miércoles, 13 de abril de 2011

Un cenote en Calkiní



UN CENOTE EN CALKINÍ CON LA APARIENCIA DE UN POZO COMÚN

Antecedentes históricos.- Referente a la época precolombina de la provincia Ah Canul, no se sabe mucho al respecto. Sólo se conservan generalidades como la llegada de los españoles; de los batabes que poblaron los diferentes pueblos del municipio; de los nueve hermanos comandados por Na May Canché  exiliados del reino de Mayapán a causa de problemas políticos entre hermanos de raza maya; de los tributos dados a los hispanos bajo la sombra de una frondosa Ceiba; el nombre de los dos  primeros españoles que vivieron en Calkinì, y de la riqueza de un comerciante Ah Canul en posesión de cuatro barcos, etc.  Esos relatos de los abuelos se encuentran asentados en “El códice de Calkini”.


Se sabe también , desde luego, en forma somera sobre el valor histórico que tiene entre los calkinienses el Tu’uuk ca’an mejor conocido como el Ceibo, en donde se suscitó uno de los hechos más impactantes de la historia local cuando los jerarcas de dos razas distintas; la de Tzab Canul, y la de Francisco Montejo  sellaron mediante un abrazo forzado un acuerdo tácito sobre el predominio del más fuerte. Ahí, en ese lugar debajo de una exuberante Ceiba, en los linderos del pueblo, junto al pozo Halim, se tatuó con tinta indeleble el inicio del mestizaje en la tierra nuestra; la conformación  de una nueva raza:  la europea con la americana.

En el Códice se habla de un pozo, y en el interior del texto se menciona varias veces. Un pozo que en su significado literal significa un hoyo excavado sobre la tierra para la extracción de agua subterránea. Pues aunque parezca increíble  los mayas ya lo sabían construir aunque de manera rudimentaria porque aún no conocían el metal, así  lo asegura Fray Diego de Landa en su obra: ” Relación de las cosas de Yucatán” en donde dice: “ Los que éstos alcanzaban (el agua de cenote a flor de tierra o de lugares inaccesibles) bebían de ellos; los que no, hacían pozos  y como les había faltado herramienta para labrarlos, eran muy ruines”, pero eran pozos aunque sin la famosa campana que conocemos y en consecuencia eran insuficientes para abastecer a todo un pueblo como era el caso del pozo Halim. Lo que significaba  que  en Calkiní existía otro lugar para aprovisionarse del vital líquido, pero ahora de manera abundante.

Entonces, si mis razonamientos son acertados, ¿habrá existido en Calkini un desconocido surtidor de agua que saciara la garganta de los sedientos nativos después de haberse abandonado parcialmente las aguadas del oriente? Existe esa posibilidad. Pero no solamente señalaré el lugar sino también, la posición del centro ceremonial de esta raza calkiniense pródiga en tradiciones y enigmas.


Pues bien, permítanme explicarles su ubicación, así como el del centro ceremonial del pueblo maya local.

Don José Turriza Balam, extinto amigo mío, me platicó un día que en su infancia su madre le había platicado en múltiples ocasiones, así como se lo contaron a ella,  sobre la existencia de un desconocido cenote dentro de unas cavernas, y que se  podía entrar a través de unas escaleras de madera. Le llamaban  Bi’ich cal que en lengua castellana significa, garganta angosta. Adentro, en esa cueva rutilaba un pequeño oasis de inextinguibles aguas cristalinas.

¿Dónde se encuentra?

Puede ubicarse casi en el centro de la manzana situada entre la calle 15 y la 11 del barrio de San Luis. Más claro, se encuentra en el solar del Profr. Armando Caamal Matos.

Muy cerca de este cenote (donde confluyen los fondos de los solares) se pueden observar vestigios de edificios prehispánicos. Aunque a simple vista aparentan montones de tierra y piedra, pero si se aguza  los sentidos se puede uno dar cuenta que fueron en épocas pretéritas templos ceremoniales, terrazas, plataformas, altares, chultunes, etc. Esta afirmación la sostengo porque en mi niñez estos rescoldos arquitectónicos fueron parte de mis experiencias infantiles; anduve por todos sus recovecos, brincaba las escalinatas de los edificios,  me sentaba en los enormes rectángulos de piedras labradas, y ojeaba por los diferentes puntos del lugar algunas piedras difusas que en algún tiempo fueron estelas, pero ahora convertidas en sólo cenizas  de la grandeza raza Ah Canul.

Todavía guardo en mi memoria de manera invariable la figura de una casa de paja construida sobre la cima de uno de los edificios principales en donde un tío mío llamado Félix May, que  a semejanza de un gran sacerdote del Yucatán antiguo nominado Ah Kin May, y por nombre Ahau Can May,  ponía en práctica sus dotes de médico empírico o X´`men  en maya  y el de adivina suertes.
Aunque no sólo en esa manzana se advertían reminiscencias arqueológicas sino también en otras; pero en un perímetro más alejado, por ejemplo, en el predio de la señora Rosa Pacab (calle 22 “A” No. 76) en cuyo terreno se estableció alguna vez la primera escuela primaria del barrio de Fátima,  se extrajo un ídolo en  un pequeño lomerío; en los terrenos donde se encuentran actualmente instaladas las bombas de abastecimiento del agua potable municipal, en lomitas dispersas, se hallaron osamentas  humanas y utensilios de barro; y en el basamento donde se construyó la iglesia principal también  existieron edificios mayas, en fin, una retahíla de templos desconocidos que rodearon en otras eras el susodicho cenote.

Por todo lo anteriormente expuesto, se puede plantear la siguiente hipótesis:
Que el lugar  preciso en donde los mayas calkinienses se abastecían de agua se encuentra en el centro de esos edificios los cuales servían como un núcleo ceremonial para las festividades religiosas en honor a sus dioses.

EL CENOTE

Desafortunadamente no se sabe con exactitud el lugar donde se encuentra situada la entrada original porque fue tapada a propósito por dos supuestos motivos:
Primero: Según los primeros dueños de la propiedad donde se encuentra el cenote, la entrada les quedaba muy lejos de la casa la cual les ocasionaba mucha molestia en el acarreo de agua por lo que optaron clausurarla y abrir otra, pero  más cercana a la vivienda.
Segundo: Esta otra versión, la más seductora, se deriva de la fantasía y carácter supersticioso de la gente y que vale muy bien la pena platicarla.
Un Viernes Santo, una hija de la familia propietaria, descendió las escaleras de la cueva en busca de huano ( material flexible para la elaboración de sombreros, guardado en ese lugar porque la humedad lo hace más dócil) para tejer cuando de repente se le apareció frente a ella  un horripilante monstruo, combinación  de humano y caballo, como aquel ser mitológico mencionado en la cultura griega, El centauro, pero éste era gigantesco, que la obligó a salir como un alma perseguida por el diablo.

La familia creyó que tal evento había sido provocado por el desacato a las creencias religiosas, pues ese día se debería dedicar a Dios. No se debe trabajar ni adentrarse en lugares solitarios porque el cizín (diablo) anda suelto en busca de almas confundidas en sus convicciones espirituales.

Pero tal aparición puede explicarse con un poco de sentido común.

Era obvio que la niña antes de entrar a la caverna, ya su mente iba programada en el temor por la falta de respeto al día en que se debe  honrar a Dios, y que esa desatención bien merecía ser castigada.  Con esa idea a cuestas la predispuso sobremanera. De modo que al entrar a un sitio solitario y tenebroso se imaginó lo peor; así que cuando las aguas en su movimiento de ondas concéntricas, combinadas con el choque de furtivos rayos del sol provocaron sobre las paredes de la gruta una ilusión fantasmagórica la cual le hizo casi morirse de miedo. Por eso los dueños decidieron clausurar la entrada.

Ahora bien, ya tapado el acceso a la cueva, ¿en dónde se habilitarían de agua para su sustento?
Pensaron y hallaron una solución original sin que esto les provocara más gastos innecesarios. Perforaron los dos o tres metros de grosor del techo de la gruta con la idea de hacerlo coincidir con el centro del manto acuífero. Pero no lo consiguieron, cometieron un error de cálculo, y el orificio distó mucho del manantial.. No obstante el error, encontraron otra forma peculiar de corregirlo. A plomo con el agujero del orificio desviado calaron sobre el piso de la cueva una pileta que la hicieron conectar  con el cenote a través de un canal a desnivel, obteniendo de esta forma un abastecimiento continuo y seguro de agua en la pileta. A pesar de no ser muy honda, apenas 30 centímetros de profundidad es un pozo inagotable, no obstante su pequeño caudal. Una muestra de esta aseveración se puso de manifiesto en épocas pasadas cuando se construyó la carretera rumbo a la población de Nunkiní, siempre mantuvo incólume su nivel. Otra de sus variantes, según pude observar, es que se pasean dentro de sus entrañas juguetones pececitos y camarones.

Los actuales dueños del lugar afirman que en épocas de lluvias, el agua acumulada en los alrededores del pozo desaparece en un santiamén, escurriéndose dentro de la gruta, y a veces se escucha el ruido de desprendimientos de trozos de lodo dentro de la bóveda del cenote.

EL POZO

Cuando se observa desde  lejos pasa inadvertido ante cualquier  mirada porque su apariencia es como el de cualquier pozo común.  Sólo se necesita acercarse a su brocal para darse cuenta que uno está completamente equivocado. Tiene una característica peculiar que lo hace diferente a los demás: mide siete metros de profundidad. Un detalle verdaderamente insólito, si se toma  en cuenta que aquí en Calkinì, en lo general, oscilan entre los 11 ó 12 metros de profundidad.

 Dos metros antes de llegar a la pila del agua, se va ensanchando paulatinamente como el vientre de un cántaro tepakanense motivo por el cual se necesita mucha fuerza en los músculos  de los brazos para descolgarse porque no se cuenta con ninguna clase de apoyo para los pies, y es peor cuando se asciende.
Dentro de la cámara del pozo caben holgadamente muchas personas, que se pueden perder de vista, si se desea, cuando alguien observa  desde el hueco del
La última vez que me atreví a entrar, no obstante mi edad y que pudo haberme costado la vida,  tuve que recurrir al auxilio de algunos alumnos para poder salir,  la albarrada y parte de aquel espacio amplio que existía se había derrumbado por completo; ya había desaparecido todo indicio del otro camino para llegar al cenote. Hoy  no  he dejado de lamentarme por no haber tenido, en el primer intento de investigación, el suficiente arrojo para derribar aquel pétreo y vacilante muro, y haber hecho a un lado el velo que guardaba celosamente, desde quién sabe cuánto tiempo, aquel secreto: el verdadero sitio donde los mayas calkinienses se abastecían de agua de Dzonot. Un lugar aprisionado en el encantamiento de un hechizo en espera impaciente de un conjuro mágico para conocer la luz de nuevas generaciones.

El pueblo de Calkiní no sabe de su existencia o lo más seguro es que no le dé crédito al relato y lo considere como una historia más, recreada por la fantasía surgida de mentes inflamadas por la inocencia y de fácil acceso a la  credulidad, pero no importa; quizá algún día surja  entre los jóvenes, ahora más intrépidos que antes, el ánimo por averiguar tantos y … tantos secretos del pasado histórico de nuestros abuelos como el caso de este cenote, rodeado de viejos y arcanos cerros, vestigios de la arqueología Ah Canul; de esa noble y rancia cepa calkiniense.

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