martes, 12 de abril de 2011

El caballero de fuego


EL DZUL ‘KA’ AK
(Tradición nunkiniense)

Cuentan los ancianos de Nunkiní lo que hace mucho tiempo aconteció en esos lares de tierra pródiga (por el esfuerzo de la gente) en agricultura y que un hijo de esa tierra, el Profesor Benito Rodríguez  la calificó  atinadamente con esta frase: “En este lugar hasta la lajas florecen”.
Fueron hechos que dieron cabida a una de las costumbres más emotivas relacionadas con la religión y que ahora forma parte del folclore regional: La quema del Dzul ‘Ka ‘ak cada 13 de noviembre.
Esta tradición como en la mayoría de las que existen se mezclan con las creencias ancestrales de dioses paganos y las religiosas impuestas por los españoles.

Se cuenta que en un rincón de la parte norte del pueblo, todavía puede observarse vestigios de cimientos de lo que hace mucho tiempo fue un asentamiento humano conocido como Chan Kaj o pueblo pequeño en lengua castellana. Fue en ese lugar en donde surgieron los  antecedentes de  esta singular historia.

Sin que nadie supiera cómo, los habitantes de aquel rincón del pueblo  empezaron a enfermar de un extraño padecimiento infeccioso cuyos efectos se traducían en una serie de erupciones que se convertían en vesículas y luego reventaban en pústulas (pus).  No se sabe con certeza si se trataba en realidad de una viruela maligna o benigna, pero sí se sabía que era tremendamente contagiosa. Y lo fue porque se multiplicó en gran parte del pueblo.
La gente apesadumbrada no hallaba la fórmula para contrarrestar la epidemia ni aplicando aún la sabiduría de los abuelos con  remedios herbolarios.
Posiblemente en esa época, la medicina no contaba con el antídoto adecuado, o más seguro se resistieron a utilizarlo debido a esa natural desconfianza que en un principio demostraron ante el advenimiento de la medicina moderna. Sí se recuerda que hace muchos años los padres de familia no permitían que a sus hijos se les aplicara alguna inyección para prevenir alguna enfermedad y las consecuencias, algunas veces fueron trágicas.
Así que los viejos  se las ingeniaron para encontrar una solución acorde con su idiosincrasia. Y la salvación surgió de la religión.
No es nada desconocido que Nunkiní desde tiempos pasados ha sido absolutamente creyente. Y esa devoción la volcó hacia su Santo Patrono, San Diego y se entregaron plenamente a su custodia.
De acuerdo a sus creencias le prometieron un Kesh (cambio), es decir, un objeto dado por recibir un favor. En este caso se le ofreció en su honor a un muñeco semejando a un caballero (dzul) con vestido de gala. Y el milagro se produjo. La infección desapareció. Así  como vino, así se fue.
¿Por qué el pueblo había escogido a un fantoche?
Quizá la respuesta sea la siguiente:
Cuando los españoles llegaron a estas tierras trajeron consigo toda clase de dolencias físicas (sarampión, viruelas, venéreas, etc.) no conocidas y que asolaron a una raza intacta de males desconocidos. Los viejos códices así lo narran:
“En el pueblo maya había salud, devoción, no había enfermedades, dolor de huesos, fiebre o viruela ni dolor de pecho ni de vientre. Andaban con el cuerpo erguido. Pero vinieron los dzules y todo lo deshicieron. Enseñaron el temor, marchitaron las flores del naxcit- xochitl. Ya no había sacerdotes que nos enseñaran ¡Los dzules sólo habían venido a castrar el sol y los hijos de sus hijos quedaron entre nosotros que sólo recibimos amargura!
Quizás por esos hechos pasados conservados en la inconsciencia de los patriarcas se optó por un pelele que representara a un caballero español y descargar en él toda la furia contenida por muchísimos años. Ese muñeco estaba condenado a morir en la hoguera.
Con base en esas referencias, actualmente cada 13 de noviembre y una vez en abril del mismo año (las fiestas del centro), el pueblo de Nunkiní se arremolina en la plazoleta principal para presenciar  un espectáculo singular: la quema del Dzul Ka’ ak. Aunque últimamente, y pronto será tradición, se le ha encontrado pareja sentimental, y según se aprecia luce más que el muñeco. Esta idea de encontrarle pareja nació del Sr. Adriano Uc. Recuerdo en cierta ocasión que este señor se me acercó y me dijo:
__Profesor Andrés, le he buscado novia al Dzul ‘Kak, ¿por qué no le inventa una historia?
No hace falta don Adriano, el tiempo se lo dará— fue mi respuesta.

Una semana antes del acto protocolario de la quema del espantajo, se le pasea por todo el pueblo con el objeto de solicitar por adelantado apoyo económico para la adquisición de su vestuario utilizable para el próximo año. El apoyo se prevé anualmente.

El muñeco luce vestimenta nueva: una camisa blanca o de otro color, pantalón negro y botas vaqueras. Se combina con un elegante sombrero y paliacate rojo al cuello que le dan una presencia garbosa aunque a final de cuentas todo se convertiría  en cenizas.

Sobre su esponjado pecho pende un letrero alusivo a su origen histórico y dentro de su vientre se le rellena de un cargamento de explosivos del cual se le conectará al exterior una mecha extensa  intercalada con enormes bombas que se  reventarán cuando llegue el momento.

Después de la misa a una señal que nadie ve, pero que todos intuyen se enciende el cordón umbilical y las bombas explotan en una retahíla de ruido insoportable rematando con el más fuerte estruendo de la última acuñada en el interior del muñeco. Antes de desparramarse en miles de mariposas de trapo quemado, discretamente resbalan de sus pintarrajeadas mejillas lágrimas de dolor por la pérdida de su traje dominguero.

Después de restablecerse la calma la gente se contagia de regocijo y se funden en una sola alma para celebrar el acontecimiento agradeciendo de esa forma a San Diego, una vez más, por aquel milagro del ayer.

Antes y durante el festejo varias familias favorecidas por el Santo reparten roscas de harina (hasta agotarlas) al público presente en donde todos comparten un instante de fe, paz y recogimiento. La música y Dionisos se apoderan del ambiente y se retiran hasta muy entrada la noche.
Hoy el pueblo de Nunkiní le llama indebidamente  a este festejo como la quema del Caballero de Fuego seguramente por el acto de incendiar al esperpento, pero si se ajustara a los motivos  de  su  primera  aparición,  deberían decir con propiedad: “El caballero de la viruela”, debido a que Ka’ ak en maya significa también viruela por el ardor que provoca. Sin embargo la fuerza de la costumbre avasalla a la realidad.

Nunkiní, tierra de petates y sandías tiene una tradición singular que podría considerarse ya como un festejo regional.


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