martes, 31 de julio de 2012

TNT El bailador

EL BAILADOR
    No existe en la ciencia moderna una teoría más acertada que aquélla expresada por el ilustre biólogo británico Carlos Darwin cuya temática asegura que el hombre desciende del mono. Una prueba incuestionable de lo antedicho se refleja en las gesticulaciones, ademanes y evoluciones producidas por un bailador en un salón de fiestas, especialmente, si se trata  de un ritmo candente como un mambo.
       Veamos por qué:
       La música, por naturaleza,  es una gran manipuladora de los sentidos, pues convierte a unos en trompos desbocados y, a otros, en estatuas vivientes y soñadoras, es decir,  desquicia la compostura o cautiva el corazón, pero más  aún cuando caen en brazos de Dionisos.
       Cuando la música zumba  al  bailador se  le estimula el ánimo  y su rostro  se convierte en un mil máscaras y su cuerpo se le vuelve  hule; se le achican o engrandecen los ojos y pierde la lucidez; las cejas suben y bajan en movimientos acelerados; se le expande o contrae la nariz;  los labios  se los presiona inconscientemente entre sí hasta formar una línea fina que es  una característica común entre los bailadores; la cabeza chicotea o gira rítmicamente por los cuatro puntos cardinales;  la cintura y las manos, en cadencia esquizofrénica, se cimbran queriendo expresar  sentimientos inexplicables mientras los pies luchan por encontrar el paso perfecto del jaque mate. Tal parece que al bailador se le quiere escapar el alma por los poros de su cuerpo.
En ese momento de diversión simiesca, el rostro y el cuerpo enloquecen de placer por la fuerza  avasalladora  de la música; de esa música alegre o suave que hace actuar a cualquiera con aquella actitud  heredada de manera congénita de los abuelos y hermanos: los primates.
Pero el colmo del hombre-mono llega a su clímax cuando danza al compás de una  música con letra prescriptiva. Imaginemos el escenario y ambiente de su actuación.
Un teatro de mil fulgores  que engañan a la visión, formando dibujos etéreos, eléctricos y caprichosos; burbujas de ensueño poli cromáticas se pasean por doquier vomitados por  oropéndolas que no dejan de girar;  humo infernal  artificioso que satura el ambiente infectando el olfato; un terremoto vibratorio que camina por el piso y cosquillean los pies; un aullido infernal de mil locos músicos y metales que revientan los tímpanos; una música de letra grosera que  trae más  cadencia mono rítmica que armonía; una epidemia de desenfreno que contagia a la juventud y los vuelve más monos de los que son.
Empieza el retumbe musical. Las cinturas culebrean en movimientos impúdicos que se vuelven vertiginosos  o lentos a semejanza de una  acopladura sexual; caminantes zombis o licuadoras frenéticas en presunción de baile;    volantines, maromas en movimientos epilépticos de los más ágiles; los brazos sincronizados en molinos de viento;  gusanos humanos que se arrastran sin pudor en el suelo; arriba y abajo los brazos, pasos adelante y por detrás, a los lados, brincos  en un solo pie o en dos, ordena la letra musical;  agua salada que empapa la vestimenta  de los incansables bailarines;  hombres  y mujeres  desconocidos y transformados en seres con rostros de ultratumba que no saben sí existen o están muertos; una música interminable porque no son cristianos quienes la interpretan, sino seres creados por la inventiva de los sabios enfermos también.
La música se detiene y el conglomerado simiesco, totalmente desarticulado, descasa para recargar la batería mientras llega  la siguiente locura del instinto dormido.
Luz y sonido es la música de la juventud actual  contagia y alucina tanto que algunas almas encimados  de años se cuelan porque  no quieren envejecer, cierto el alma nunca envejece.
       En fin, el bailador es un experto en el arte de la gesticulación y del desdoblamiento  que lo hace actuar y vibrar de los pies a la cabeza  con sólo escuchar cualquier ritmo que le toquen. La música se trae de por sí en la sangre desde tiempos inmemoriales.
       “Cuando el ritmo zumba, el bailador se transforma en mono, y cuando la música calla… el mono se vuelve hombre”



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