DULCES MÁS SABROSOS
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o existe en país alguno, dulces más ricos que la mirada ingenua y tierna de un niño, la sonrisa, un beso y de pilón, el llanto marrullero.
Cuando el niño mira nos arrebata el alma y nos sumerge en la blancura de su corto entendimiento, y nace en ese momento en uno, el deseo irresistiblele de comerlo a besos, queriendo saber lo que trae en sus escondidos pensamientos para entregarle lo que pide sin solicitarlo. De esos ojos preciosos de mirar hechizadores, que transpiran una candidez indescriptible, que cuando se detienen en uno nos derriten con una pasadita de barniz. A veces me imagino que antes de hablar, el niño practica con la mirada pues en ella se descubre una inmensa comunicación en el momento en que nos arrebata el entendimiento y nos paraliza de emoción.
La sonrisa es otro de los atributos maravillosos de estos pequeños seres. La traen por naturaleza, pero no la sueltan cuando se les pide, sino cuando ellos quieren. A veces es espontánea; otras veces es forzoso transformarse en un payaso para robársela por un rato. Una sonrisa regalada es suficiente para aliviar un afanoso día de trabajo; y una carcajada, suficiente para una muerte deliciosa en vida.
El beso de un niño es una golosina que no tiene precio. No se vende a cualquiera, ni tienda que la surta, ni vitrina que la exhiba. Su sabor no se puede definir. O es de miel, chocolate, fresa, coco o chamoy en fin nadie lo explica, porque no se puede. Lo único que se sabe, señores, es que se trata de un dulce con gusto incomparable que sólo lo puede ofrecer un hijo o un nieto, y que en cada momento que se da ya no sabe lo mismo que el anterior., pues cada beso es diferente: inefable. Yo soy un hombre afortunado por los tantos caramelos que saboreo al día y puedo asegurarles que nunca me sacian. Se me han vuelto una necesidad.
Estar junto a un niño no es aburrido ni tormentoso, hace falta como el alimento diario para subsistir. Auque a veces da coraje porque cuando se le habla ensordece de repente, la voz se gasta y se pierde en el viento. ¡Cabroncitos, deliciosos!
Yo he gozado a montón de este privilegio, como muchos otros quizá, pues Dios me ha otorgado hasta ahora ocho nietos, por ahora, que han sido la fiesta de mi existencia.
Cuando los tengo a mi lado no me atolondran sus gritos ni sus juegos, ni la energía excesiva que muestran, manipulando valiosos artefactos que tanto se cuidan, aunque mi naturaleza no es la paciencia, y si acaso me gana, me tapono los oídos con corchos invisibles que me evitan oírlos, por eso no sé el porqué se quejan de que el niño mata con sus lloros. Para mí es un canto embriagante de sirenas posadas en la orilla del mar.
Cuando arman un relajo, cierto, provocan problemas que deben ser resueltos y piden ayuda a los padres sin razón o con ella. Su egocentrismo es el principal incitador. Los papás intervienen y resuelven las situaciones sin lastimar a nadie, aunque a veces se atolondran y favorecen a su camada, pero en lo general son complacientes.
El llanto de un niño es la herramienta más efectiva para conseguir lo que quiere. Los hay de diferentes calibres: un gesto triste, uno silencioso o estruendoso acompañado de manoteos y pataleos; son comportamientos que doblegan a cualquier padre y optan con consentirlos aún fuera los más absurdos o insignificantes deseos.
Algunos papás, que presumen conocer la psicología infantil, argumentan:
─ Deja que el niño se revuelque, grite o se tire a morir, muéstrale indiferencia, y verás que se tranquilizará paulatinamente. Sabe él que esa conducta le abre las puertas del cielo, pero no tomándolo en cuenta aprenderá lo que uno ha aprendido de ellos.
Bien dicho, pero en la práctica se agachan y consienten.
Yo no sé qué raro magnetismo irradian los niños, pero aún con sus travesuras y berrinches nunca sabré vivir sin su calor. Mientras yo viva los disfrutaré sin medida, ya que son la miel del universo infinito concentrado en estos liliputienses. No existen dulces más exquisitos que los besos dados por un niño.
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