lunes, 16 de julio de 2012

EL ARBOL DEL CIRUELO








El estado de Sinaloa ha creado entre sus hablantes una curiosa adivinanza que por lo vocablos regionales usados difícilmente pudiera ser descifrada por personas de otros lugares: ¿cuál es el árbol que se bicha para dar la bola?  Traducida en palabras llanas quiere decir, ¿cuál es el árbol que se desnuda para dar frutos?  La respuesta es la ciruela.

De igual forma que en el norte, en la tierra calcárea del mayab  también se da la ciruela   en racimos que se sostienen en un cuerpo ramificado en estado de desnudez.

El ciruelo es un árbol frutal muy humilde; los hay enormes y pequeños; pertenece a la familia de las rosáceas y orden de los rosales; sus hojas son lanceoladas, es decir, en forma de lanza; sus flores son rojas y brotan antes de cubrirse los pecíolos de hojas; sus frutos son multiformes y policromos; tienen la carne deliciosa y están envueltos en una telilla fina que encierra una semilla.

Este árbol es quizá uno de los rosales más generosos y menos exigente que he conocido en esta tierra pedregosa y estéril. No se requiere tanto esfuerzo ni dinero dedicarse a su labranza, pues con muy poca atención, por no decir nada, produce frutos a granel, y con una variedad ilimitada.

Adentrarse a su comercialización reditúa pingües ganancias por ello,  Tenabo y Pomuch  han incursionado en esta iniciativa y les ha dado excelentes resultados ya que venden al mayoreo a través de rústicos muestrarios de madera rebosantes del jugoso fruto.

Es además el modus vivendi de ciertas  vendedoras de banqueta y callejón quienes ofrecen  estas frutas, cuando están a punto de madurar,  en montones o en bolsas transparentes exhibidos ante la vista de los caminantes afectos a estos comestibles. Su atractivo consiste en presentarlas con sus respectivos ingredientes: sal, chile y limón los cuales provocan el alboroto de las glándulas salivales o mejor dicho, aguan la boca. Los clientes cautivos lo conforman los niños y los jóvenes, aunque la gente mayor no se escapa de  estos seductores antojos.

También adopta otras formas de preparación para su venta o consumo en el hogar. Tal es el caso de las conservas en almíbar o licor, los dulces y curtidos, las aguas frescas para acompañar los alimentos, etc. Es lamentable que en nuestra tierra poco aprovechan convertir estas frutas rústicas en aguas frescas.

En esta región peninsular se cultiva una variedad de ciruelas conocidas en lengua maya como la chi’ abal, la huay mi,  y otras, que en castellano se conocen como la tuspana, la jundura, la  de Tizimín y la de cochino.

El ciruelo, aparte de brindar frutas exquisitas, tiene en sus hojas y corteza  propiedades curativas aprovechadas  en la medicina tradicional. Sus hojas machacadas y mezcladas con agua curan el sarpullido   (la urticaria); la cáscara ensuavizada en ceniza caliente  desarrolla una esencia que sirve para combatir la carnosidad de la vista; la mermelada a su vez, disuelta con una cucharada de agua caliente y limón, tomada antes de dormir, ablanda la garganta.

Yo tuve la fortuna de plantar en mi terreno de abril, de tierra  áspera y abundante laja, a principios de abril,  un retazo de este árbol de tronco calizo que se bifurcaba en ramitas delicadas que engarzados tiernos frutos.  Aquella fracción de ciruelo de escasas y titubeantes frutas, las mismas  que llegaron a mi solar,  se conservaron firmes y maduraron en refrescantes, carnosas y deliciosas ciruelas  que seducidos por aquella atractiva imagen  mi pareja y  yo nos animamos a  aprobarlas y reventaron su fina y roja piel  como  si fueran pompas de jabón salpicándonos graciosamente con su jugo  nuestros  rostros plenos de satisfacción.

Fue una tarde memorable, exactamente en los últimos días mayo cuando se entregan en  la iglesia de mi barrio flores de mayo a la Virgen de Fátima en rosarios destinados a  su adoración. Una fecha  en que se dio una demostración contundente de la mano de Dios, pues de aquel cachito de arbusto, sin haber recibido una gota de agua para sobrevivir, nos obsequió a cambio de nada la dulzura de una fruta silvestre; y para remachar aún más su grandeza, después de la primera cosecha reverdecerá y algunas de sus ramas se colmarán en manojos de nuevos productos, aunque no sazonarán ni serán apetecibles, pero no faltarán bocas infantiles que se atrevan  a consumirlos. Ahora si no se bajan se morirán de tristeza ennegreciendo su epidermis.

El destino del ciruelo que es la generosidad  esta marcado para  siempre, pues nació para lo que fue programado: dar y dar hasta el fin de los siglos por los siglos.

Ante  este  prodigio de la madre naturaleza, inclino la cabeza con admiración ante esta insignificante, en apariencia, criatura y exclamo jubiloso a los cuatro puntos cardinales del orbe:

¡No he conocido en mi vida otra planta tan buena y fecunda como la mata de ciruela que para poder vivir sólo le basta el suspiro y el rocío del cielo!






























EL BAILADOR



No existe en la ciencia moderna una teoría más acertada que aquélla enunciada por el investigador británico Carlos Darwin en donde asegura que el hombre desciende del mono. Una prueba irrefutable de lo dicho se refleja en los gestos y acciones de un bailador de música de cualquier ritmo que sea.

La música es una gran manipuladora, pues embota los sentidos convirtiendo a unos en turulatos y, a otros, en epilépticos, es decir, cautiva el corazón o les desquicia la compostura, y aún más cuando éstos caen en brazos de Dionisos se vuelven más monos. Por eso es común escuchar entre los espectadores de un baile:
─ Esa pareja  se comporta  como monos.
Veamos por qué:
Cuando la música zumba  al  bailador se  le estimula el ánimo  y su rostro sufre una transfiguración, pues se convierte en un mil máscaras y su cuerpo se le vuelve de hule; se le achican o engrandecen los ojos y pierden la lucidez; las cejas suben y bajan en movimientos acelerados; se le expande o contrae la nariz; los labios frontales se los presiona inconcientemente entre sí hasta formar una línea fina, una actitud característica en todo bailador, que aparenta cierta pesadez; la cabeza chicotea o gira rítmicamente por los cuatro puntos cardinales; la cintura y las manos, en cadencia esquizofrénica, se cimbran queriendo expresar  sentimientos inexplicables mientras los pies luchan en la búsqueda del jaque mate. Tal parece que al bailador se le quiere escapar el alma por cada rincón de su cuerpo. En ese momento de diversión, el rostro y el cuerpo enloquecen de placer por la fuerza  avasalladora  de la música; de esa música alegre o suave que hace actuar a cualquiera con aquella actitud heredada de manera congénita de los abuelos y hermanos: los simios.

En fin, el bailador es un experto en el arte de la gesticulación y del contorsionismo  que lo hace actuar y vibrar de los pies a la cabeza  con sólo escuchar cualquier ritmo que le toquen.









Cuando el ritmo zumba, el bailador se transforma en mono, y cuando la música calla…el mono se vuelve hombre.





















… Y VOLVIÓ LA LUZ





Llegó  a mi rústico jardín en un plástico negro vestida de traje rojiverde, mi tan deseada buganvilia.
Era muy grande mi desesperación por tenerla en mi sembradío que no tuve el suficiente cuidado  para desabrigarle la ropa ni trasplantarla con la misma tierra que trajo, pues se desmoronó y con ella el alma se le deshizo.

Su amiga-hermana que la acompañó a su nueva casa lucía esplendorosa mientras ella se resecaba  lentamente.

Al verla en ese estado con la tristeza reflejada en todo su cuerpo, a punto estuve de arrancarle el corazón y  tasajearlo para aventarlo con furia hasta muy lejos de mí, pero me contuve porque observé en ella, aunque muy imperceptible, sus ansias por  vivir.

Hoy cuando fui a mi  parcela para darle de beber a mis sedientas niñas  me atreví a mirarla de reojo porque conservaba,  en el fondo de mi corazón,   la esperanza  de que recobrara la salud. Y mis deseos se cumplieron. Ahí estaba ella exhibiendo en toda su plenitud su milagrosa transformación así como me la presentaron la primera vez: coqueta, frondosa y verdeante, a punto de reventar en flor…, sí, a punto estaban de colgar en racimos sus rojas flores cuales mariposas prestas a desplegar  las alas y lanzarse al vuelo, como aquéllas que llenan de color y vida el corazón de cualquiera que sabe apreciar la magnificencia de la naturaleza, que le dio  nuevamente a mi bien amada flor, mi buganvilla de Pomuch, la gracia de volver a la luz.

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