martes, 12 de abril de 2011

Más que sinvergüerza


UN JINETE SINVERGÜENZA

Alto y elástico era este jinete presuntuoso. Era un consumado bailador de caballos y más cuando  advertía la presencia de lindas mujeres. Cuando las  veía acercarse les cerraba el paso con sorprendentes caracoleos. A veces a algunas las lograba cautivar, pero a otras les provocaba coraje su fanfarronería y se acreditaba  una andanada de insultos, aunque no hacían mella en su de por sí resbaladizo carapacho de tortuga,  al contrario, era un incentivo para seguir mortificándolas cada vez que se les atravesaba en su camino. Al fin y al cabo era su manera de ser, y aunque se le aconsejaba moderación no se lograba contener.

Todas las tardes acostumbraba ir al río a bañarse, debajo de la sombra de frondosos sauces, juntamente con su alazán, pero en condiciones inusuales: completamente desnudo. Sus amigos bañistas le recomendaban recato porque era el paso obligado de mujeres y niños, pero no aceptaba razones y se desquitaba calificándolos  como a una bola de mojigatos.

Un buen día, los amigos decidieron poner fin a esa conducta insana y aprovecharon el momento apropiado. Cuando lo vieron distraído encima del animal, cepillándole con cariño su lustrosa piel, un amigo suyo levantó el brazo derecho y extendiendo los dedos en abanico y a una velocidad fulminante se lo dejó caer con fuerza sobre las ancas del equino; después el izquierdo, y otro y otro. El animal sorprendido pegó un tremendo salto y asustado dio media vuelta para salir del agua como tromba y sin darle tiempo al bribón de desmontar, y ahí se va el condenado.
Cuando el caballo logró alcanzar la orilla multiplicó su rapidez y se enfiló, como es natural, rumbo a su casa llevando encaramado como una garrapata al infortunado dueño. Pudo descabalgar si se lo hubiera propuesto ya que era un magnífico caballista, pero no se atrevió debido a las condiciones en que iba y además el miedo que le causaban las piedras del río. Prefirió asirse como Dios manda y continuó al ritmo del caballo desbocado. Pero su martirio no terminaba ahí,  la bestia tenía que atravesar a fuerzas la interminable calle principal en  un domingo de mercado, obviamente, saturada de gente venidas de todas partes.
Imagínese usted el revuelo que causó ese cuadro chusco con la estampa de un vaquero desnudo pegado al animal y enseñando en pantalla gigante los glúteos chorreantes de agua fresca de río.
Para el público era un verdadero goce visual, pero más para aquellas jovencitas a quienes enamoraba sin recato. De nada le sirvió apachurrar la cara para guardar su identidad ya que  a los jinetes de pueblo se les reconoce más por  el caballo que montan. Era una bandera humana prensada sobre el lomo del animal.
Al llegar a casa, el cuadrúpedo se tranquilizó mas  no el montador, pues tenía que pensar como iba a entrar a su casa sin que le vieran en ese deplorable estado. Se bajó del caballo y tapándose la vianda con el escudo de las dos manos fue en busca de la protección de su cuarto. De brinco en brinco, mirando para todos lados,  los ojos de águila y la cabeza una torre giratoria  y cuando podía  se guardaba en algunos matorrales, llegó  finalmente  a su destino, pero para su mala suerte fue sorprendido  y se rieron de él hasta morir por las fachas  en que iba llegando.
─”Goyo”, hijo, ¿qué forma de llegar son estas?
─ ¡Ay, mami, luego te explico!
Y las risas retumbaban en el oído de aquel derrotado jinete.

Desde aquel suceso cuando “Goyo” quería remojarse en el río con su inseparable compañero optaba  por dejarse los calzones., por si las moscas.
Ahora no alardea en demasía frente a las muchachas, y es un ejemplo de decencia y discreción. “Goyo”, el gran sinvergüenza aprendió en forma original la lección.
Las aguas del rió de Entabladero, Papantla, Ver., fueron testigo de esta cómica  historia. Allí fue donde comencé a trabajar.


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