LOS ALUXITOS
Amigo lector cuando eras niño quizá hayas oído, alguna vez, conversar a los abuelos y de gente amiga historias de fantasmas relacionados con ciertos seres en miniatura — así como los muñequitos de tus juegos infantiles — que por sus travesuras y maldades causaban el miedo entre la gente de esa época, salvo si cumplían al pie de la letra con los caprichos de esos efrites (genios malosos mencionados en los cuentos de “Las mil y una noches”) para mantenerlos quietecitos en sus banquillos junto a la banqueta de tortear. Estos pequeños demonios se les conocen como aluxitos.
A pesar de sus diabluras gozaban de cierta simpatía entre los campesinos quienes aseguraban que era posible convivir en armonía con ellos, pues al fin y al cabo eran niños, aunque en cuerpos de personas grandes, pero que se les podía endulzar sí se les buscaba la vuelta. En sus juegos y locuras preferían a los niños y los buscaban como diera lugar, causando por supuesto, la angustia de los papás porque sabían que cuando un niño desaparecía era por causa de estos enanitos juguetones.
Cuando era niño, en la era en que nos comunicábamos con tambores batientes y señales de humo, en la época en que aún se comían tortillas hechas a mano, se conservaban intactas aún las tradiciones que eran el alimento de la imaginación, en especial, aquellas historias sobre hechos sobrenaturales e inexplicables que surgían en lluvias torrenciales de la boca desdentadas de los viejos sabuesos quienes nos llenaban de fantasía a nuestras mentes infantiles y vivíamos cautivados cuando por las noches nos las pasábamos en duermevela con esas agradables charlas llenas de colorido y terror, preferentemente, el tema de los aluxitos. Los niños más sensibles no querían irse a dormir y los que no pertenecían a la familia y que venían también a disfrutar de esas fantasías tenían problemas para regresar a sus casas a menos que los acompañara una persona mayor, pues sus mentes ya estaban a punto de reventar de miedo por tantos relatos de espantos escuchados o preferían quedarse en la casa del amigo.
Bien, pero si no tuviste la oportunidad de disfrutar de estos excitantes relatos porque te haya tocado vivir en otra era en donde las tradiciones de los viejos, desgraciadamente, se han ido perdiendo por causa de los medios de comunicación masiva como la televisión, no te desanimes y aprovecha esta oportunidad que te ofrezco para que viajes conmigo y en radiografía descriptiva, entres al mundo de travesuras de estos simpáticos señoritos burlones en donde son actores principales.
Las personas que conocen a estos diablillos aseguran que tienen el rostro de un niño y de apariencia ingenua, pero la verdad es que son sinvergüenzas porque acostumbran a presentarse en cueros, es decir, completamente desnudos en lugares en donde no los llaman. Por su tamaño se parecen a aquellos diminutos habitantes de la isla de Líliput en la novela: “Los viajes de Gulliver” de Jonathan Swift”.
A pesar de su naturaleza microscópica les gusta causar maldades de todos calibres, y no se les conmueve el corazón cuando ven sufrir a sus víctimas dañados por sus crueldades. Son malos de por sí.
Acostumbran a aparecerse a mediodía cuando el sol está en el centro del cielo (cenit), en los cerros conocidos como cuyos (lugar donde se encuentran vestigios arqueológicos), en sombríos solares abandonados, en cuevas o en chultunes (orificios en el subsuelo en forma de cántaro).
Suelen viajar en los remolinos, así lo cuentan los antepasados, que en su alrededor arrastran en giros acelerados basura, papeles y “vientos malos” para la salud. Estos embudos de aire, por lo regular, se forman en medio de los solares y cuando se dirigen directamente a las viviendas, las viejas gritan asustadas:
__ ¡Je ku tal le X’ mozón i’k! akananesh que en español significa: ¡Ahí viene el viento malo! ¡Niños, corran y entren rápidamente a casa! ¡Ya se acerca el remolino! ¡Entren a la casa si no quieren enfermarse! Sí los rapazuelos no hacen caso de estas advertencias, los meten a casa y les recetan jiladas explosivas de cintarazos.
La gente antigua creía que estas tolvaneras eran transmisoras de diversas clases de enfermedades tales como la calentura, el dolor de cabeza, la diarrea, los desmayos, la locura, etc. Cuando los mayores se descuidaban y los niños eran envueltos en el remolino con seguridad adquirían alguna enfermedad de las ya mencionadas. De nada valen los conocimientos de la ciencia médica, pues estos males sólo podrán ser curados por los hierbateros ( x’ men en lengua maya) que tienen la contra para alejar a los malos espíritus que son reencarnaciones de los aluxitos.
Estos pequeños pilluelos se apoderan de los terrenos sin permiso del dueño, y éste tendrá que pagar su impuesto predial que consiste en comidas y bebidas especiales enmarcadas en una ceremonia bajo la guía de un curandero, pero si no cumple, entonces, se le castiga con enfermedades. Este ritual se le conoce en la región como han li kool y saakab respectivamente; esta estrategia será la cura que librará de los malos vientos a la familia. Nada más que esta práctica se deberá repetir anualmente, sin interrupción alguna. Cualquier fallo ocasionaría peores males, por ello será necesario seguir consintiendo a estos diablillos hasta dejarlos contentos y decidan en abandonar el predio y vayan en busca de otros mejores lugares para causar dolores de cabeza. Cuando entran estas langostas espirituales nadie los detiene en sus maldades.
Los campesinos conocen perfectamente el carácter de estas criaturas, por eso no se atreven a enfrentarlos, prefieren estar de su lado tratándolos con cuidado.
Cuando el labrador permanece por bastante tiempo en el monte, se prepara de antemano para recibir a estos pequeños duendecillos. Les llevan cigarros porque sabe que son fumadores y antes de acostarse a dormir deja debajo de la hamaca los cigarrillos para evitar que le molesten sus sueños. Cuando amanece, aunque usted no lo crea, aparecen desparramados por todos lados del jacal los cabos; esta acción habrá sido una prueba evidente de que los geniecillos estuvieron ahí. El labrador sonreirá de satisfacción porque sabe que no será molestado durante el tiempo en que dure su estancia en el campo…, desde luego, mientras no se le acabe el tabaco.
Así pues mi estimado lector, esas fueron las características físicas y morales de los aluxitos y con base en ellas te voy a contar la historia de un caso muy comentado en mi época en donde un niño fue robado por estos incorregibles demonios.
Cuando viene a mi mente estos recuerdos de mi niñez se me enchina todo el pellejo debido a la agitación que ocasionó este evento en un pueblo muy cerquita de aquí en donde todos se conocen; un pueblo lleno de supersticiones y de duda a los saberes de la ciencia. La gente prefería seguir viviendo de las creencias de sus antepasados de que todo aquello que no se puede explicar tiene mejor respuesta en lo increíble y eso les gustaba para seguir caminando en este mundo de magia y fantasía.
Acomódate en tu banquillo y disfruta esta historia.
Sin que sus padres se dieran cuenta aquel niño salió de la casa y se fue al monte a leñar porque ese día su padre enfermó y no había dinero para comprar comida. Nunca había ido solo, siempre iba en compañía de su papá, pero en esta ocasión prefirió bastarse asimismo, pues ya se consideraba un hombrecillo hecho y derecho. Fue un viaje sin regreso, pues se perdió en la espesura del monte.
Amigos, papás y parientes se dieron a la tarea de buscarlo, pero no encontraron la menor pista de su presencia, no obstante, que entre los buscadores había excelentes exploradores que conocían al dedillo todos los rincones del bosque. Pero el niño se había esfumado por completo, parecía que se lo habían llevado los marcianos sí es que existen como lo sugiere Ray Bradbury en Crónicas marcianas.
Hubo llantos a mares, desmayos, regaños, desesperanza, y una que otras locuras de parte de los familiares. Se recurrió a los adivina suertes, a todo tipo de hechizos, barajas, sastunes que les permitieran conjurar la desventura, pero nada dio resultado. “Blas” que así se llamaba el mozalbete, no se asomaba por ningún lado. Como era natural los padres no se dieron por vencido y menos se resignaban a perder al hijo amado, el primogénito y único hijo. Así que la pérdida de aquel niño era una verdadera tragedia para la familia de “Blas” que estuvo ausente durante cinco meses. Cuando recuerdo aquel triste episodio de pueblo, me remito a la historia de lo que habrá sufrido Abraham (narrado en Génesis de la biblia) cuando su Dios para ponerlo a prueba acerca de su amor hacia él le ordenó sacrificar en hecatombe a su único hijo, Isaac, que les llegó cuando ya eran demasiados viejos él y su mujer.
En el aniversario de su desaparición, ya se le consideraba muerto, la familia dispuso en su honor una serie de rosarios para recordarlo. Mientras más entretenidos estaban se apareció “Blas” como si hubiera ido a dar un simple paseo de pocas horas. Así lo demostraba en sus gestos y actos. Venía contento y su semblante todo coloreado por el calor del sol y la buena vida. Llegaba el hombrecito convertido a semejanza de un cochinito cebado. Conversaba con claridad y de corrido que no era su estilo, y con una sabiduría de hombre grande. Tal parece que se le había adelantado la edad.
Después de la alegría causada por su milagrosa presencia se le acribilló con cientos de preguntas que el niño no atinaba a responder por el desorden que se había armado por su intempestiva presencia. Era la casa una torre de Babel en donde nadie se entendía. Se le tuvo que llamar la atención a la gente para que callaran y preguntaran en orden para que el resucitado les contara a cada metiche su aventura.
“Cuando me di cuenta — comenzó a narrar — que me había perdido me ganó la desesperación y me puse a llorar. Quise calmarme poniendo orden mis sentidos, pero no pude. Perdí por completo la orientación por eso no supe regresar a casa. No sé cuánto tiempo haya transcurrido. Cuando más angustiado estaba aparecieron frente mí no sé de dónde unos niñitos desnudos que me consolaron y me invitaron a jugar en sus casas para distraerme. En un principio me resistí pues nunca los había visto, pero era tanta su insistencia y simpatía que arrastraban que me convencieron y los acompañé. Creo que se me nubló el entendimiento que hasta olvidé por completo el problema en que había caído. El tiempo pasó sin darme cuenta, no sé cuánto haya sido, pues en ese lugar los días son horas, las horas, minutos, y los minutos, nada. Por eso me causa mucha extrañeza el que hayan sufrido por mí —sí no me equivoco— estuve fuera de casa unas pocas horas.
— ¡Eso crees tú! ¡Han pasado cinco…cinco meses que nos hiciste sufrir— le interrumpieron en coro todos los presentes y continuó:
—Jugué mucho hasta que me fastidié y cuando lo notaron mis amigos intentaron variarme la diversión. Les manifesté que no era esa la causa sino que quería regresar a mi casa y no se negaron, pues creo que también ya los había fastidiado. Antes de despedirme me prometieron, si yo lo deseaba, regresar por mí para enseñarme algún oficio que me permitiera vivir tranquilamente para ayudar a mis papás. Me aseguraron que me podrían convertir en un excelente hierbatero para curar toda clase de enfermedades misteriosas o me darían el secreto de la valentía y el arte para ser un gran torero de cartel, no del montón. En fin, se comprometieron a muchas cosas y, luego me encaminaron directo hasta aquí nada más que ustedes no los pudieron ver, sólo los niños, así son ellos. Fue de esta manera como pude sobrevivir, si debo decirlo así, y regresar en tan corto tiempo, sano y salvo con ustedes, gracias a la ayuda de esos buenos liliputienses”.
Los padres quedaron eternamente agradecidos por la buena acción de esos duendecillos, y cuando podían les mandaban regalos y alimentos como a ellos les gusta.
Así pues, mi estimado lector, estas creencias, de por sí emocionantes ya se están olvidando o mejor dicho ya no se platican en el presente siglo; a veces ni los abuelos se preocupan por conservar la llama de la fantasía infantil, ni tampoco la fomentan, ya sea por desgano o por la falta de interés de los nietos provocado por el enemigo número uno que es la televisión que enajena la voluntad de los chiquillos. Es una lástima ya que nuestra tierra es rica en tradiciones que no se podrán conservar, y que conforman nuestra identidad local, estatal y nacional; ya pasado el tiempo no quedará rastro de nada, y para nuestra desgracia heredaremos en su lugar una serie de prácticas importadas y con olor a basura podrida.
Yo, sin embargo, sigo creyendo y fomentando, siempre, entre la gente que estimo todas aquellas historias obsequiadas por los abuelos las cuales me trasladan a otros mundos y me recuerdan mi niñez, y una de mis preferidas son los aluxitos.
Yo sí creo en los aluxes, ¿y tú, mi amigo lector?
Esta otra historia es corta, pero te va gustar.
En mi infancia tenía un amigo llamado Luis Aké que juntos practicábamos el beisbol en el barrio nuestro. Por motivos de estudio me alejé de él y no regresé hasta que no obtuve la carrera que me da para vivir: la carrera de maestro.
Ya pasados los años, un día se presenta ante mí el padre de Luis que me ofrecía en venta su casa. Le aclaré que por ser nuevo en el oficio no ganaba lo suficiente para comprársela y me dio la solución:
— No se preocupe “Profe” veo que tiene una bicicleta y una televisión, se las cambio por mi casa, ¿qué le parece?
No lo pensé dos veces y acepté. Pero antes quise saber los motivos de aquella decisión, pues la casa tenía mucho más valor y me contestó:
— Se lo voy a decir, pero no vale arrepentirse del trato que hicimos, ¿de acuerdo?
— De acuerdo — y prosiguió.
— Como se habrá dado cuenta ya mi hijo varón Luis ya no vive. Se lo llevaron los aluxes.
— ¿Los aluxes? ¿Cómo está eso? ¡Cuénteme!
— Pues verá profesor, cada año le ofrecíamos un janlikol al terreno que ya habitaban los aluxitos, pero fallamos una vez y ya ve que nos pasó se nos murió Luis. Por más que luchamos para salvarlo, llevándolo muchas veces con el doctor, no sanó. Cuando nos acordamos que era obra de los dueños de la tierra ya no hubo remedio.
Por eso es que decidimos vender la casa, los recuerdos nos matan y no quisimos sufrir de lo mismo con los hijos más chicos. Esa es la razón de la venta de mi terreno; una lágrima furtiva saltó de sus cansados ojos que limpió con el dorso de la mano con la única mano que tenía, la otra la perdió reventando voladores en un gremio.
Cuando ocupamos la casa seguimos con los consejos del viejo vendedor y le ofrecíamos a los aluxes abundantes comidas y bebidas, pero un año fallamos y esperábamos el castigo a nuestro descuido, pero no pasó nada, los aluxitos se habían cambiado de casa. Lo supe cuando el vecino me conversó que sus niños veían seguido a unos niños que los invitaban a jugar. Así que mi pobre vecino ya sabía del compromiso contraído y qué debía hacer para que sus hijos no se enfermaran…
Y aún hay más historias de…
A mi nieta Jade le cayó una enfermedad que la puso al borde de la muerte. Se le presentaba exactamente al mediodía una temperatura fuera de lo normal en la planta de los pies y las palmas de las manos y una diarrea intermitente. Había sido tratada por pediatras de la ciudad de Mérida y ninguno pudo curarla. La abuela creyente en enfermedades misteriosas de este tipo aseguró que no era trabajo de doctores, sino de yerbateros. La sugerencia no cayó en saco roto y acudimos con un hechicero en la ciudad de Hecelchakán, quien le devolvió la salud íntegramente con sus brebajes y las famosas limpias de ruda en golpeteos por todo el cuerpo de la niña para combatir a los duendecillos. Mi niña sanó.
La causa, un terreno habitado por aluxes donde había unos cuyos.
Andrés Jesús González Kantún
Calkiní, Campeche, 4 de febrero de 2011.
Es una lástima que muchos de los testigos de nuestra cultura se mantengan ciegos y mudos ante ella. Con respecto a su pregunta sobre si creemos o no en los aluxitos, en lo personal, me es díficil de creer pero no por ello deja de intrigarme...
ResponderEliminarComo usted bien comenta, estas historias se han ido perdiendo a lo largo del tiempo, lo cual nos ha insensibilizado y llevado a la incredibilidad.
Nuevamente muchas gracias por compartirlas.