domingo, 10 de abril de 2011

Esperanza del pueblo trabajador


LOS TRICLEROS

 Andrés Jesús González Kantún


           
Para ser triciclero, si se quiere sobrevivir,  no se requiere más que voluntad para trabajar. Es el último reducto que les queda a todos aquéllos que por desidia o jugarretas de la vida no encontraron la oportunidad de conseguir trabajo en la profesión que escogieron o de plano no terminaron sus estudios o de por sí no les gustó la escuela.
En el Camino Real,  el oficio predominante es la albañilería y le sigue en importancia la actividad de triciclero. No es un trabajo deshonroso y saca de cualquier apuro a quienes se dedican a esa labor, aunque los que adquirieron alguna carrera merecen mejores oportunidades. Desgraciadamente la cantidad de egresados de las diferentes carreras, aquí en Calkiní como en otras partes no van a la par con la creación de las fuentes de trabajo; siempre hay más excedentes de profesionales. Se arguye  que los aspirantes a algún trabajo remunerado debieran salir del terruño en la búsqueda de mejores horizontes, pero si el problema es nacional, entonces, ¿para qué perder el tiempo? Muestras hay varias, pero hay una que lastima el corazón. Se construyó en Calkiní una escuela  técnica de nivel superior y de evidente calidad tecnológica para descargar la aspiración tradicional a las  normales, pero no ha cuajado en los resultados porque los egresados no encuentran trabajo y se ven obligados, por la necesidad, a dedicarse a empleos menores en discordancia con la preparación concluida.
La  creación de los triciclos fue un gran acierto de los fabricantes, pues vino a resolver un problema añejo de trabajo y de transporte de pasaje y carga, ya que  la adquisición de uno de ellos está al alcance de la mayoría de la gente.
El triciclo es un vehículo con equidad de género, que aparte de la función esencial para lo que fue diseñado, se utiliza para múltiples actividades:
♠ Le sirve al campesino para traer leña y otros productos de su parcela.
♠ Funge como una tienda itinerante o fija en golosinas, baratijas, antojitos, pozole, paleta y nieve, y además como un  vehículo parlante, entre otras labores.
A los triciclos los visten de acuerdo  al gusto del chofer. Cuatro varillas de diferente material fijados en la estructura tubular y con un techo de toldo adquirido o regalado por algún partido político. Un asiento de  madera limpia o acolchonada, un piso de madera o lámina y en los costados un material de cualquier cosa y, a veces, unas cortinas transparentes que se materializan en los tiempos de lluvia.
En épocas de lluvias provocan el malestar de los pasajeros, pues al pasar en calles inundadas en donde no se observan los hoyancos se vuelcan, y a veces con consecuencias indeseables. Lo mismo sucede cuando no se advierte el estado de ánimo en que maneja el conductor, la chispa de sus palabras anuncian que equivocó uno el momento y no queda más remedio que atenerse a las consecuencias.
Algunos son buenos  para cobrar y le tiembla a uno las  manos para  pagarles; otros son más conscientes, cobran lo justo tomando en cuenta la distancia; otros no dan servicio si no se completa a  dos pasajeros. Pero cuando coincide una familia, hasta en el toldo quisieran instalar a los niños.

Intentar ocupar un triciclero en plena  carrera es una verdadera proeza, se vuelven sordos a propósito al llamado de los usuarios y si acaso responden,  con voz ruidosa se excusan con naderías infantiles, no obstante, que a veces no tienen la necesidad de desviarse del rumbo que llevan, tal parece que no necesitan el dinero. Pero lo que más molesta, a veces, es querer contratarlo cuando está estacionado en espera aparente de clientela y se niega a trabajar.  El desplante es una de sus aberrantes conductas.
Como en todos los oficios, entre los tricicleros no faltan sus personajes sin pares que atolondran si no se les conoce. Entre estos trabajadores, descuella uno a quien le apodan: “El gato volador”.Transita por la calles vertiginosamente en busca de pasaje, resollando atronadoras palabras sin sentido que asusta a quien lo intenta contratar. En realidad es una persona inofensiva que le gusta jugar y exhibirse con actitudes infantiles que no van de acuerdo con su edad. Incluso en las aglomeraciones de personas le gusta ponerse de cabeza, manteniéndose erguido durante un breve tiempo, y después de reponerse, lanza un grito estridente que se pierde en los intersticios de la multitud ensimismada en la atención de su espectáculo, obviamente causa un gran sobresalto.
En los períodos electorales, los tricicleros aprovechan la ocasión para renovar  el toldo de sus vehículos, lo reciben como un regalo de los partidos contendientes (los más fuertes) como si este gesto caritativo les garantizara el voto. Algunos radicales se niegan a aceptarlo, los simuladores se dejan seducir. Para asegurarse que la propaganda le llegue al público, hay un partido en especial con los colmillos bien retorcidos que le ha servido para mantenerse durante mucho tiempo en el poder, que prefiere instalarlo en el momento de la entrega para asegurarse la propaganda. Los triciclos, aves amarillas con franjas blancas  y estacionados en hilera infinita, esperan pacientemente el armado de sus parasoles que les llegarán de las manos ávidas de carpinteros improvisados como un obsequio que sobaja, que excreta la dignidad humana por el trasfondo político que conlleva dicha regalía.

Ir detrás de un triciclo da tiempo para contarle los pelos a un gato, y más en el arranque de la luz verde en el semáforo en un cruce de vía. El que lo antecede a uno tendrá que forrarse de paciencia, y no le   queda más remedio porque sabe que el triciclero tiene los mismos derechos que él para transitar. En el disparo de la luz verde el chofer del carro se quita la coraza del coraje y se humaniza por un instante al observar el agónico esfuerzo que despliega el triciclero al darle las primeras vueltas a los pedales. Un triclero que sonríe maliciosamente y que parece decir: “Ahora te aguantas, tanto derecho tienes tú como yo de rotar y rotar por donde se quiera”, mientras uno se consume de ansiedad y el otro yo renueva el conteo de lo que ya antes se había contado…
Ese derecho que les asiste para transitar por todos lados  no ha sido reflexionado por ellos pues por las noches como cocuyos sin luz giran por el pueblo y lugares circunvecinos, exponiendo su vida misma y la de  los viajeros.  Fantasmas en pena nocturna que comprometen a los vehículos mayores.
Cuando no tienen espejo retrovisor,  rebasan sin previo aviso o  señalan el rumbo de forma inesperada, posicionados, a veces, en el carril contrario, dejando en suspenso al que le sigue. Se tiene que avispar los sentidos si se quiere evitar algún percance. Siempre  tiene uno que anticiparse a sus reacciones imprevisibles.


Pero no todo es naranja agria en el huerto de los tricicleros, también saben cultivar naranja dulce cuando se les confiere la enorme responsabilidad de transportar a los niños a la escuela. En este encargo se transfiguran convirtiendo a la prudencia en la rectora de su camino y cumplen a cabalidad, devolviendo salvos a los niños a sus casas. Y en carnaval los invitan a participar en el concurso tradicional de triciclos alegóricos los cuales empellejan en plantas, animales o cosas, dándoles vida y colorido sin igual y que arrancan aplausos clamorosos de un público expectante que le forma valla en su recorrido por la calle principal del fraile Pedro Peñas Claros.

 Cuando no hay vigilancia policíaca van en el sentido que les da la gana y  prefieren  recortar el camino a su destino ya que  un desgaste tremendo rotar en el sentido correcto, y además la potencia de su vehículo, que es de  un hombre de fuerza, no da para más. Algunos prefieren empujar el triciclo, aunque quebrantan siempre los reglamentos  de tránsito; no sé de dónde hayan  sacado la idea de que esa actitud es permitida por las leyes de vialidad.
A veces viajar en un triciclo, cuyo conductor es de palabra fácil, distrae el ánimo al desliar de  la madeja de sus pensamientos   las palabras que traen el consuelo o la alegría al pasajero. Se abre el diálogo y las cuitas se enredan para enfrentar el día con más bríos. Una conversación ágil que lleva  el viento,  por la fuerza de la plática, a terceras personas y que les llega sin querer, saboreando la frescura almendrada de los pensamientos ajenos.
Después de todo, ser triciclero es un modo honesto de ganarse la vida en su diario bregarr por los caminos viejos y que a pesar de los problemas  que causa a los vehículos mayores,  tiene el derecho inviolable  de luchar por la existencia. Las angustias que sufre un automovilista en el momento de encontrarse con estos trabajadores  son pasajeras y se sabe  aguantar, aunque forzadamente; en fin, todo sea por el bien de estos amigos de “Mercurio”, brazo derecho de su trabajo diario. Tricicleros que controlan a fuerza a los automovilistas afines al vértigo de la velocidad son contribuyentes del cuidado del ambiente. 
   
                                                        Alegre por el camino va
en agónico paso, mil sueños:
        “tarde más seguro que nunca”
    es su lema, atento viajero.
Derecho tiene a la vida
de eso nadie lo discute
     lo único que respetar debe
     son las señales de tránsito.
             Es triciclo especial de infantes
           que  en la mañana pletórico va,
     cargando inocencia y risa
                                                          en tarea  conferida.

                        Arácnido engarzadora  de angustias:
                                                                  incierto es tu destino
dale vuelta a la vida,
                   y gira como siempre has girado,
                                                                    no te detengas,
       pero aprende del rastro
                                                                      que has dejado. . .

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