NOSTALGICAS FIESTAS DE MI BARRIO DE FÁTIMA
IMPRESIONES TAURINA INDELEBLES
¡Tuntuntuntun! ¡Tuntuntuntun! ¡Tuntuntuntun! Trepidaba el piso de kan cab a causa de una engibada mole de carne maciza que había escapado del ruedo, y que a punta de presencia y testarazos, sin blanco fijo, se abría brecha ante la inerme multitud de paseantes distraídos en la periferia del coso en el regateo de algún lugar para presenciar la corrida.
─ ¡Oh Dios qué es eso! ¡Un toro! ¡He ku tal! ¡Acanesh palalesh! ¡Un toro! ¡Qué pasa! ¡Un toro! ¡Corran! ¡A kanesh!─ gritaba atemorizada en una mezcla de español y maya, buscando un lugar para resguardarse.
Sorprendidos por aquel monstruo, y ayudados por su instinto de conservación, unos se convertían en toreros improvisados, mientras que otros, por el espanto, les brotaban alas o se quedaban momificados en espera del golpe mortal, que no se daba.
El pánico se había propagado en un santiamén, convirtiéndose los palcos en un circo de habilidosos maromeros
Atrás del animal, en tropel, venían encarrerados también los vaqueros, que prestos con el lazo trataban de darle alcance para atraparlo. La bestia desbocada sólo quería regresar al lugar de donde fue traída, pero el miedo ataranta a cualquiera, provocando esa actitud natural de autoprotección.
El cebú en su atropellada huida, embistió una tienda de velas, (de aquellas que se siguen instalando en el pórtico de la iglesia para proveer a las personas devotas que van a adorar a la virgen) levantándola de raíz, dejando al descubierto a una joven morena, en cuclillas, que en ese momento se encontraba bañando. Sorprendida en su aseo personal, casi muerta del susto, apenas se dio tiempo para cubrirse con las manos la manzana prohibida, dejando al aire libre dos hermosas y rotundas palomas que aleteaban al ritmo del temblor de su hermoso cuerpo. El toro continuó tamborileando el piso, llevando en su cornamenta una bandera de tela desprendida al azar.
Cuando más arreciaba el pavor, un óvalo de fibra milagrosa cayó del cielo, encajándose con precisión en los cuernos del cabezudo, frenándolo en seco en el momento exacto en que iba a pasar sobre unos indefensos niños entre los cuales me encontraba. “¡Uf qué suerte!” “Perucho” González, el más avezado de los lazadores, había detenido al animal. Este suceso ya se había vuelto costumbre en cada fiesta de la colonia de Fátima en Calkiní, Campeche, en tiempos ya idos.
Yo nací y viví parte de mi niñez en ese pedazo de tierra mía, aunque me ausenté durante mucho tiempo de ella para forjarme una profesión en otros lares por falta de oportunidades en mi pueblo, todavía atesoro fresco en mi memoria, labrado con cincel, aquellos momentos en que fui testigo de los primeros festejos, en especial las corridas de toros. Vivencias emotivas que en la perspectiva de testigo contaré, interpolando y recreando algunos pasajes.
Fiesta de toros en la colonia de Fátima. Es un 13 de mayo de 1956. La gente viene a divertirse y a la vez, preparada con impermeables o paraguas para recibir la inevitable presencia del Dios “Chac”. Nunca fallaba en esa fecha, ahora sí. A veces era una visita de médico; pero otras, se quedaba durante toda la feria, pero no se suspendía la programación de las festividades, bastaba con correr las fechas, y se ponía mejor.
La policromía de las vestimentas de los presentes estimula los sentidos. Se asoman en racimos, trayendo ropa ligera para paliar el calor agobiante del mes de las ciruelas y las flores de mayo.
Los palcos, construidos de madera y huano, ya están repletos con un público impaciente que espera el comienzo de la corrida. En la baranda resalta la presencia de los niños y jóvenes que por la fuerza de la costumbre se adueñan de esos lugares privilegiados para exhibir la gracia de su juventud balanceándose al ritmo de la música de una “charanga”, o juegan con la palabra pícara con los amigos, o pierden el tiempo anudando hojas de “lengua de vaca” (material fibroso usado antiguamente en los palcos para cubrir las ranuras de los pisos de madera) para estrellárselas a algún descuidado viandante o algún amigo. Estos juegos daban origen a una batahola que terminaba, a veces, en pleitos personales.
En la parte de atrás de las barandas se instalan las muchachas más modositas y las mujeres de mayor edad. Atraen el aire con abanicos de sándalo o cartones de propaganda política (el único de ese entonces, el PRI) y atenúan la sed con refrescos de fruta natural de la región.
El cielo, por ratos, ennegrece su bóveda. “La lluvia caerá” “Es la costumbre” “¡Qué importa!”
Abajo, en el coso taurino, es otro mundo. Deambula un hervidero de personas entre jóvenes y viejos con distintos objetivos. Los primeros curiosean a sus anchas.
Son los jóvenes que pasean, presumiendo su apostura ante alguna chica nueva, o dan rienda suelta a su morbidez para observar con disimulo o descaro los atributos de las chicas juveniles que por descuido o coquetería, exhiben. “¡Qué piernas, Santo Dios!” “¡Mamacita!” “¡Demos otra vuelta!”
En cambio a los segundos, los mueve una labor más loable: la lucha por la supervivencia. Estos andarines, desgañitándose la voz pregonan sus apetitosas mercancías tales como las barquillas multicolores en forma de abanicos, paletas de agua y esquimos, saborines, raspados, garapiñados, sorbetes en barquillas, palomitas de maíz, chicharrones, papitas, cacahuates, hojarascas, churros, aguas frescas, horchatas, algodones de azúcar, ensalada de frutas ( shek en maya), en fin, una relación interminable de golosinas que incita el paladar del público taurófilo, en especial el de los niños, los únicos clientes cautivos. “¡Esa quiero!” “¡No!” “¡Esa no!” Lágrimas a borbotones. “¡Ya, ya, toma!””¡Te saliste con tu gusto!”Risas.
En ese espacio de juegos y vitrina de confitería y llanto, enfrente de los músicos, se levanta una cortina de polvo que inunda una parte del los tablados; el causante es un borrachín, que nunca falla, es “Boxtoro” quien se esmera en bailar una pieza de jarana, aunque lo único que consigue es una serie de desfiguros, la cual provoca la risa de todos los presentes o una salva de insultos de parte de quienes reciben el baño gratis. Él no se da cuenta y arrecia en su danza, pues ha de imaginarse que tanto barullo es una muestra de una grandiosa actuación.
En los alrededores de los palcos se vive otra historia. Un torbellino de visitantes se pasea preguntando, en subasta, el precio de entrada al espectáculo. Otros, con mayor visión comercial tratan en paquete las tres corridas para disminuir el valor por cada día de festejo.
Mientras los aficionados de la fiesta brava regatean, juegan, bailan y esperan, otro contingente saborea comidas regionales como el “relleno negro” de la “Negra Uc”; los panuchos de pavo deshebrado en hilachas invisibles de “Las Marías”. “¡Tanta faramalla de mucha carne y nada!” Se acompañan los alimentos con cervezas bien frías obtenidas en puestos instalados en lugares estratégicos, o bien, de la llave del amigo Chemas cuyas refrescantes sidras con soda son inigualables. Y los menos, los padres de familia, entretienen a sus hijos en los juegos mecánicos, pues representan los símbolos de una fiesta tradicional. Sin estos artefactos una fiesta deja de ser fiesta.
El mejor día de una corrida de toros es el domingo por la asistencia masiva de un público proveniente, en gran parte, de los pueblos circunvecinos. El último día, se destina para la charlotada; hoy este festejo ha perdido parte de su vigencia, aunque quiere revivir.
El “Chavalillo y el “Samuráis”
Todo ya está listo para comenzar. Son las 16:30 horas y el “Chavalillo” y su cuadrilla esperan atentos en la puerta del ruedo la llamada del clarín. El “Chavalillo”, sin mediar palabras con sus compañeros, se aparta sigilosamente del grupo para dirigirse hasta un árbol de roble en donde se encuentra sujeto un descomunal toro enmascarado, lo observa detenidamente, lo reconoce y exclama con voz encabronada que provoca el sobresalto de un grupo de curiosos:
¡Me lo imaginaba! ¡Otra vez! ¡Uta madre! ¡Es el pinche “Samuráis”! ¡Qué chinga! ¡Ni modo, me tendré que jugar la vida de nuevo! ¡Ni pedo!
El “Samuráis” había sido toreado en infinidad de fiestas de pueblo, por eso el torero al reconocerlo se sintió estremecido. No era para menos, pues aparte de los tremendos sustos que había causado en los ruedos, algunos toreros no vivieron para contarlo. Tenía una bien ganada fama de asesino. Las muescas se le notaban en sus descomunales y puntiagudos tarros.
Se escucha el ronco clarín y los toreros se aprestan a entrar; es el paseíllo de rigor, el acto más atractivo y vistoso en el inicio de una fiesta brava, perderse esta gloria es como si le arrancaran a uno el alma en pedazos.
En el centro del ruedo, fijado sobre el piso, sobresale un escamoso tronco de huano. En él se sujetará al toro y luego se le dejará libre para jugar con la vida o la muerte con su eterno burlador, el hombre.
Ahí entra el “Samuráis”. Lo traen los hermanos González: “Perucho”, “Huelús”, “Dzus”, “¨Pehs” y un agregado el “Pelón Tuz”. El toro viene aprisionado en una maraña de tensas cuerdas vaqueras. Se asoma a paso lento y con el rostro enfundado en un antifaz de pita de fibra de henequén. Por su peligrosidad no se le ha permitido ver a nadie, pero tiene la libertad de saborear en el ambiente el miedo que causa su impresionante figura, él está acostumbrado a estas sensaciones.
Se le sujeta en el madero a través de una serie de cadenetas. Le ciñen en el formidable cuello una relumbrante y ancha cinta roja y le cinchan la panza con una soga nueva y áspera para convertirlo en un gran saltarín o en un jijo de la chingada, es decir, sacarle todo lo bravo.
¡Suelten al toro! ¡Suelten al toro! ¡Suelten al toro! Anuncia la trompeta, y se afloja la costura, y la máscara cae lánguidamente al suelo, y se levanta la soberbia testuz. Ahora comienza la danza de la muerte. El gentío explota eufóricamente, juega con la palabra chusca y altisonante que son los ingredientes necesarios en esa clase de fiestas. El “Chavalillo” no se asusta. El toro bufea, retrocede, patalea, inclina la cabeza muchas veces para tomar fuerza. Y el torero sale decidido a enfrentarlo como los buenos. Ambos gladiadores se miran retadoramente, juegan a ver quién domina a quien:
─ ¡Hei toro! ¡Hei toro! ¡Hei toro, aquí estoy! ─ reta el matador.
Pero al final de cuentas, como viejos amigos, se dan la mano “¡Gracias a Dios!”
Al “Samuráis” lo habían traído de Ticul, Yucatán por un paisano avecindado en ese lugar, Ramón Ucán (RIP) quien lo había prometido desde mucho tiempo atrás; hasta que cumplió y de qué manera.
TOROS EN PROMESA Y LOS “CEBÚS” ESCAPISTAS
Las primeras corridas del ayer se animaban exclusivamente con bureles de la región sin que costara algún centavo su lidia, porque eran donaciones de personas que los daban en promesa en honor a la Virgen. Esta costumbre, todavía persiste en algunas familias como es el caso de la maestra Librada Bolívar Trejo que a semejanza de su extinto padre, Pastor Bolívar Chim continúa apoyando al comité en turno. Además se acostumbraba a torear una gran cantidad de animales y cuando no se terminaba la faena maratónica, por la caída de la noche, se proseguía al otro día o se dejaba pendiente para el próximo año.
En esas ferias se lidiaban, en su mayoría, toros de la raza cebú porque eran los que más se habían aclimatado a esta región de asfixiante calor y tenían una corpulencia exagerada que les permitía escaparse de los ruedos en saltos espectaculares sobre la reja de entrada o rompiendo el cercado de Xcolohché( varillas de madera). Estos escapistas dejarían estupefactos a los saltadores olímpicos de obstáculos.
Pero más admiración causaba la pericia del montón de personas apiñadas sobre la verja que se hacía a un lado, quién sabe cómo y sin sufrir ningún rasguño, cuando el animal pasaba sobre ellos. A pesar del peligro latente de ver una corrida en un lugar inapropiado no les causaba temor alguno y regresaban tercamente a su posición original.
EXHIBICIONES Y SUERTES EN LAS CORRIDA DE TOROS
QUITARLE UNA CINTA DEL CUELLO A UN TORO, UNA SUERTE EMOCIONANTE EN EL AYER
Es un enorme búfalo negro que se pasea desafiante en el ruedo de xcolohché. Trae ceñido en su macizo cuello una cinta azul o roja anudada en forma de un moño. Espera enfrentarse a un torero valiente que sea capaz de aflojar la mariposa engurruñada sobre él.
El animal, como en la mayoría de las escaramuzas, sale triunfante pues esta suerte era tan peligrosa que raras veces se lograba ejecutar con satisfacción.
LOS REHILETES
Es un juego pirotécnico, pero en miniatura. Este artefacto se acomodaba sobre el lomo del animal que al contacto de una chispa ponía a funcionar un mecanismo zumbador de movimiento giratorio que conforme aumentaba de velocidad, por la fuerza de la pólvora, iba aventando por el espacio una andanada de petardos que hacía enloquecer de susto al toro impulsándolo a pegar una serie de tremendos brincos, nivelándose a la altura de los espectadores de las barandas con el peligro de llevárselos; este instante inolvidable animaba más el ambiente taurino.
LAS BANDERILLAS DE PALOMAS, UNA ELEGANTE PRÁCTICA
Cuando son puestas sobre la espalda del astado revientan en una cascada policroma de papel de china y en el mismo momento, levantan el vuelo dos blancas palomas escondidas estratégicamente en sendas cajas de cartón sujetas firmemente en las banderillas.
Las jaulas de papel se aseguran en los dedos de ambas manos del torero a través de cuerdas resistentes y finas, las cuales en el instante de clavarse los palitroques se les da un fuerte tirón en forma simultánea, ocasionando la apertura de dos boquetes en las frágiles cárceles por donde escapan las asustadas aves celestiales.
DOS TOREROS TEMERARIOS: “EL CHINO CÁMARA Y MARIANO CANTO
Era el ayer de los valientes diestros de pueblo. La época de oro del “Chino Cámara” y Mariano Canto o de aquel singular torero apodado “Pozole” a quien siempre se le veía entrar muy fachoso con la cuadrilla, pero nunca se le vio enfrentarse con algún toro: dormitaba en los burladeros. Si acaso su toreo fue en la pura imaginación o en el deguste de un sabroso chocolomo.
Al “Chino Cámara” se le evoca por su temeridad. Nunca dio muestra de cobardía. Hubo una suerte que acostumbraba llevar en la práctica y que ponía en angustioso estado de ánimo al público. Le daba completamente la espalda al toro y sin atisbarlo siquiera, lo citaba con la capa desplegada. Nunca sufrió una cornada grave con este desplante.
Cuando la fama tocó a sus puertas fue contratado en otros países de Centroamérica en donde se dio a conocer con las locuras que sabía protagonizar. . Ahí contrajo nupcias y se regresó a su estado, Yucatán. De esa unión le nació un hijo, que también siguió los mismos pasos que su padre, pero no supo sostenerse… el miedo lo venció.
A este amigo del barrio, cuna de sus pinitos, se le contrató en la feria de 1996 como un homenaje a sus grandes éxitos del ayer, pero en un papel diferente: el de rejoneador, aunque no pudo actuar por la presencia de Chac que enlodó el piso. Este singular personaje, platicador ameno y dicharachero cumplió con su cometido en este mundo y murió a los 78 años de edad.
El otro matador, valiente como pocos, fue Mariano Canto. Éste poseía el secreto de otra de las suertes más electrizantes: quebraba los garapullos a más de la mitad y los atenazaba con los dientes. Se plantaba frente al toro y lo citaba; y cuando éste se le venía encima en un movimiento relampagueante le daba un quiebre y depositaba limpiamente los pedazos de palos sobre el cerviguillo del animal. Habría que pensar en la fuerza del cuello de este hombre, ¿y los dientes qué?
Este acto temerario, a pesar de los años transcurridos, es difícil de olvidar. Algunas personas aseguraban que esta suerte ejecutada por este torero sólo la ponía en práctica cuando estaba en éxtasis por el influjo de algún enervante (marihuana en esa época). Sea lo que fuere,
lo único que no se deja de reconocerse es que esa suerte espeluznante era muy difícil de emular por otro.
EL “MOCHITO” MONTADOR DE TOROS Y “SOTA”, EL IMITADOR
Era la época de un mochito que le gustaba exhibir su valentía, aunque de otra manera a la del torero. Se apoyaba con muletas de modo que nadie daba crédito a que fuera capaz de tener tanto arrojo. Era un montador de toros, pero con ciertas variantes. En lugar de acomodarse sobre el lomo del animal se montaba en el cuello. El chiste era mantenerse por un buen rato, lo suficiente para cansar al bicho. Luego se dejaba caer al suelo y se levantaba con el apoyo de sus ayudantes.
Una vez concluido el acto, los auxiliares paseaban dentro del ruedo una capa extendida para recibir del público un reconocimiento monetario por la actuación de aquel hombre impedido “¡Carajos!, lo que tenía que sacrificarse una persona para ganarse la vida.”
Pero hubo otro personaje que a semejanza del primero, gustaba imitar esas locuras. Se le conocía con el apodo de “Sota”. Era originario del poblado de Nunkiní, aunque sólo montaba por pura diversión y cuando estaba en diálogo con Baco, aunque sus contemporáneos afirmaban que su actuación temeraria se debía a una frustración amorosa y por ese motivo arriesgaba la vida. Las veces que intentaba ligar la suerte salía volando por los aires, nunca logró mantenerse por un instante. Afortunadamente jamás sufrió lesiones graves que tuviera que lamentar.
“EL CHOCOLOMO”
Una de las costumbres arraigadas, sin transformaciones de ninguna clase, es la venta de carne de toro sacrificado dentro del ruedo: el tradicional “chocolomo”. Nadie tiene que caminar mucho, todo está a la mano: la carne, las verduras y los condimentos. Asistir a una corrida sin adquirirlo es como no haber concurrido nunca a una fiesta.
“Yum Chac” y el desplome de la rueda de la fortuna
En el máximo esplendor de la fiesta del barrio de Fátima causaba admiración la nutrida afluencia de personas venidas de todas partes de la región y del estado, no obstante, que sabían que las lluvias eran infalibles. Cierto, en las fiestas de antaño Yum Chac era un invitado especial y venía acompañado, a veces, de un Yum Ik (el aire) encabronado. Hubo una vez en que se presentaron arrasando con todos los puestos y lo que encontraron a su paso, y hasta tumbaron una rueda de la fortuna (1976), pero para bien de todos no causó daños humanos. Cuando las lluvias caían, la iglesia era el único refugio seguro. Los que no la encontraban se atenían a las consecuencias.
El Xtoloc y los primeros camiones urbanos
El único camino de acceso a la fiesta era la calle 22 “A”, pero en ese tiempo se volvía intransitable por el lodo que se formaba a causa de la lluvia y de las carretas. Sin embargo, no era un impedimento para la asistencia de la gente, ni menos para el “xtoloc”. Para este vehículo no había camino malo. Llegaba a su destino sin ninguna clase de problemas. Se le ha considerado como el primer vehículo Ford que transitó tierras calkinienses. Su propietario, ya extinto, era el señor Antonio Flores.
Hubo otros dos camiones que llegaron a circular en las fiestas cuyos propietarios eran los señores Rubén Uribe Avilez y un señor apellidado Peniche.
Los tranvías y el ferrocarril de vapor
Otro medio de locomoción usado, eran los tranvías que traían a los fiesteros del rumbo de Nunkiní y lugares cercanos. Se estacionaban en la calle 22 “A”, frente al actual edificio de la ENLEP (Escuela Normal de Licenciatura en Educación Preescolar). Se movían con la fuerza de un caballo y se descarrilaba a cada rato. Viajar en él era tener de compañero a Aquiles, el provocador de problemas.
Merece un trato especial otro medio de transportación empleado por los que venían de más lejos, el ferrocarril de vapor de vía angosta que unía los estados de Campeche y Yucatán y que atravesaba todo Calkiní por la calle 22 y se detenía en la estación, hoy las diferentes normales de licenciaturas.
En los días de fiesta, para aligerar el camino a los pasajeros, el tren se detenía, exactamente, en el entronque de la calle 5 (a espaldas del actual DIF municipal) y de ahí bajaban en puñados; unos, del interior de los vagones; otros, del techo. Era un acto arriesgado sólo por asistir a una festividad. Pero así eran las fiestas de la “Colonia”, irresistibles. Había roto las fronteras de la fama.
Si hubiera existido en esa época, como sobran hoy, algún dispositivo que plasmara el exagerado movimiento humano de visitantes se viajaría con mayor fidelidad en alas del recuerdo, en el apogeo de esa fiesta. Festividades vividas por mí cuando era niño, y ya de grande.
En suma, estos relatos conforman una relación de actividades costumbristas acontecidas en una corrida tradicional en el ayer, pero mezclado y recreado con un pasado reciente en donde la emoción se ha dado a montones y era única, indescriptible; sólo entendida por todos aquellos que las han vivido de cerca, en cuerpo, alma y corazón.
Quienes aman el solar nativo que los vio nacer y crecer, entenderían el por qué uno se muere por dar a conocer a las generaciones venideras los acontecimientos, alegrías y pesares del ayer, deseando porque surja en ellas esa chispa de su imaginación creadora para que exhiban con orgullo, igual que nosotros, el brillo de esa patria chica que les toque vivir.
“En el lugar donde me encuentre, mientras viva, estará junto a mi corazón la tierra que me acunó tiernamente en su regazo”.
Pseudónimo: Tu’ ush yan in lu’ um yan in pucsikal
Traducción: Donde está mi tierra está mi corazón
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