lunes, 16 de julio de 2012



NICTE-HÁ
LEYENDA MAYA
GUADALUPE A. BERZUNZA FUENTES



         En una cálida tarde de mayo iba caminando distraído por un estrecho sendero para conocer las aguas tranquilizantes de una laguna que de por sí fama ya tenía por su belleza. En medio de ella florecía una hermosa planta acuática de  flores blancas como nubes recién lavadas por las manos de Dios la cual poseía un encanto tan especial, causando admiración en todo  aquél que pasaba   por ahí por la explosión de tanta belleza.
         Me encontraba sentado a orillas de las aguas contemplando alucinado las bellas flores que se mecían en un vaivén continuo con el movimiento del agua cuando escuché de repente unos pasos discretos detrás de mí. Me volví sorprendido y dispuesto a defenderme por si alguien traía malas intenciones y descubrí que era un anciano indígena que me miraba con curiosidad.
         Me acerqué a él y le pregunté el nombre de aquella preciosa flor que brotaba de la superficie del agua y me contestó que se llamaba Nicte-Há (Flor de Agua). Quise conocer su origen  y me desgranó  con el  maíz de sus medias palabras  esta leyenda:
         —Sentémonos señora en aquellas dos piedras y escuche con atención lo que le voy a contar:
En el pequeño reino de Kukum-Lets (Pluma Dorada), vivía Nohoch-Mak (Gran señor) un rey noble y sabio que tenía una hija muy bella llamada Nicte-Há (Flor de Agua).
         En ese lugar, cada mes de mayo,  se acostumbraba  a sacrificar a diez hermosas doncellas a quienes arrojaban en la laguna en honor  a la Diosa Hatz´uts-Há (Agua Bella) porque se creía que habitaba en ella el espíritu de la Diosa.
         En ese mismo pueblo vivía también un guerrero fuerte y valiente llamado Noh-Kán (Serpiente Real) quien estaba perdidamente enamorado de la bella princesa Nicte-Há, ambos se querían y se juraban eterno amor.
         Aquel año, fueron escogidas las diez jóvenes más lindas y entre ellas se encontraba Nicte-Há.
         Las doncellas fueron apartadas del pueblo y encerradas en un templo donde disfrutarían de los más ricos manjares y vestirían las mejores galas con la intención de recompensarlas por la vida que iban a perder.
         La bella princesa Nicte-Há estaba muy triste por su suerte ya que  no volvería a ver a su amado Noh-Kan.
         Una noche, en que el guardia del santuario dormía, Nicte-Há huyó y fue en busca de su amado Noh-Kán que estaba en su choza muy desconsolado, pero al ver  la llegada intempestiva de Nicte-Há su semblante cambió y los dos amantes se fundieron, en soldadura auténtica, en un fuerte abrazo y ella exclamó entristecida:
         — ¡Oh Noh-Kán, no quiero irme de tu lado!
         —Nicte, si no fueras tan bella quizá no nos separarían.
         — ¿Tú me querrás igual si fuese fea?
         — Sí,   y tal vez mucho más.
         — ¡Oh, querido! Arreglaré este inconveniente y mañana volveré y ya nadie nos volverá  a separar.
         Nicté salió de la choza y se dirigió a una más pequeña, que estaba a orillas del poblado, en donde  vivía la bruja Tunich (Piedra). Nicté le contó su dificultad y Tunich le explicó:
         —Bella Nicté, no te desesperes, con este bebedizo que te he preparado perderás la belleza y así  no te apartarán de tu amado porque en ese sacrificio sólo se consideran a las  mujeres bonitas. 
         Al día sigu iente,  muy de mañana, Nicté se tomó la pócima y se encaminó felizmente a la choza de Noh-Kán. Al llegar tocó la puerta y salió el valiente guerrero que al verla distinta no la reconoció y preguntó extrañado:
         — ¿Quién eres tú?
         — ¿No me reconoces? Soy tu amada Nicté.
         — ¡No! ¡No es cierto! ¡Nicté es muy bella y tú estás muy fea! ¡Vete! ¡No te quiero ver!
         — ¿Cómo? ¿Te asustas de mí? ¡Dijiste que aunque fuera fea tú me querrás igual!
            Sí me lo dijiste no me acuerdo, y además no sé quién  eres, así que retírate de mi casa y no andes molestando a la gente de bien.
         Al escuchar estas palabras, llenas de falsedad del mal hombre, Nicté decepcionada salió de la choza y corrió enloquecida rumbo a la laguna. Al llegar pudo darse cuenta cómo las doncellas destinadas a la diosa eran arrojadas al agua. Nicté desesperada se zambulló  junto con ellas.
         Al otro día,  en medio de la laguna flotaba el cuerpo inerte de Nicté que no se había hundido por no cargar joyas como las demás jóvenes;  los indígenas la descubrieron y pudieron presenciar un espectacular milagro: el cuerpo de Nicté se iba convirtiendo poco a poco en una bella y luminosa  flor blanca, que es la que ahora se aparece cada mes de mayo  en el centro de la laguna.
         El anciano indígena terminó su relato, se levantó con cierto trabajo y se perdió entre los árboles de aquel frondoso bosque y yo tomé el camino de regreso que me conduciría al poblado más cercano en donde descansaba junto con mi familia que había salido de excursión.
                                                                                                          



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