EL BAILADOR
No existe en la ciencia moderna una teoría más acertada que aquélla enunciada por el investigador británico Carlos Darwin en donde asegura que el hombre desciende del mono. Una prueba irrefutable de lo dicho se refleja en los gestos y acciones de un bailador de música de cualquier ritmo que sea.
La música es una gran manipuladora, pues embota los sentidos convirtiendo a unos en turulatos y, a otros, en epilépticos, es decir, cautiva el corazón o les desquicia la compostura, y aún más cuando éstos caen en brazos de Dionisos se vuelven más monos. Por eso es común escuchar entre los espectadores de un baile:
─ Esa pareja se comporta como monos.
Veamos por qué:
Cuando la música zumba al bailador se le estimula el ánimo y su rostro sufre una transfiguración, pues se convierte en un mil máscaras y su cuerpo se le vuelve de hule; se le achican o engrandecen los ojos y pierden la lucidez; las cejas suben y bajan en movimientos acelerados; se le expande o contrae la nariz; los labios frontales se los presiona inconcientemente entre sí hasta formar una línea fina, una actitud característica en todo bailador, que aparenta cierta pesadez; la cabeza chicotea o gira rítmicamente por los cuatro puntos cardinales; la cintura y las manos, en cadencia esquizofrénica, se cimbran queriendo expresar sentimientos inexplicables mientras los pies luchan en la búsqueda del jaque mate. Tal parece que al bailador se le quiere escapar el alma por cada rincón de su cuerpo. En ese momento de diversión, el rostro y el cuerpo enloquecen de placer por la fuerza avasalladora de la música; de esa música alegre o suave que hace actuar a cualquiera con aquella actitud heredada de manera congénita de los abuelos y hermanos: los simios.
En fin, el bailador es un experto en el arte de la gesticulación y del contorsionismo que lo hace actuar y vibrar de los pies a la cabeza con sólo escuchar cualquier ritmo que le toquen.
Cuando el ritmo zumba, el bailador se transforma en mono, y cuando la música calla…el mono se vuelve hombre.
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