domingo, 19 de agosto de 2012

SOMOS DE MUNDOS DIFERENTES Abril 29 de 2222. Pesimismo y dolor en un mundo en decadencia. Era una nave espacial de radiante color escarlata que exploraba el universo infinito en búsqueda de algún planeta favorable para habitar porque el mundo original de los parnasianos iba sufriendo cambios climáticos que dificultaba la continuación de la vida. La inconsciencia de sus habitantes por vivir mejor habían desgastado los recursos naturales y favorecido la contaminación y el aire se había enrarecido que la vida se hizo imposible, en consecuencia el cuerpo de aquellos seres hermosos se iba transformando lentamente en figuras caricaturescas y la mente, que había evolucionado grandemente en la espiritualidad, iba perdiendo cada vez más su esencia extrasensorial. Era un linaje que había desarrollado el 99 % de su inteligencia, podría asegurarse que conformaba una de las castas intergalácticas más adelantadas del sistema solar, Tseyor. Era necesario tomar una resolución urgente para explorar otros mundos y evitar una catástrofe inaplazable. Serdna, el comandante de la nave de 45 años de edad encargado de aquella delicada misión de salvamento, iba a dejar esposa e hijos en una convivencia conyugal de 30 años, convertida en una rutina, si acaso era la fuerza de la costumbre que sostenía esa relación. Sus ansias por encontrar mundos nuevos para la preservación de su estirpe se le habían vuelto una obsesión justificada, ¿y quién no? El tiempo era vital, los sabios habían calculado dos años de supervivencia en su mundo, la extinción era segura sí no se encontraba una pronta respuesta al problema ecológico. Así que se lanzan al espacio sideral con el encargo de encontrar un planeta limpio y benéfico para la vida. Octubre 12 de 2222 — ¡Mundo a la vista! —anuncia con alegría una voz desde el interfono. En la pantalla del monitor aparecía claramente la imagen de un mundo azul claro, un verde intenso mar, flora y fauna que deleitaban los sentidos de los exploradores espaciales. No cabían de gozo, sentían que la aventura había llegado a su final y la salvación de su pueblo a un palmo de narices. —Al fin compañeros, hemos llegado a nuestro destino, como aquel Cristóbal Colón de los terrícolas que descubrió un 12 de octubre de 1492 un Nuevo Mundo para beneficio de su gente, pero fue un descubrimiento para esclavizar y enriquecerse, en cambio nosotros lo necesitamos para sobrevivir. Bajemos a investigar— ordenó el capitán. En un claro del bosque descendió suavemente la nave como una hoja balanceándose suavemente en un otoño de sudores tropicales. Bajaron las escaleras automáticas y alcanzaron el suelo y con una máquina inteligente, como un perro que husmea su territorio, analizaron la composición de la atmósfera y la tierra y comprobaron que era apta para sus pulmones de filigrana. Sus delicados sentidos del olfato percibieron el exquisito aroma de las flores campiranas que traía el viento en ráfagas. Se quitaron las escafandras y el tanque de oxígeno que portaban para aligerar el paso, decidieron reconocer el lugar en dónde habían llegado. Sus ojos, que ya habían evolucionado, estroboscópicos sólo encontraron aves, animales y vegetación, ni un ser inteligente. —Es un planeta aparentemente inhabitable, un lugar a modo para vivir sin problemas, y no descansaremos hasta convertirla en un bello paraje, sí, en el mejor mundo de la galaxia a la cual pertenece. No cometeremos el mismo error como sucedió con el nuestro. Es necesario seguir investigando, es posible que hayamos llegado a una parte libre de un mundo en donde quizá existan más civilizaciones más allá de estos límites—expresó con entusiasmo Siul, el capitán. Acostumbrados a viajar a la velocidad de la luz, conseguían que el tiempo se frenara y sin saberlo se encontraban en una América Nueva, pero en otra dimensión. —! Compañeros ¡¡compañeros!— se escuchó una voz sorprendida desde los cuartos de mando— aparece en la pantalla un sin fin de ciudades extrañas repartidas en este mundo y parecen hombres rústicos sin ninguna evidencia de evolución. El comandante subió presuroso y comprobó la información. —Cierto, es un mundo ocupado por humanoides vestidos de diferente manera a nosotros, pero habría que tratarlos para saber cómo piensan y sí estarían dispuestos a compartir con nosotros un pequeño espacio y cohabitar en armonía, sin causarles problemas, al fin y al cabo nuestro mundo es pequeño y no ocuparíamos demasiado espacio—manifestó Serdna—, es necesario mezclarnos con ellos sin que se den cuenta de dónde vinimos y cuál es la intención nuestra y poco a poco les iremos sacando sus pensamientos a través de lo que nos queda de nuestros poderes para leer la mente. — ¿Y quiénes irían preguntó una voz?— era Lear el más joven. —Irían, no, iría solo sí les parece, para evitar recelos en la gente, aunque nos diferenciamos un poco por el color de la piel, tenemos cierta semejanza física, no creo que suceda alguna inconveniencia. — ¿Y cuánto tiempo esperaremos para saber noticias tuyas? —preguntó Siul. —No lo sé, pero lo suficiente para traerles alguna muestra de su civilización y postura y luego decidamos lo que tengamos qué hacer. — ¿Y cuándo saldrás? —En este mismo instante. Subió a la nave y se acomodó en la cámara tele transportadora y digitalizó el código X20 y escogió el lugar a dónde quería viajar: fue Palenque. Desintegrado en átomos viajó a altas velocidades y se materializó en un lugar de clima cálido y de abundante vegetación en donde pastaban animales raros y desconocidos, pero dóciles. Obviamente extraños para él: venados, armadillos, iscuintlis, osos hormigueros, serpientes de cascabel, entre otros. Se le apareció de la nada con un movimiento de la mano un aparato digital de orientación y se dio cuenta que estaba cerca de una ciudad. Caminó un buen trecho y apareció ante su vista el panorama de un gran pueblo de casas circulares de techos de huano y en el centro, edificios enormes y altos hechos de mampostería. “Qué mundo tan apacible se advierte que aún la madre Gaya respira de salud. Sería un lugar conveniente para asentarnos y convivir e intercambiar nuestra ciencia con estos seres que parecen sencillos y adorables” Siguió caminando y se encontró de repente en un claro del bosque en donde un grupo de nativos, alrededor de una fogata, comían gustosos el producto de su caza. Pero para evitar alarmarlos con dos movimientos de la mano se les transformó vestido de la misma manera que ellos con unos calzones para esconder su vergüenza. Se metió en sus pensamientos y supo del lenguaje que usaban y decidió utilizarlo, saludándolos cordialmente: — ¡Hola hermanos! ¡Una buena cena para fortalecer el apetito! ¡Han tenido una buena tarde con el arco! Se le quedaron mirando con suspicacia, pero luego se les fue llenando el ánimo de confianza y lo invitaron a compartir aquella exquisita pieza de venado. Se encajó en el círculo posicionándose en cuclillas igual que ellos y como un niño de pocos años que solo imitar sabe para aprender, empezó a saborear la vianda. Se imaginó que se le pudiera descomponer el estómago, así que probó un poco para acostumbrarse. Le supo a gloria a pesar de la diferencia de organismos. Se dio cuenta que la adaptación en aquel mundo no iba a ser difícil y se sintió feliz. Habían llegado al final de su rudo camino celestial. Lo importante, ahora, era vivir en fraternidad e intercambiar ciencia, tecnología y cultura. Aunque se dio cuenta que aquella raza aún no había despertado del atraso, la forma de vida lo demostraba. “Civilizarlos será un buen motivo para convivir con ellos” Se le presentó una oportunidad para afianzar la amistad. De una rama de un árbol se iba descolgando una serpiente, gruesa y larga como la cauda de un cometa, que se le fue acercando a un nativo y antes de lanzar la letal mordedura fue fulminada con un certero lanza rayos que la dejó chamuscada. Los mayas maravillados ante la escena no daban crédito a sus ojos. Nunca habían visto un caso igual y pensaron que estaban ante la presencia de un hombre poderoso, increíble. Cierto Había llegado de tierras cósmicas a tierras del Mayab. Fue invitado de honor para conocer el pueblo y su hazaña ya recorría la ciudad. Serdna paseó la mirada por todos lados y se dio cuenta que aquella raza necesitaba la protección de su ciencia. Seguía viviendo a la buena de Dios a pesar que ya cultivaba la tierra, tenía nociones sobre la astronomía, la arquitectura y algunas ideas sobre sistemas de riego. Era un encuentro intergaláctico: un mundo nuevo a punto de nacer al intelecto, y otro, a punto de desaparecer por tenerlo demasiado. Siul y sus compañeros, mientras esperaban, decidieron explorar el entorno y en el camino observaron la entrada de una cueva y se metieron por curiosidad. Sus trajes espaciales se iluminaron automáticamente y advirtieron en el centro de la caverna un cenote que los animó a bañarse. Se olvidaron por el momento del objetivo de su estancia en ese mundo perdido en el cosmos y pensaron en distraerse. En el instante de entrar al agua emergió de repente un escamoso caballo alado con rostro de serpiente que casi los atropella, pero no se asustaron porque aquellos hombres ya habían vencido el miedo físico y siguieron con el enjuague como si nada hubiera ocurrido. El miedo ha sido siempre el problema del ser humano, pero más el que proviene de los asuntos de la vida en sociedad. Serdna acompañó a los nativos hasta la ciudad de Palenque. De las casas acechaban curiosas las mujeres con el torso desnudo, era la costumbre, asombradas porque nunca habían vistos a un ser de piel fosforescente, azulada como un cielo en el amanecer enjuagada por la lluvia y el cabello y barbas de colores varios que le daban una apariencia llamativa y extraña. Los niños en bola correteaban alrededor del hombre quien se mantenía sereno y curioso por todo lo que acontecía en su entorno. Le seguía los pasos a sus anfitriones y lo invitaron a subir las escaleras de un edificio piramidal para que conociera a los sacerdotes mayas que oraban entre nubes de incienso a sus dioses paganos, y luego se dirigieron a otra construcción de base rectangular que remataba en una torre abovedada en cuyo interior se veían unas ventanas rectangulares en el techo por donde observaban por las noches serenas unos ancianos el movimientos de las estrellas y los planetas, ya conocían a Venus como el lucero de la mañana, Nojol Ex. Casualmente habían comentado que una estrella fugaz parecía haber caído una noche cerca de su ciudad y rogaban que no trajera pesadumbres al pueblo, es por eso el ruego de los ancianos sacerdotes a sus dioses protectores, principalmente a Uh, la luna. Después de una plática amena en el idioma indígena, que ya había aprendido, lo invitaron a compartir la cena en casa del halach huinic, el gobernante principal. Sentados en rueda sobre petates les sirvieron comida regional que saborearon todos. Entre las mujeres que atendían, destacaba una muy bonita: cara redonda como una moneda nueva con dos hoyuelos en las mejillas, el cabello bien peinado y remataba en un moño en la nuca, engarzada de flores del sac-nicté (flor de mayo) y muchas, pero muchísimas lunitas obscurecidas en enjambre le cubrían el rostro y la espalda que la volvían aún más hermosa “Dios celestial cuánta belleza” Dos cantaritos enmielados de sensualidad asomaban tímidamente de su cimbreante torso. Toda ella morena, morena como una vida plena de tristeza y de mandar todo al carajo cuando se encuentra uno en problemas, principalmente la falta de salud. Nunca en su vida había visto el colmo de una belleza femenil. Fue una atracción mutua porque la niña no despegaba la vista de aquel iridiscente forastero, no obstante, las diferencias de edades y de razas. Nuevamente, como ha sido siempre en la historia de la humanidad, se anunciaba en este mundo el devenir de una nueva mezcla de sangre. El amor no tiene fronteras ni prejuicios. Las miradas fueron pescadas al aire— el amor nunca debe esconderse— mientras se anidaba en los corazones de aquellos hombres burdos la esperanza de que aquel hombre se quedara a vivir entre ellos para aprovechar su sabiduría y convertir al pueblo en una mejor esperanza de vida. Una nueva raza no estaría mal. Salieron del agua los extraterrestres, se comunicaron con Serdna, que ya no vivía en él, ya que su mente la ocupaba en esos minutos una paloma torcaza por eso no obtuvieron respuesta. Se cruzaron los mensajes telepáticos pues no se podían atender a dos cosas al mismo tiempo. Sin duda, eran seres de una mentalidad madura y tolerantes por eso no insistieron y prefirieron esperar las buenas nuevas. En la plática que sostuviera Serdna con los naturales se dio cuenta que existían otros pueblos e imperios que vivían en las mismas circunstancias de pobreza y retraso por la falta de desarrollo, así que decidió comenzar en apoyar a esta gente buena. Le enseño el uso de la rueda, le mostró cómo podían atrapar los mensajes que traían las estrellas y los planetas para mejorar los cultivos, y a los más abusados el milagro de la sanación con las oraciones y la acupuntura. Se tele transportó a todos los pueblos de América y les obsequió parte de su civilización. Le llegaron a conocer con diferentes nombres: Quetzalcoatl, Kukulkan, Militzín, Huracan, Hombre venido de las estrellas, etc. Entendió que un mundo con dueño no era posible la convivencia por las diferencias de culturas y sintió que no tenía derecho a importunarlos. Pensó en su familia y sus hijos en peligro de morir si no se apuraban en la búsqueda de nuevos mundos, ahora sí vírgenes, pensó en la joven que le había arrebatado el corazón en una relación ilusionista, es decir, exclusivamente espiritual y a pesar que había leído el mensaje del corazón de Sacnicté que le decía “te amo, señor iluminado, ámame como tú quieras”, pero se sentía muy mal. Era cuestión de decidirse y tomarla, integrarse a ella en un solo cuerpo, beber la savia de su feminidad, comerla a besos, fundirse en el crisol de la ansiedad para apaciguar a los demonios que siempre rondan al amor, pero su mentalidad de hombre celeste educado en el control mental, desarrollado durante muchísimas generaciones, se lo impedía. Ya habían sostenido antes varias pláticas y se habían declarado su mutuo amor. Ella insistente, él domesticado por los prejuicios de su mundo. —Deja las estrellas y quédate conmigo, mi pueblo te necesita y yo más que nadie—le reclamaba la bonita. — No puedo, a pesar que no conocía que era el amor y que ahora ya sé qué es, mi destino es otro, es otro amor por mi tierra, entiéndeme. — Me has dicho que el aburrimiento se ha adueñado de tu corazón, ¿por qué no comenzar una nueva vida? ¿Te afecta tu familia, tus hijos? — No lo sé, no te lo puedo explicar, quizá sea la fuerza de la costumbre que me impide comenzar, estoy aturdido. — ¿Vivirás eternamente? — No sigas, Sacnicté, me mareas con tus recriminaciones, solo confío en que el destino resuelva mi problema. — El destino eres tú y nadie más que tú, ¿no lo entiendes? Ya no hablaron más del tema que era intolerable para el extraterrestre. Se fueron llevando de una manera singular. Se llenaban de amor solamente con la mirada puesta en ambos, pues la niña había aprendido una nueva forma de amar al estilo del visitante aunque por dentro su juventud le decía otra cosa, una entrega mutua, sublime, al estilo terrestre. —El amor no se basa en el contacto físico, es más hermoso y profundo cuando los espíritus se sincronizan en una sola alma— repetía incesantemente a Sacnicté el celeste forastero. Pero, el corazón de Sac nicte no entendía esos pensamientos propios de mentes desarrolladas. Ya no hubo más encuentros. Serdna, entristecido, cerró los ojos y pensó un día cuando estaba a solas: “Por un amor un cielo, pero por la tierra nativa todo”. Borrón y cuenta nueva y se despidió de ella y del pueblo. Los exploradores amigos seguían esperando el retorno del capitán, ya habían encontrado espacios bellos y adecuados para establecerse y crear una ciudad coma la suya. Sentían que al fin habían logrado su propósito. Se aparece Serdna y les dice: —Hermanos, este mundo no está solo, lo habitan infinidad de reinos y pueblos que viven separados por enormes distancias, algunos en armonía, otros con ideas de conquista, claro en desventaja con nuestra civilización que no sería difícil convivir con ellos y dominarlos, pero no sería justo. Nuestra preparación no nos permite tomar nada a la fuerza. El tiempo en que estuve alejado de ustedes traté de ayudarlos proporcionándoles un poco de nuestra tecnología, lo suficiente para que vivan un poco mejor. —Pero ya hemos encontrado un lugar apropiado para vivir—interrumpió Siul— si lo vieras… —Te creo hermano, pero ya está decidido, sigamos explorando otras galaxias pues tengo la seguridad de que encontraremos otro mundo completamente deshabitado para la civilización parnasiana. Abril 18 de 2224 —Arranquemos la nave y vayamos en busca del destino nuestro. En el camino iba grabada para siempre la imagen de Sacnicté, acompañando al comandante que no tuvo el valor suficiente para arrancarse sus prejuicios conforme a las reglas no escritas de toda sociedad aún fueran de otro mundo. No las quiso romper y desperdició para siempre la oportunidad de vivir en felicidad durante el tiempo que le quedaba de vida. Siul sabía ya que el destino de su pueblo estaba escrito por la adversidad. Pero había sido educado para obedecer, solo obedecer ¿Para qué recriminar?

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