calkiní que les gustaba compartir la comida con todos ellos, en especial los domingos de puchero en donde la cocinera doña Dolita se las ingeniaba  para dar de comer a todos los angelitos con tan poca vianda así como el milagro crístico  de los panes multiplicados con   para atender a miles de hambrientos seguidores de la tierra prometida.
Un atrio rectangular, ahora un espacio para reuniones y actividades culturales, que servía antes como un coso taurino rústico para recaudar fondos para la iglesia. Se recuerdan como toreros al singular Carlos Castilla a. Calix, a Carlos López, Raúl Juárez. Algunos se quedaron a vivir en estas tierras y ya forman familia. 
Una iglesia ciudad con sus claustros, convento, panadería, animales, cementerio, franciscanos hortelanos, una noria y un ejército de hombres que trajeron la luz del progreso y la sabiduría a un pueblo encandilado en la rutina de la dejadez por la falta de motivación y oportunidades para sobresalir. Salve el templo de San Luis Obispo, que en su alforja de recuerdos alegraron mi infancia plena de ilusiones y esperanzas.
Calkiní, Camp. 28 de abril de 2012.











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